lunes, 7 de junio de 2010

Maldita depresión! / Isabel González

Una pérdida irreparable

LLegó a casa arrastrando su lumbalgia y el carro de la compra. Después de despojarse de la ropa, puso la tele como siempre, por eso de la compañía, sin prestarle demasiada atención. Conocía su casa al dedillo, la falta de visión no le había impedido llevar una vida normal. Sólo fue duro al principio, por la depresión.
- El caso de la cabeza ha despertado una gran expectación entre los vecinos..."
Atónito, se acercó a tientas al televisor llamado por el titular con que abría el informativo. Había perdido toda esperanza desde el día en que la policía cerró el caso y dejó de rastrear todas las zonas que, en un principio, se creyó que podría encontrarse. La noticia concluía dando morbosos detalles del alto estado de descomposición del miembro vital a la espera de poder ser identificada en breve. Tres meses perdida, una lástima, maldita depresión, ya no podrían reimplantársela, pero mañana mismo iría a reclamarla. Se merecía un entierro como es debido.

sábado, 13 de febrero de 2010

Con el viento / Francisco Diaz

El viento de la noche le acariciaba la dulce cara. A lo lejos, ruidos de bocinas, sirenas, y música a todo volumen. Acá cerca, el ruido del mar. Allá abajo, las olas golpeaban contra las rocas del acantilado provocando un sonido que la llenaba de paz. Había sido una larga noche, y ahora, sólo quería estar al borde de ese acantilado, escuchando las olas romper y sin más compañía que el viento de la noche.
Ya no le importaba nada. ¿Qué sentido tenía? No lo perdonaría jamás. Tiró unas piedritas al mar y vio como caían hasta hundirse en el agua. Le tentó la idea.
Repasó mentalmente los hechos de aquella noche. Cómo se preparó para verlo, cómo se maquilló, cómo se probó mil vestidos, y cómo cuando él llegó, ni se fijó en su aspecto. Demasiado tarde. Ya las lágrimas habían corrido el maquillaje y su vestido estaba rasgado en varios lugares. Le dolían los raspones, pero no le importó.
Recordó que pasaron a buscar a algunos amigos y entre risas y alcohol, terminaron en ese mismo acantilado, completamente borrachos. Algunas cosas no recordaba, por ejemplo, qué se hicieron aquellos amigos y amigas, que en determinado momento desaparecieron dejándolos a ellos dos solos. Seguramente se habrían ido a un telo, o a un arbusto, o al lugar lo suficientemente íntimo como para no ser molestados. Es que, después de todo, ellos también acabaron haciendo eso.
Ella se paró. La luna brillaba como nunca la había visto, y allá abajo, su luz iluminaba la espuma del mar. Habían ido en su auto hasta la casa de él. Él manejaba. ¿A qué velocidad irían? No importaba. Seguramente iban muy rápido. Tan sólo recordaba el estrepitoso ruido, y el cuerpo de su novio saliendo despedido por el parabrisas.
Respiró profundo, el viento de la noche la espabilaba, y le aclaraba las cosas. Cuando recobró el conocimiento, tan sólo atinó a sacarse el cinturón de seguridad e ir a ver a su novio. Aquella espantosa imagen le volvió a la mente y se estremeció. Entonces ella empezó a correr, llorando, y alejándose lo más posible del auto y esa horrible escena. Fue así como llegó a ese acantilado, donde ahora las olas rompían con mayor fuerza.
Cerró los ojos. El viento de la noche la incitaba a hacerlo. Abrió los brazos y se dejó caer, empujada por el viento, hasta allá abajo, donde las olas rompían con fuerza en las rocas, con la luna como único testigo.

http://daressdar.blogspot.com

lunes, 17 de agosto de 2009

Estaré contigo siempre / Marta Zafrilla

Primero te intuí a nivel reptiliano; un puro instinto palpitando, una amenaza de recuerdo. Abría los ojos a un espacio inédito y nada, ni ojos, ni objetos, lograba ubicarme en lugar conocido. Mi escenario no era más que una habitación vacía con goteros y olor a cloro, y yo un cuerpo sin nombre y sin posibilidad para el miedo. Después un gesto tuyo, quizá la manera de llevar tu mano a mi pierna o tu mirada escrutadora, me despertó la cercanía de tu piel y un arrebato de proximidad. La certeza del conocimiento y de los años compartidos se sucedió tras tu grave susurro de "estaré contigo siempre". Pero cuando las paredes blancas y las mujeres con bata se definieron como elementos de hospital, entendí de pronto, con emergencia de sesgadas imágenes, que la amenaza era tu mano, que mi nombre era miedo y que tú traías solo años de violencia descarnada.

miércoles, 24 de junio de 2009

Yalimar sentada en el sofá / Geovani de la Rosa Peña

Yalimar sentada en el sofá, acurruca sus piernas y sus brazos con mantas pues el frío se encierra en la sala. Alrededor, sobre paredes azules, hay cuadros de fotos de su hija, de sus padres y de sus sobrinos. La puerta a su izquierda tiene una parvada de gaviotas que viaja hacia el sur. Yalimar con nerviosismo al ver en la televisión un partido de fútbol donde participa su equipo favorito. La televisión llena de publicidad basura: espots de políticos, de celulares, de comida chatarra, de concursos sin chiste. De pronto da un brinco y un grito estremecedor, ante el miedo de que anoten en contra de su equipo.
Pasados unos minutos se levanta para ir a la cocina a preparar algún bocadillo que enajene al estómago en estos días de crisis. Al regresar, lo primero que toma son las mantas, se pone a recordar cosas del pasado. Aquellos días tenía motivos para ser feliz. Los viajes en otros países, las largas llamadas de amor por las noches, los planes para el futuro. Aunque, en este momento su nerviosismo mezclado con sus deseos de que su equipo meta un gol la trae al presente, en el cual en medio oriente de lo único que hablan son de las pérdidas económicas de su guerra, es el primer día de gobierno de un hombre que hará historia en Estados Unidos (eso creen muchos) y en mi país algunos de mis paisanos viajan hacia el norte en busca de días de bienestar. A veces Yalimar se pone a ver las noticias y muestra un interés porque las circunstancias cambien algún día.
Las manos de Yalimar pasan por su frente, sus gestos muestran mucha preocupación por el partido, otras veces tapa sus ojos ante la posibilidad de un gol en contra de su equipo, o se rasca la cabeza. Los narradores, antes del fin de la transmisión, dan a conocer al ganador de uno de esos concursos en los que Yalimar carece de suerte. Ha llegado la noche, y al igual que las semanas anteriores, ella vive alejada del mundo en estos días de crisis mundial. El fútbol terminó, no hubo más que emociones guardadas y aburrimiento. Otra vez la serie de comerciales que no dejan más que basura. Faltan diez minutos para la media noche, Yalimar permanece sentada en el sofá para ver una película.

Geovani de la Rosa Peña

viernes, 22 de mayo de 2009

El adicto / Vicente Muñoz Álvarez

Crepúsculo de terciopelo rojo y cansina ingravidez, distorsión de los objetos, decadencia y languidez bajo el eco de una carcajada... Pero ahora estoy despierto y hay montones de basura sospechosa en las esquinas de mi cuarto, utensilios de mi exigua nutrición. Apenas siento el beso del agua al contacto con mi piel, espuma de colores cambiantes e irisados. Y la calle empalagosa, que se estira y se retuerce, se duplica potenciando mi fatiga secular. Ansiedad y ansiedad. Rostros cuadrados y aritméticos, de carne inexpresiva y desleída, pasan junto a mí cual fantasmas de mis sueños. Luces de neón que explosionan en mi mente y coches de ambiguos colores y policías y putas contagiadas mientras la angustia atenaza mi estómago con un abrazo frío. Pero al fin veo el rostro hermafrodita de mi dios, entre una multitud disforme, iluminado por una aureola que oscila sobre su cabeza en la representación de un éxtasis que abrasa... Amenazas, susurros lejanos e intercambio. Y la euforia de mis venas desnutridas, que con vítores triunfales celebran una orgía hipersensible. El sórdido retrete del sórdido garito que ya se torna aséptico, mágico y sensible por momentos que tal vez fueron horas. Pero ahora el camino ya no es largo, ni sucio ni poblado de fantasmas: vuelve a ser crepuscular. Y de nuevo en mi cuarto, que ahora es regio, un orgasmo estomacal sin erección. Y el sueño y la desidia, duermevela de fantásticas visiones, de caída eterna a lo insondable de un pozo profundo que se abre y se cierra y me expulsa hacia un vacío púrpura del que no deseo despertar...
Vicente Muñoz Álvarez

domingo, 3 de mayo de 2009

Continuidad de los parques / Julio Cortázar

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestion de aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirian color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oidos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano. la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

sábado, 25 de abril de 2009

Contagio / abimis (Victor Iglesias Gois)

No sé por qué razón ese día, y pese a estar bastante contrariado por las permanentes discusiones con mi pareja, presté atención a la figura delgada de ese hombre, que todos los días se acercaba hasta el local para pedir se le diera un cigarrillo.-
De más o menos unos cuarenta y tantos años mal llevados, de ropas gastadas, aunque limpias, barba rala y ojos húmedos, era el blanco de las burlas cotidianas.
-¿Y profesor, que números jugamos hoy?.-
Esa pregunta, sabíamos, actuaba como el disparador de las burlas, y de respuesta ya conocida.
-Cincuenta, doce, dieciocho, decía el hombre.
–Pero profesor, lo mismo dice todos los días...
–Cincuenta, doce, dieciocho, ¿me dan un cigarrillo?...él reiteraba una y otra vez la respuesta.Y broma tras broma, siempre igual, las burlas no cesaban hasta que algún caritativo le daba el tan ansiado cigarrillo.-
Decidí ser yo el que cortara la espera del hombre aquél, y con un gesto le indiqué que se acercara.
-Quiero que te quedes con todo, es para vos, dije, dándole la cajetilla completa de cigarrillos.
Me miró, y como respuesta recibí el consabido, cincuenta, doce, dieciocho, pero antes de alejarse, algo pareció encenderse en sus ojos, y señalando hacia mí dijo...gracias, pero ella no contesta.
Y se alejó con su preciosa carga.
Quedé un largo rato meditando sobre las palabras que había agregado ese día el hombre, y de pronto todo se había aclarado en mi mente, como si un velo se desgarrase dejando ver la verdad sobre él
Cincuenta, doce, dieciocho, debía ser el número de teléfono al que había llamado con infinita insistencia, sin obtener respuesta, y aquel pobre hombre había enloquecido, por no ser perdonado, o por no saber perdonar, llevándose el amor perdido su cordura.
No podía dejar de pensar en esto, y una inquietud comenzaba a apoderarse de mí, tomé el teléfono y comencé a insistir en una llamada.-
La campanilla se quedaba repiqueteando en mis oídos, pero no obtenía la respuesta esperada. Colgué el auricular, y con un temor creciente, ya que yo también debía perdonar y ser perdonado, casi sin darme cuenta, me había contagiado.Y mis labios, obedeciendo al corazón y no a la mente, comenzaron a balbucear con amor...tu número de teléfono.-

miércoles, 22 de abril de 2009

Control de plagas / Carolina Fernández Gaitán

A pesar de que Ana se sentía afortunada, había dos cosas que la sacaban de quicio: los reclamos de Sergio y los mosquitos. Durante años aguantó los reproches por las tardanzas, los platos sucios, las visitas de sus amigas, la camisa sin planchar y la mar en coche. Sin embargo al llegar la noche, su tormento se perdía en los ojos turquesas de Sergio. Era sobre aquella piel suave y bronceada, donde Ana olvidaba los martirios. Y en el preciso instante en que escalaba los firmes pectorales de Sergio, aparecían los mosquitos atacando sin clemencia.
Una noche estrellada, Ana, comenzó a poner en práctica el plan perfecto: dejó de besar a su novio. Al cabo de unas semanas, Sergio volvía a ser un gordo y verrugoso batracio.

Desde entonces, en su casa no hay mosquitos.

martes, 14 de abril de 2009

Ambientes / Tom

Empecé a hablar con Sandra en los cafés. Un día ocupé su mesa en vez de sentarme en la barra y, por increíble que me pareciera en aquellos momentos, el mundo no se replegó sobre si mismo y desapareció al cambiar mi rutina por un día. Es más, cuando ella entró y me vio sentado en su sitio sonrió.
Después del tropezón en la puerta de entrada había tardado tres días en volver a la cafetería, pero estaba dispuesto, estaba preparado y hoy no había vuelta atrás. “Joder que mal estoy de la cabeza” pensaba, “es sólo otra tía, es sólo otra tía”. La verdad es que no había vuelto a salir más de dos días seguidos con nadie desde Cathy. Si no había oportunidad de conocerla, si no descubría sus aficiones, lo que la hacía reír, no había peligro. No daba nada de mí. Sólo una noche, unos baños, un portal, su casa o la mía, pero nada más. No era feliz, pero tampoco lo contrario.
-¿Me puedo sentar?
-Es tu sitio, ¿no? – Dije de manera cortante, “no es tu enemigo, no es tu enemigo” me repetía mentalmente.
Y se sentó.
Tomábamos café todos los días. Yo cambié mi horario para coincidir con ella. Llegaba a y 10 justo como ella. Muchos días incluso coincidíamos en la puerta. Teníamos 20 minutos. Estuvimos así un par de semanas.
Era simpática, políticamente correcta, muy educada, vamos, que en dos semanas no tenía ni zorra idea de cómo era. Me caía bien, pero por el resto era un puto témpano de hielo. Le gustaba el cine, leer decepcionantes best sellers anunciados a bombo y platillo en todos los medios de comunicación, iba al gimnasio por puro hedonismo, si iba bien para la salud era un daño colateral bienvenido, el resto de su vida trabajaba y trabajaba. Era directora del departamento de compras de una empresa bastante importante cuya sede estaba al lado mismo de la mía. Era el demonio.
-¿Te apetece tomar una copa esta noche?
-Le dije.
-Si claro. ¿A dónde iremos?-Ehhh, estooó, ni idea. ¿Te pasó a buscar a una hora y decidimos?Igual no llevaba muy bien preparada la táctica pero es que confiaba en una excusa y punto o en un “Vale, de acuerdo” a tal hora y ya está.
-Bueno, pero dime donde vamos a ir, para ir vestida de un modo u otro.
-Y yo qué coño se, joder, a tomar una cerveza, hablar fuera de este encorsetado ambiente, a pegarle fuego al traje y la corbata, a emborracharnos mientras nos reímos, ¿tan difícil es?, joder propón tu también algo.- Pensé, pero claro, no dije ni una palabra de esto, si no que lo cambié por un:
-¿Te apetece cenar? Podemos ir al Escondido y después tú eliges el sitio de las copas.
El Escondido era un restaurante de nueva cocina del cual había oído hablar maravillas en el despacho, lo más seguro que fuera un sitio de moda que serviría una comida escasa y ramplona que si te la presentaran en un bar de carretera la estamparías contra la pared al grito de: “¡Camarera! ¡¿Usted se cree que yo soy gilipollas?! ¡¿Qué mierda es esta!?”, pero claro cómo estás en un sitio superfino y te están soplando 115€ por el cubierto, bebidas aparte, pones cara de haba mientras dices: “Esssstupendo, este plato está esssstupendo”, a ver si vas a ser tu menos sensible a las artes culinarias que los demás. Y ale a tragar como un imbécil.
-Tengo unos compromisos antes. Prefiero quedar directamente para tomar algo.-Dijo Sandra.
Incomprensiblemente lo primero que pensé al oír aquello fue: “Hoy follo”. No acierto a averiguar el razonamiento que me llevó a tal conclusión, pero fue lo primero que pensé.
-Está bien. ¿Prefieres algún sitio en especial?- No estaba dispuesto a asumir que no tenía ni idea de adonde llevar a una chica como ella.
-Si te parece vamos al Malecón, sobre las 11 allí. ¿Te parece bien?- Dijo Sandra
-Muy bien. Por cierto… ¿dónde está?...
Arrugó la frente mientras me miraba y pensaba algo así cómo: “¿De dónde coño han sacado al Neanderthal éste que no sabe dónde está el Malecón?”. Apunté la dirección y quedamos en vernos allí. Otro sitio de moda pensé.
Se acabó el café. Se acabaron los 20 minutos. Recogimos las cosas y volvimos al trabajo. Tenía la sensación que se avecinaba el apocalipsis sobre toda la humanidad y yo era el único que lo sabía.

miércoles, 8 de abril de 2009

Una web interesante

Es una web interesante donde se pueden publicar tus obras y participar en un concurso.

1 . ¿Cómo publicar un libro gratuitamente? Cada escritor puede publicar sus libros en la Web Bookandyou inscribiéndose gratuitamente en nuestra web. Una vez inscrito puede publicar otros libros, sin volver a inscribirse, entrando directamente en subir libro.
2 . ¿Cómo participar en el concurso para que se edite mi libro en libro real? Pagando 4€ por cada libro puedes participar en una votación para que tu obra sea publicada gratuitamente en libro papel (libro real). Durante 6 meses de competición los lectores votan cada semana, y editamos gratuitamente en libro real al libro mas votado (firmando en ese momento con el autor un contrato de edición en el que se le garantizara un 10% de las ventas en concepto de derechos de autor).En realidad publicamos 3 libros, uno en ingles, uno en francés y otro en español , tu obra competirá en una o otra votación en función del idioma en el que esté redactada.

miércoles, 1 de abril de 2009

Plasmando sentimientos / Malia

Alejandro, artista de renombre, se encontraba inmerso en un proyecto que iba a dar un vuelco a toda su carrera de pintor. Para ello, escogió a su musa preferida, Natalia, bella y de tez pálida. Estuvieron semanas y semanas de largas sesiones. La temática de su obra era el sufrimiento. Por más que intentaba herirla con comentarios impropios y crueles hacia su persona, ella seguía mostrando esa tibieza de alegría en su mirada… cada vez se encontraba más desesperado.
Un buen día, en una de sus interminables sesiones, Natalia se mantuvo en silencio hasta que al final le dijo unas palabras cargadas de amor a Alex…
- Por qué te empeñas en sacar de mí, lo que encontrarías mirándote ahora mismo en el espejo.
Malia

miércoles, 25 de marzo de 2009

Premio Alfaguara / Andrés Neuman

El escritor argentino Andrés Neuman ha ganado, con su novela 'El viajero del siglo', la XII edición del Premio Alfaguara, que está dotado con 175.000 dólares.
A este premio se han presentado 523 manuscritos procedentes de España y de Latinoamérica.
Considerado uno de los autores más prometedores de los últimos años, a los 22 años publicó su primera novela, 'Bariloche'.
Aquí podeis ver su cuento publicado en nuestro blog

Que comience la función / Julio Bususcovich

Ahora se abrió el telón, pero los actores, no aparecieron, entonces el público se abalanzó sobre el escenario, nunca había ocurrido algo así, el productor y el director que estaban en las primeras filas gritaron: -¿dónde están?-. La obra no comenzó, los actores habían armado sus valijas y salieron por la puerta de atrás. La gente salió en la búsqueda desesperada, habían gritado y sufrido, habían odiado como nunca ocurrió en aquel enorme teatro a cada uno de los protagonistas.
Un niño, gritó:- ¡allá van!-, allí fueron, cruzando las calles de la ciudad, los autos frenaban de inmediato, creyeron que se trataba de un atentado, aquel sábado por la noche, estrellada de conflicto, de dolor por no haber visto el comienzo de la gran obra, que se publicó en diarios, en televisión.
Un anciano gritó: -Allá están-, y allí estaban. Todos subieron a un colectivo y apretujados, el elenco, se mezclaban con las demás personas, no se perdieron de lo principal, pedirles un autógrafo, preguntarles que hacían ellos en el colectivo. La actriz principal, la más vieja de todas, respondió: - Nos vamos, y no sabemos donde-. El colectivero cruzó los semáforos en rojo, veía por el retrovisor a la hermosa actriz de veintitrés con su vestimenta de dama antigua. Un intelectual les preguntó: -¿qué obra iban a representar?-, el viejo de la obra respondió: -No sabemos, lo terrible es que perdimos todos la memoria-.
-¿Cómo?, preguntó la gente del colectivo. Un periodista, grabó cada una de las preguntas de la gente, increíblemente aquella noche se llevó calladito buen material para pasar en su programa de la mañana.
-Si, hemos olvidado los textos que teníamos en la cabeza, por eso huimos del teatro-, respondió la actriz anciana.
Un niño dijo: -pero.... ¿porqué?- y los demás rieron. Y un estudiante de actuación les preguntó cuando dejaron de reirse enloquesidos: -Y la imaginación, ¿dónde está?, ustedes saben cuando improvisar, no pueden irse así porque sí, dejar al público con las ganas-, todos se miraron y supieron que aquel joven les daba una respuesta, de todas maneras, buscaron una respuesta: -joven, dijo la actriz anciana, el público no es tonto y conoce exactamente las obras de Moliere, no podemos mentirles-.
El colectivo se quedó sin aliento. El conductor se bajó y revisó a su mascota que le daba de comer, el elenco bajó con él. El conductor se bajó y revisó a su mascota que le daba de comer, el elenco bajó con él. Algunos esperaron arriba del ómnibus. El elenco, encontró un edificio destruido y empezó a recordar el texto, toda la noche.
Se empezó a nublar, la actriz más joven angustiada dijo: -no podremos. Tenemos que volver y decirles la verdad-. La anciana dijo: -no, tenemos que hacer un esfuerzo de acordarnos-.
La policía llegó. Los detuvo a cada uno de los actores.
- Pero, si la señorita...-, dijo el comisario, sorprendido de ver a la actriz más conocida de la ciudad. Los actores sonrieron ya que el ser conocidos les ayudaría a no estar dentro con los delincuentes.
- ¿Por qué no hacen la obra?-, preguntó el comisario.
- Nos olvidamos, señor comisario-, respondió el joven, con su escopeta de mentira.
- Pero no mienten ustedes, ¿no son actores, a caso, no le hacen creer cosas a la gente que no son?-...
- No es tan sencillo señor comisario, usted no sabe lo que es actuar-, dijo la actriz anciana.
- Sí, yo actué de San Martín en la primaria-, dijo el comisario con su habano en la mano a punto de encenderlo.
-Improvisaremos entonces-...dijeron los actores.
Regresaron al teatro, el productor los esperaba con los brazos cruzados, mientras el director comía empanadas.
- ¿Estas son horas de llegar?...-, gritó el productor al verlos llegar con el comisario.
- Sí señor, tranquilo, ellos van a improvisar-, respondió el comisario, como un chico de siete años.
- ¿Improvisar, no les alcanzó con lo que hicieron?-En el teatro había algo de gente, que no estaba del todo contenta, con sus hijos algunos y con sus nervios a cien por hora.
- Yo pagé , para estos estúpidos-, dijo una señora, de treinta que tenía mucho por delante pero poco arriba , pensaba en el dinero y no en el arte.
- Yo no sé para que vine podría haberme quedado mirando la tele de casa-, dijo una chica de quince con lo anteojos de sol, pleno invierno, en un teatro oscuro.
- Yo al fin creí que eran buenos-, dijo un anciano con el bastón a cuesta.
-Señores y señoras, los actores van actuar-, dijo el comisario al público, alegre al ver aquel bello e inmenso lugar.
El telón se abrió, se escucharon los primeros silbidos, algunos que tenían pasiencia aplaudieron porque aún tenían confianza en algunos artistas. Los actores esta vez, habían olvidado la técnica de improvisar, y se miraron como si fuera la primer clase de teatro, tímidos se reían y el público esta vez, sintió que estaba en un zoológico. El telón siguió abierto durante días, el enorme teatro estuvo clausurado. Algunos pasaban y decían:-¿Te acordás de los actores que no tenían memoria?-, o -pobre , que difícil hacer algo cuando no querés-, así siguió aquel teatro cubierto de silencio y fantasmas, los únicos que lo habitaban , era un viejo elenco, que tomaba mate por la mañana y recordaban aquel suceso como si a ellos les hubiera pasado.

jueves, 12 de marzo de 2009

Arribajos / David López

Apenas abrió los ojos y recuperó la consciencia, se dio cuenta de lo que en realidad había sucedido y no le gustaba en absoluto... Afortunadamente consiguió escapar de esos salvajes y esconderse en el oscuro pinar donde, agotado por completo, perdió el sentido. Se incorporó con un esfuerzo notable mientras los recuerdos le asaltaban y las fuerzas aún debilitadas hacían mella en su vana intentona por caminar completamente erguido hasta el coche que había alquilado la semana anterior. La distancia que recorrió se le hizo eterna y el dolor francamente insoportable. Mientras rebuscaba en los bolsillos delanteros de sus sucios y rasgados pantalones la llave que abriría el Renault, pensaba en el alivio que supondría llegar al hostal que reservó días antes en un pueblo próximo, en darse una buena ducha y abrir una de esas carísimas botellas de vino con las que su hermano "Don Perfecto" le obsequiaba en sus instructivas visitas...
-Menos mal que papá y mamá ya no viven ...
Después de los últimos acontecimientos, lo que era seguro, es que la policía seguía de cerca sus pasos. El estúpido de su hermano, a pesar de sus estudios universitarios y sus cinco idiomas no sospechaba nada. Era su consuelo.
Llegó a la habitación aún tembloroso y se aseguró de que esos salvajes no estuvieran esperándole en la puerta. Siempre había vivido en la capital y nunca se acostumbró al carácter cerrado de esos pueblerinos, más preocupados siempre de su ganado que de sus propios hijos. Había estado casi dos años ejerciendo de maestro de escuela en Arribajos y cuando empezaron los rumores decidió poner tierra de por medio jurándose volver para despedirse. Se duchó y se puso ropa limpia, un bonito traje color marfil que había comprado en las rebajas, se sirvió una copa de vino, después otra y en la segunda botella, se vio con el valor suficiente para empezar a escribir una brevísima nota de despedida:
-Puede que vosotros no me entendáis, pero preguntadle a vuestros hijos, a ellos les gustaba estar conmigo...
Tres días después el teléfono de Don Alfredo Gómez, reputado arquitecto catalán, sonaba y al otro lado alguien que decía ser policía le informaba del hallazgo del cuerpo de su hermano inmerso en la bañera de un hostal.

martes, 3 de marzo de 2009

Tarde de verano / María Amparo Gimeno Pastor

Amparo, se dirigió al balancín, donde se hallaba descansando su marido Germán. Hacía una espléndida tarde de verano, sin nubes y corría una suave brisa de levante, preludio, de unas tormentas que refrescarían el ambiente. Iba vestida con un vestido blanco ibicenco, y chanclas a juego. Un gran collar de turquesas y plata, junto a un brazalete a juego. Algo de maquillaje, y nada más. La joven se acercó, se sentó a lo hindú, reclinando la cabeza sobre el hombro derecho de su marido. Él le cogió sus manitas, y se las acarició con dulzura, con ternura. No hablaron nada, como en las parejas de más tiempo casadas, no lo necesitaban.

jueves, 26 de febrero de 2009

Los mermas / Róger Vilar

Aunque inundan el bosque, nadie ha podido hacer una descripción fidedigna de los mermas. Los niños hojean libros de zoología en busca de sus formas y de sus hábitos, pero los diagramas los conducen al lobo, pues en su primera etapa un merma tiene el cuerpo de este animal. ¿Cómo identificar en una manada al merma? Un explorador armenio asegura que se debe detectar al macho o hembra más silencioso, al que suele apartarse de la manada, oler las piedras, el musgo, aullar cuando ninguno aúlla. Y es que el merma no se siente bien en ninguna compañía, la ansiedad lo devora y acaba abandonando la manada. Se interna entre las sombras, deja de cazar, duerme muchas horas, semanas enteras. Todo su cuerpo empieza a correr hacia un punto impreciso, no material, que supuestamente se encuentra en su pecho. El pelo se hunde en la piel, los colmillos en la encía. Luego se queda en carne viva, y es posible ver el movimiento de sus pulmones y el latido del corazón. Durante las primeras heladas los órganos fluyen hacia el punto espiritual en el pecho del merma. Si alguien lo encuentra en esos momentos podría apreciar cómo los riñones adoptan la forma de un río y los intestinos parecen cataratas. Cada hueso se vuelve un silbido del viento. Nada queda ya del lobo, el merma ha alcanzado su plenitud. Sale de la madriguera y aúlla junto a nosotros, nos muerde el cuello, nos lame la superficie del corazón, pero nada vemos pues el espíritu sopla donde quiere y su llegada es impredecible.

domingo, 22 de febrero de 2009

Había una vez (1) / Olivia Vicente Sánchez

Refieren Los cronistas que recopilan cuentos absurdos que se encontraron este, titulado "Había una vez...", un día de lluvia torrencial, cuando la noche tapaba, con su seda oscura, salpicada de escasas estrellas, la tierra mojada.
En realidad, ninguno de ellos asegura conocer la auténtica versión del relato, incluso, según fuentes escépticas, no existe una única forma para esta historia. Uno de los antólogos atestiguó, en una tarde bañada por el mal ron, que él poseía todos los capítulos de este cuento inconcluso. Sin embargo, famoso por sus verdades sesgadas, este compilador sufrió las burlas de su público de tercera fila.
Sea de cualquiera manera- a mí me resulta indiferente-, reproduzco una versión- parcial o absoluta- con el fin de que el lector prosiga la búsqueda del cáliz literario.

Había una vez un niño que, cuando despertaba por las mañanas, no era persona. Sus ojos se entreabrían en un dulce parpadeo bastante perezoso. Ciertamente, él pensaba, para qué levantarse otro día más, si no habría nada singular que protagonizar. De este modo, bostezaba, se daba la vuelta en la cama y continuaba durmiendo.
Un día- del que no tienen noticia concreta Los cronistas que recopilan cuentos absurdos-, el niño volvía a desperezarse. Se frotaba los ojos con los puños del pijama. Una y otra vez. Pero, en una de esas veces, se asustó: junto a él, en su camita, se hallaba una niña que observaba su despertar.
Ambos niños se miraron fijamente durante minutos. La escasa luz que entraba por las rendijas de la persiana les permitía captar con torpeza los rasgos del otro. Sin embargo, destacaban sus sonrisas, de blanca leche, y sus ojos, de sorpresa crecida.
A partir de aquella alborada, el niño se enfrentó gozoso al amanecer, junto a los susurros de la niña.

Los cronistas que recopilan cuentos absurdos discrepan en torno al colofón del relato. Unos confirman que la niña pertenecía a un sueño inacabado del varón. Otros, en cambio, otorgan al encuentro entre los infantes un carácter mágico. Los menos hablan de que estos, a su vez, fueron la fantasía onírica de un adulto, cansado del hastío vital. Y, finalmente, uno, bastante realista, dice que, simplemente, es un relato extravagante, como todos los que recoge su grupo de trabajo.
[1] Inspirado en el arte de Alejandro Dolina en sus Crónicas del Ángel Gris.
29 de agosto de 2008
Dedicado a Tavo

martes, 10 de febrero de 2009

Espirales / Jhoerson Yagmour

Decían que ella estaba loca. Se mantenía oculta en su cuarto. Tallaba, sin cesar, espirales de vida. Remolinos concéntricos se encontraban esparcidos por las paredes y el techo de su cuarto. Ella los contemplaba con admiración. Los padres, preocupados por su hija, buscaron la opinión de todo tipo de estudiosos. Al principio, visitaban el cuarto los más reconocidos expertos en simbología. Con estoicismo hablaron de las figuras mayas y egipcias que hacían signos similares: espirales de vida. Un día que hacía un calor oscuro, huyeron despavoridos. Ella creaba el universo.
Luego me llamaron a mí. Quizá podría entenderla desde la psicología. Inmediatamente me di cuenta que no podría desentrañarla a través de ningún método. Me dediqué únicamente a contemplar detenidamente cómo surgía el mundo. Totalmente concentrado en los espirales, me perdí en el tiempo y en el espacio. Un día me di cuenta que la joven me miraba a la vez que señalaba un espiral en el rincón izquierdo de la cama. Entendí pronto que se refería a mi ciclo de vida. Éste no se completaba. Huí de allí con miedo, temeroso de extinguirme antes de tiempo. No funcionó. Ese día finalizó el resto de mis días. Juntos creábamos el universo.
Texto Ganador del Concurso Nacional de Minicuentos "Los desiertos del Ángel" (2007)

sábado, 7 de febrero de 2009

Los mejores días del año / Carmen Cristina Wolf

En vacaciones la mañana era un vaso de cerveza desparramándose, al mediodía se convertía en un caldo caliente. Las gavetas dejaban salir la ropa ligera, sandalias, lociones contra los mosquitos, bronceadores y sombreros. Un verano para bañarse en el río, leer a Julio Verne, Salgari y los cuentos de Julio Garmendia. Comer mangos y guayabas y contar historias de aparecidos en la playa, que estaba apenas a un kilómetro, como si el mar estuviese a millas, millas y millas de distancia. Y todo allí mismo, en casa del abuelo, a orillas del Río San Esteban cubierto de una vegetación cerrada verdinegra.
Era la felicidad completa, sin preocupaciones. El gozo del principio del vivir, la pubertad en plena ebullición cuando todo parece estar en una cesta en la cual basta con hundir las manos para sacar cualquier aspiración hacia el milagro de la realidad, con ese esplendor de las cosas recién estrenadas. Levantarse de la cama no costaba nada, eran días de otra tinta. Desayunar un vaso de leche y una arepa caliente con mantequilla. Al frente los chaguaramos y los caimitos, las matas de limón y de naranja, los cedros centenarios. Nos esperaba la pelota húmeda sobre el césped mientras el abuelo recogía las hojas secas con sus botas de hule y el rastrillo despeinado por el uso. En el río aprendimos a confiar, no temíamos su fondo, poblado de medallitas luminosas. No teníamos miedo de los peces pequeños ni de los gigantes que nos imaginábamos podrían aparecer algún día. En esos instantes, arrojados al círculo del secreto, podíamos creer, escuchábamos una promesa y creíamos en ella. Vivíamos en pulsación, atentos al paso del agua que conducía un millón de años de rayos de sol, ramas y hojas caídas. La vida nunca necesitó de explicaciones. En cada uno de nosotros latía una semilla y no lo sabíamos porque no dejábamos de jugar, reír y pelear para volvernos a contentar enseguida. Inmersos en el universo todavía somos aquellos que no teníamos miedo, cuando cruzamos el río de la mente y sólo nos dedicamos a jugar.
Carmen Cristina Wolf
Círculo de Escritores de Venezuela

http://literaturayvida.blogsome.com
http://ccwolf.wordpress.com

miércoles, 4 de febrero de 2009

Una nueva oportunidad / Raúl Garcés Redondo

Un viento frío sacudía las calles de la ciudad por las que avanzaba un hombre con la cabeza hundida en el abrigo y baja la mirada. De este modo fue incapaz de ver como la mujer de sus sueños pasaba a su lado. Aunque sí reparó en un guante caído sobre la acera. Lo tomó en su mano con suma delicadeza recreándose en los vivos colores que lucía.
- Disculpe, se me ha debido caer del bolsillo - acertó a escuchar justo antes de perderse irremediablemente en una cálida sonrisa.

sábado, 31 de enero de 2009

Que mi mano no te hiera / Miguel Angel

Mientras me abalanzo sobre ella, pienso que ya no está, sueño que ya se ha ido, que no he de segar su vida para recuperar mi equilibrio, que nunca me besó, que nunca habló conmigo, que nunca intentó dejarme para seguir su camino; que no me cegaron los celos, que no me nubló el vino, que tuve el valor de no matarla, de ni haberlo concebido, que sólo de pensarlo me matara yo a mi mismo. Pero ya avanza el cuchillo…, ella lanza un grito, un segundo su rostro me frena, tropiezo, caigo sobre el filo; la sangre es al final la mía,... mi plegaria se ha oído.

http://encuatropalabras.blogspot.com/

Jorge / Isidro Martínez

El médico examinó detenidamente el resultado de los análisis. Cuando terminó, los dejó sobre la mesa, se recostó en el sillón y se dirigió a Jorge.
-Esto confirma lo que pensaba en un principio. A usted no le ocurre nada…. ¿comprende..?. Así es que no se preocupe y haga su vida normal.
-¿Entonces…?
-Mire,-le interrumpió-, la mente tiene un gran poder sobre el organismo y estoy convencido e que todo es producto de su imaginación… Los resultados de las pruebas que le he mandado son excelentes.., sin duda entro de algún tiempo se le pasará…Se va a tomar- y empezó a escribir en una receta- esto… Es un complejo vitamínico…, y sobre todo, procure pasear y distraerse….
Jorge cogió la receta que el médico le tendía y se levantó de la silla.
-Muchas gracias, doctor, y.. adiós.
Cuando salió a la calle anochecía. Busco una farmacia y, sin mucho convencimiento, compró la medicina. Era el cuarto médico que visitaba y todos habían coincidido en lo mismo,.. su estado de salud era perfecto. Entonces -pensaba-, ¿porqué aquel cansancio?. Era cierto que no había perdido la alegría, incluso sentía una gran paz interior, pero es que el mero hecho de poner los pies en el suelo, cada mañana, le suponía un gran esfuerzo y cuando llegaba a casa a las tres y media de la tarde, lo único que le apetecía era sentarse en un sillón y dormir.
Le había contado a su mujer lo que el creía que era el motivo de su tremendo cansancio; y Lola, después de escucharle pacientemente, le había contestado entre carcajadas…”Pero si te he observado por las noches…, y duermes como un bebé feliz.., incluso sonríes y todo…” Después llevándose un dedo a la sien, apuntando la posibilidad de que estuviera loco, había dado por terminada la conversación. Haciendo estas reflexiones, llegó a su casa arrastrando los pies…
-¡Hola Jorge, ¿eres tú?..
-Si, Lola
-¿Qué te ha dicho el médico?
-Nada, lo de siempre, que mi salud es perfecta y que debe ser algo psicológico.. Me ha mandado…
-¡Vitaminas!, ¿a que sí?
-Eso mismo.
-Bueno, pues entonces no te preocupes. Anda, ayúdame a poner la mesa que vamos a cenar.¿Tienes hambre?...
-Si, de cama. Lola, perdona que no te ayude, pero estoy hecho polvo.., si no te importa te espero sentado en un sillón del comedor. No es posible que esté tan cansado-pensaba-. ¡Pero, si anoche, igual que todas las noches, me metí en la cama a las diez!, y me levanto a las siete y media…¡Son nueve horas! y, además duermo bien…Cuando llegó su mujer con la cena, tuvo que despertarlo. Andaba adormilado con el “soniquete” de la televisión. Después, sin apenas probar bocado, dijo que se iba a la cama
………………………………………………………
Por la mañana, de camino al banco, iba dándole vueltas a lo mismo… El trabajo es cómodo -se decía-. Algunos nervios, sobre todo cuando se juntaba mucha cola delante de la ventanilla y los clientes miraban impacientes el reloj, pero vamos… tampoco es para tanto, y además por la tarde no trabajo…Pasó la mañana bostezando. A medio día, cuando llegó a casa, comió y después de un pestañeo en el sillón, salió con su mujer a dar una vuelta por la ciudad, a ver escaparates. Volvió roto y después de cenar se acostó. Buscaba la cama como un naufrago su tabla. Durmió, durante toda la noche, de un tirón y por la mañana cuando se levantó y se metió en el cuarto de baño para asearse y marcharse a la oficina, lo comprendió todo….El sueño, de nuevo se había repetido. Había soñado que era capaz de volar. La sensación era algo indescriptible… remontaba el vuelo y sentía el aire fresco en la cara…, luego planeando bajaba hasta pararse en el pico del tejado y desde allí, suavemente …., al suelo.
Esta vez, en su sueño. Incluso había enseñado a volar a la gente. Habían venido periodistas que insistían en que eso de volar era imposible.. y el, pacientemente, se lo había explicado y demostrado.
-Por favor, ¿podría hacerme una demostración?
-Si,.. miren.., es muy sencillo. Solamente hay que echar a andar..¿ven?.., luego cogen un poco de “carrerilla”, y hacen así con los brazos, y cuando noten una pequeña resistencia en el pecho y que el corazón late un poquito más aprisa.., se dejan llevar y ..¡ levantan el vuelo !.. ¿ven que fácil?...…Y pasaba por encima de los árboles, y veía las casas debajo.., y salía al campo, y se cruzaba con una bandada de patos….
-¡Eh, ustedes, los de allá abajo!...¿Ven que fácil es?. Recuerden- y les gritaba- Una pequeña resistencia en el pecho y cuando el corazón lata un poquito mas aprisa… entonces…..¡¡¡Arriba!!!…¡Así, así ! –insistía- ¿Ve usted como no era tan difícil?...
-Es verdad,- gritaba un periodista que había conseguido levantar los pies del suelo y se acercaba peligrosamente al anuncio luminoso de una peluquería, en una segunda planta.
-¡ Tenga cuidado! – le había voceado a otro que, mas habilidoso que su colega, volaba por allí.., a mas de doscientos metros de altura….- ¡Que por ahí anda la bandada!
……………………………………………………
Ahora, delante del espejo, tenía la prueba. Entre su ensortijada barba una pluma de ánade real, azul brillante y otra marrón, sin duda del pecho del animal.., eran la prueba…Y se rió a carcajadas imaginando cuántas no habría en el pelo, largo y negro del periodista novato.., y como estaría el pobre, después de toda una noche volando,… ¡¡¡y sin estar entrenado….!!!

viernes, 30 de enero de 2009

Clarice Lispector / Mónica Melo

Cuando era pequeña, Clarice Lispector descubrió la eternidad masticando chicle. La experiencia no le supo nada bien. El regalo feliz y rosa, muy pronto se quedó sin sabor y sin embargo ESO no acababa nunca. Al escupirlo recuperó la calma, se había deshecho por fin de esa cosa nueva, obsequiada, intolerable.
Mi primer contacto con lo infinito sucedió en el patio de La Tablada, tenía cuatro años.
Recuerdo que dije "El mundo no tiene fin".
Todo lo que sigue es una sensación, de ganas de correr, salir, conocer el mundo vedado de "afuera de la casa".
Yo estaba dando vueltas con mi triciclo alrededor del duraznero noble y haroldo, el que jamás dio una fruta digna de ser comida pero sí las flores más felices, primarias y tangibles de aquel barrio.
Los mayores no giraban, a ellos les era permitido subirse a bicicletas y los papás tenían autos y motos.
Cuando yo dejara de girar, me dije, saldría por el portón azul hacia la calle y cruzando la avenida, seguiría pedaleando hasta el cementerio y de allí a la casa de mis abuelos y después a otra ciudad, a una que encontraría en los mapas que tenía mi mamá en los libros.
Yo había visto puntos rojos y brillantes en ellos. Una gama de marrones y de verdes y, dentro del azul, se desteñían tantos blancos como en el cuerpo de una Moby Dick destinada a la paz del arpón que nos mata y no sentimos.
Tengo recuerdos, lo juro, desde mi año y medio de edad. Es un instante.
Mi mamá teniéndome en brazos dándome la mamadera y yo gritando, desesperada, con la cabeza hacia el marco de la puerta viendo todas las cosas al revés, buscando a mi papá, llamándolo desgarrada.
Aquel libro con países que recién ahora puedo nombrar y recorrer lo vi a mis tres. Mi mamá señaló un sitio exacto y dijo muchas cosas que hoy conozco por contextos e historias que me han sido dadas o que yo puedo inventar sin más problemas.
El mundo a mis cuatro años era infinito y jamás se acabaría.
Siempre asocié la eternidad a un viaje.
Hoy escribo estas líneas en China, en un pueblito del sur, con sierras y humo de aceite en sus callejas y pagodas.
Juro que tiene toda la magia de ese caramelo feliz y extraño que la hermana de Clarice le regaló diciéndole "Esto no se acaba nunca". La diferencia radica en que nada de esto pierde su sabor, al contrario. Aquí todo se hace más purpúreo, fiel, intenso, como una espuela clavada a los molinos, ese espejo circular que contra el sol quema el portón, la sangre mansa, nuestras naves.

miércoles, 21 de enero de 2009

El muerto y la bici / Mariela Anastasio

Escuchá: un hombre en una bicicleta lleva en su espalda una palma de flores. Seguro, para un muerto. Seguro para un muerto. O no. O sí, para un muerto. Pensálo. Pensá si es para el muerto. Pensá para qué muerto. Pensá quien murió. ¿Quién? El muerto. ¿Quién? El muerto ¿Quién? ¿Qué muerto? ¿Vos? ¿quién es el hombre que en bicicleta lleva al muerto? ¿Cómo? ¿No llevaba flores? No. Lleva al muerto en su espalda. Lo lleva, al muerto. Lo carga. Pesa. Pensá cuánto pesa. El muerto. ¿Cuánto? Dos hombres van en bicicleta: el vivo y el muerto. Uno lleva al otro (¿Quién a quién?) Pensá. ¿Quién siente? ¿Quién piensa? ¿quién duele? Un hombre lleva flores. En bicicleta. Las lleva. Flores y muerto. Muerte. Lleva tristeza. Una bicicleta lleva dos hombres, dos muertos. Las flores vivas, los hombres no. Pensá en la bicicleta llevando el peso. Pensálo. Va despacio. ¿Cuánto pesa? Pensá en la bicicleta llevando el peso. ¿Quién la conduce (a la bicicleta) ¿adónde va? Una bicicleta y un hombre con una palma en la espalda. Palma-espalda. Para un muerto. Para un muerto querido. La tristeza pesa. La bicicleta. Los pensamientos. Anda lento. Un muerto querido. Se detiene. Se destiñe. El hombre se detiene y se destiñe. Desciende la palma de la mano, y la palma de las flores, la espalda. Llora la bicicleta. Desciende el hombre hasta lo más bajo. Llora la bici. El muerto tácito. La espalda despalmada, desespaldada la espalda palma. Los huesos duelen. Siente que le duele. Le duelen a la bici los pedales. El muerto tácito. Un hombre lleva a un hombre. Un muerto lleva a un vivo, y unas flores muertas viven. Pensálo. La bicicleta a un costado. El hombre anda, el otro no funciona. La vida es rara. Pensálo.

lunes, 19 de enero de 2009

Cansada de posar / Marianne Díaz

No soportas la soledad, porque es en esos breves momentos en que nadie te habla, cuando casi te ves obligada a escucharme. Y no quieres hacerlo, desde hace más de seis años, desde aquella tarde en que escapé de tus labios en forma de un grito enloquecido que te llevó en pocas horas, de la mano de tus padres, al siquiatra.
Entonces las citas, los tratamientos, las medicinas. La voz del médico hablando en términos que aún no comprendías: meleril, fluoxetina. Te diste cuenta pronto de que las personas te trataban de un modo distinto, como a una copa de cristal, como a una caja de explosivos, y entonces, tuviste miedo. Quisiste evitar el rechazo, y descubriste que la única manera era fingirte normal.
Paso por paso, lo fuiste logrando. Los médicos afirmaron que el tratamiento funcionaba maravillosamente, mejor que en ningún otro paciente. La vida en casa volvió a la apacible cotidianidad. Habías logrado lo que querías: encerrarme en lo más hondo de tu oscuro interior, ahogarme en el silencio de tu negación. Entonces, bam. La muerte de tus padres, y la infinita, inmensa, insoportable soledad.
Los escasos parientes que te quedaban, casi completos desconocidos, te vigilaron un poco, sólo un poco. Te diste cuenta de que esperaban verte enloquecer, y fingiste con más fuerza que nunca. Entonces te dejaron en paz, y tú te fuiste a otra ciudad, conseguiste un abundante trabajo, una escasa paga, una habitación inhabitable y una vida. Sólo te quedó seguir fingiendo, pretender que no existo. Pero estoy aquí, a tu lado, siempre, y tú lo sabes muy bien.
Me odias, lo sé, con toda la intensidad de que eres capaz. Pero tenemos tantas cosas en común: ambas detestamos las torpes caricias de tus amantes, ésos que aceptas para no dormir sola noche tras noche. A ambas nos saca de quicio tu jefe, ese tipo asqueroso que te mira con lascivia las piernas cada vez que te das vuelta. Ambas extrañamos nuestro hogar, ése que ya no existe. La diferencia es que tú gimes, sonríes y contienes las lágrimas, siempre fingiendo, mientras yo grito, dentro de ti, y tú intentas aparentar que nada ocurre.
Me odiaste siempre, porque sientes temor a la locura, porque no aceptas que la real soy yo, que tú eres falsa. Tú eres ahora sólo esa máscara que muestras al mundo, esa mujer ficticia, eternamente cansada de posar. Mientras yo, la verdadera yo, desnuda y sin disfraces, esconde su rostro, forzada por tu afán de ser normal.
Durante todos estos años has seguido visitando a los médicos -son otros, pero para ti son los mismos- y gastando pequeñas fortunas en esas pastillas que te ordenan tomar. La amarilla, la rosa, la blanca. Las que me hacen dormir agazapada en el fondo de tus ojos, hasta que pasa el efecto de la droga y regreso, y regresas, y sientes de nuevo ganas de matarme.
Ahora, finalmente, ha llegado el momento. Tendida de ese modo en la cama, pareces dormir; cada vez más pálida, cada vez más fría, abandonándote dócilmente a la nada. Sobre la mesilla de noche, el frasco de las píldoras blancas yace vacío. Sé que restan apenas minutos antes de que todo acabe, así que aprovecho estos escasos instantes en que no puedes hacerme callar, para decirte todo lo que me ha quedado sin decir.
Siempre supe que morías por matarme. Pero jamás pensé que tuvieras el valor.

El portazo / Patricia Gardeu

Pegó un portazo tras gritar: ¿por qué me casaría yo con veinte años?, y se fue a trabajar. Últimamente sólo sabía llorar. Su marido la había abandonado tras treinta años de matrimonio dejándola con el corazón roto y la hipoteca a quince años. Pero esa casa era demasiado grande para ella sola. Los hijos habían volado hacía años huyendo tanto de los gritos como de las caricias. Su trabajo no la contentaba. Sus amigos le parecían marionetas movidas por los hilos de un destino cruel y trágico. Las lecturas en las que se había refugiado años atrás le daban ganas de vomitar. Maldito dinero, pensó. Y entendió que los sueños se habían deshecho de tanto frotar lámparas sin genios dentro. El portazo que dio antes de marcharse fue uno, y sonó en toda la casa, no fue el primero, pero sí sería el último. Había perdido el control.

Chup...chup...chup....¿Es tarde ya? / Juan Manuel Moreno Fiori

Chup, chup, chup…
El tren avanza a gran velocidad, y es a gran velocidad como cambia mi vida, dejo atrás el pasado, mi vida, todo… al igual que el tren deja las frías rocas de la vía en el lejano horizonte. Mecido por mi sueño, visito el mundo onírico, el sonido divagante del tren es una nana que mece mi quimera.
Se abren las puertas de mi existencia y la película filmada hasta ahora por mis ojos, y avanzada a cámara rápida por mi mente, aparece antes mí como mero entretenimiento de algo sin importancia. Es mi vida, es importante para mi… ¿Y para alguien más?
Conozco la respuesta a esta pregunta retórica antes de que mi cabeza grite en voz de eco "¡NO!"
El pasar sin marcar a nadie, el pasar en soledad por puro egoísmo y miedo a ser maltratado por el amor, conlleva al vacío.
Nunca me di por completo a nadie, nunca respiré el amor, taponé mi nariz con el miedo.Jamás regalé una caricia sincera sino era para conseguir bien en mi beneficio.
Sexo...vacío
Amistades…lejanas
amilia…inexistente
Vida…en la nada
Es todo lo que me veo sostener en mis manos, un cúmulo de recuerdos que no pesan, no son nada, se los lleva la brisa del mar en el que me encuentro. Océano intenso y extenso, sin nada más que ver más allá, como pasa conmigo.
El momento en que tomé la decisión de apartar mis sentimientos del mundo surgió antes mis ojos como un póster enorme de un concierto, el cantante: mi propia voz interior.
Cerrándome en banda quedé al recibir los trozos de mi roto corazón de manos de esa persona que lo había sido todo para mí, y aún lo sería si hubiera poseído el valor de amarla con intensidad.
"Una relación vana no me hace falta." Dijo entre sollozos abandonando todo esfuerzo porque yo cambiase.Mea culpa, mea culpa, mea culpa….retorna a mis oídos una y otra, y otra vez.
Si hubiera sido capaz de amar al amor, si el miedo irrefrenable que me prohibía darme por entero hubiera sido controlado….no tendría porque ir en ese tren, alejándome de mi pasado, no tendría que estar visionando una vida que no llena nada, porque de NADA se compone, sin emociones, sentimientos y sensibilidad.
Despierto en lágrimas, me agito con brusquedad ubicándome en mi puta realidad.
Limpio mis lágrimas observando con detenimiento mi reflejo en el cristal.
Era un sueño, solo un sueño.
Los sueños no pueden ser cambiados, pero una vida sí.
¿Tendría una segunda oportunidad alguien como yo?
Rogué porque así fuera. Cerré mis ojos arrepintiéndome de mi existencia, y brotó de mis ojos una última lágrima que limpió mis pecados, a su vez, mi piel brillo con luminosidad y tersura de antaño, mis manos castigadas por el tiempo, retornaron jóvenes y fuertes, obsequiadas de un color moreno, mis años volaron en cada parpadeó hasta quedar en un jovenzuelo, igual a aquel muchacho al que habían roto el corazón.
Este cambio fue interior, la juventud alimentó mis venas.
"No es tarde" Escuché de mis labios jadeando como un chaval corriendo por aquella estación.
"Aún no es tarde" Pensé al subir las escaleras de aquel viejo edificio.
"No puede ser tarde…" Supliqué tocando al timbre del piso en la dirección correcta.
Abrió la puerta una anciana mujer con un pequeño niño en sus brazos, seguramente su nieto. Asombrado por mantener aún la belleza del pasado, retiré mi sombrero de mi cabeza y me incliné hacia ella.
-Estas preciosa, Alicia. -le susurré.-No has cambiado nada, Rafael. -me contestó con media sonrisa en la cara, inundando esa mirada tierna de un calor sorprendente.-Te equivocas, sí he cambiado, por fin he cambiado. -La miré con timidez. -¿Es tarde ya?-Ahora ya no.
Sus palabras se ahogaron en un gran abrazo que unió para siempre dos corazones que yo me empeñé en separar con mis miedos.
Tras 40 años…no era tarde.

lunes, 12 de enero de 2009

Ausencia / Carlos Landi

Frio, mucho adentro.
Afuera calor, mucho.
No estoy encerrado, puedo salir cuando quiera, pero no quiero salir porque no podria volver a entrar.
Un sweater, zapatillas, una bermuda y un celular, ah me olvidaba mi DNI!
Cuatro contraseñas, solo 4, largas contraseñas con truquitos para no olvidarlas, puedo olvidarme el DNI pero no las contraseñas, ellas son todo.
Creanme que el frio es doloroso, vuelve a colarse en mi espalda y exige mas participacion en estas lineas.
Las cuentas regresivas se congelan, cada segundo es mas lento por obra del frio, los ultimos diez minutos sirvieron para que pueda pensar lo que no pense en todo un año.
Fue un año de ausencia, si alguien me pide un balance, dire ausencia y no explicare el por que de mi conclusion.
Pude escuchar otra voz hace un instante, creyendome un ser pensante me hizo una pregunta y yo conteste tres veces no.
Ausencia, aqui lo dejo estimado lector vuelvo al calor del afuera.

sábado, 10 de enero de 2009

Epo-lénep / María Eugenia González

Fue suficientemente rápido como para que no lograse darme cuenta en ese instante y suficientemente rotundo como para que todavía tenga alguna repercusión en mí. No logré comprenderlo al principio y dudo que en este momento lo comprenda.
Cuando conseguí ese brillo particular, ese que solo poseen las luciérnagas en alguna noche de primavera, me di cuenta de lo que estaba ocurriendo, ya había ocurrido antes -una sola vez- pero había ocurrido y hasta el día de hoy no lo olvido.
Luego encontré esas canciones que no dicen nada, aunque creen contarlo todo: la verdad, el amor, la acción, el odio, el olvido, el desacuerdo, el engaño y hasta el deseo. Una nada que conforma un todo, un suceso aislado que pernoctando se hila como situación enredándose en una telaraña. Si allí se recitara todo lo que esas canciones no lograron contar, no podrías discernir quien la tejió, tal como Penélope, es preferible a veces esperar en paz.
El tejido jamás concluye, jamás se comprende, decidiste velar una maraña de lana, solo para destejerla, así no dormirías. Pues creíste que sin dormir no habría sueños, creíste haber encontrado la solución.
No habría blues que te grite una verdad, ni siquiera identidad, nunca adivinarás quién teje, nunca aceptarás a quien esperas.
Era un dorso, un reverso, un detrás, una espalda, un revés, había girado su eje de tal forma que no percibía ni siquiera aquella estrella de la que decía ser dueña, era en vano conseguir acomodar la espina dorsal, estaba en otro mundo, ya no veía lo que creía ver, ya no destejía, ya ni siquiera esperaba.
Sólo era un brillo de luciérnaga.
A veces una persona simplemente se cansa, hay partidas que son mas atrayentes para el espectador que para quien participa de ellas.

Al derecho o al revés la situación sería la misma, incomprensible y hasta insufrible, solo así se percibía todo. Veo a Penélope y lloro, ella intentó enderezarse, conseguir el equilibrio, volver a un eje, a su propio eje. Para ello no debía reflexionar, soltó las agujas y comenzó experimentar, un frenesí, un sinfín de posibilidades.
Si ya no velaba a una madeja, ya no esperaba y sería libre. Pero cómo no volver a su ritual, ese que la hilaba con su mundo de deseo y fantasía, de brillo de luciérnaga. Debía experimentar y así lo hizo, comerció con mercaderes todo tipo de especias, cambio azafrán por pimienta, recorrió caminos y formas.
En esos senderos almas muchas con exuberantes invitaciones lograron aparecérsele. Penélope aceptaba, pero ninguna logró habitarla; existía una melodía aún zumbando entre sus pensamientos: era la de esas canciones que no dicen nada.

Finalmente volvía a sentirse como la araña,
una vez más deseosa de concluir su tarea;
era ella quien debía hilar esa situación:
volvería a ser un brillo de luciérnaga que espera sin eje,
pero que aún logra brillar esperanzada.

viernes, 9 de enero de 2009

El fantasma de Horacio / Lucero Balcazar

Todas las noches me acuesto contigo, platicamos de lo que hicimos en el pasado. Es increible que te hayas pasado de vivo, un fantasma vivo que camina por mi casa, se sienta a mi mesa y sueña aún conmigo y te entrego papelitos con poemas y tu respuesta es siempre la misma: Tic-Tac, Tic-Tac, y esa foto donde fumas y te vuelves, y me vuelves humo.

miércoles, 7 de enero de 2009

Veredicto / Ana María Fuster

¿Qué harías si tan sólo te quedara una semana de vida? Las palabras del asesino convicto penetraron como un cuchillo a través de las venas de su abogada. La licenciada López se asustó tanto que se marchó a su casa y canceló sus compromisos del día, del otro y del siguiente. Le nació una obsesión que consistía en pararse frente al espejo dos, cinco y hasta veinte veces desde el amanecer hasta ponerse el sol. Según se aproximaba el séptimo día, su imagen era más difusa a través el espejo y sus pies se hundían entre las losetas. Finalmente llegó el momento marcado por el calendario, la sentencia del reo ya no la asustaba y se sonrió sin verse en el espejo. Al regresar a donde el preso, le habló; él giró su cabeza sin ver nada, comenzaba a ponerse nervioso. La abogada le susurró al oído: te tengo mi respuesta; en una semana ¿qué haría? lo de siempre, fingir que vivo.
De Bocetos de una ciudad silente.
http://bocetosdeselene.blogspot.com
Libros publicados: Verdades Caprichosas (First Book Pub. 2002), Réquiem (Isla Negra Eds. 2005), El libro de las sombras (Isla Negra Eds. 2006), Leyendas de Misterio (Ed. Alfaguara infantil 2006) y Bocetos de una ciudad silente (Isla Negra Eds. 2007)

lunes, 29 de diciembre de 2008

El ángel de la guarda / Mita Ruiz

Los días transcurrían lentos, suaves, como si nunca acabasen. Envueltos por ella, con sus ojos azules, su pelo claro y sus recuerdos de antojos de chocolate del embarazo. Le contaba mi día sin parar. Había estado en casa de Enrique, el más culto y relajado de la familia, pensé que él me entendería. Porque me había sucedido algo incomprensible cuando estaba recogiendo las hojas de malva. Apareció una vaca, gigantesca, y me lanzó los cuernos. Le relataba a Enrique, sonriente y paciente, que no comprendía por qué la vaca me lanzaba los cuernos, ni siquiera me había acercado a ella, fue ella la que vino hasta mi escondite. Sucedían a lo largo del día cosas increíbles. Como aquel día, cuando ella estaba peinando mi melena larga con trenzas enlazadas encima de la cabeza o coleta de caballo, tuve que gritar. Qué idea más rara tenía de dejar el pelo hasta la cintura, era un martirio eso. Había unos hombres arreglando los adoquines de la calle. Pensé que hablaba en voz alta para que la oyeran ellos, sus cómplices. Se lo dije sin titubear: ¡No llames a tus cómplices! Una risa inundó el patio de buganvillas.Ya no podía tumbarme en las baldosas del suelo, porque había llegado el señor otoño, y las puertas -siempre abiertas- estaban cerradas. La lentitud de los días de lluvia hasta la hora de dormir cuando llegaba la dulce compañía.
Dulce Compañía: En unos minutos entrarás en otro mundo. ¿Qué deseas para hoy?
Niña: Deseo un traje como ese de esta foto.

lunes, 22 de diciembre de 2008

¿Tienes miedo? / Ninive

No sigas leyendo.
Estoy rastreando tu dirección...
.
.
Ya se donde vives. Puedo seguirte. Tienes pocas opciones de escapar.
A partir de ahora mira siempre tras de ti. Te avisé.
Ahora... estoy esperando...

viernes, 19 de diciembre de 2008

Aunque no llueva / Saray Pavón Márquez

Sólo hay un punto anaranjado y, a veces, el destello se expande por el cenicero. Noto como me voy consumiendo con el cigarro. Despacio. Alargo las caladas como si estuviese saboreando algún dulce, pero sé que me voy envenenando. Cuando lo acabo voy al cuarto de baño. Enciendo la luz, me lavo los dientes y las manos para eliminar los restos que me delatan, para intentar no sentir que vuelvo a fumar. Me miro en el espejo un instante y me doy cuenta de que llevo la camiseta al revés.
Son las 3 y media de la mañana. Todos duermen y yo pienso en ti. Me pongo alguna canción, tomo café, miro algunas páginas web y, de nuevo, vuelves a estar en mi mente. Pero ya no hay no-tiempos, ni ruido. Las galletas se han caducado y mi voz no suena igual. Se que hay cosas que no son para siempre y, entre ellas, los "te quieros".
Me levanto a rellenar la taza, luego me siento frente a mi ordenador y hoy llueve aunque no llueva.

Globo / Gonzalo del Rosario

La niña pequeña caminaba con su madre cuando el globo voló. Desesperada fue tras él entre la mirada indiferente y la risa transeúnte.
Una estatua humana perdió el equilibrio, sin embargo, fiel a su consigna, no se movió, la niña corría. Los militantes vociferantes en la puerta del partido ni se inmutaron, la niña gritaba. Los pordioseros solo existían al sentir monedas, la niña clamaba.
Un grupo de jóvenes salían sonrientes de un templo, al verla cruzando la pista, si bien los carros no le hicieron daño, aunque estuvieron cerca del infarto materno, solo atinaron a persignarse.
Al final, cayó en manos de otro niño, tan bonito como ella, éste le sonrió y procedió a entregárselo, su padre le hizo una venia y cuando estiraba las manos, el niño lo reventó. Carcajeándose siguieron caminando.
Ahora la niña comprendía lo que significaba salir de casa.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Alicia / Elle Z

Una brocha llena de pintura blanca se desliza delicadamente sobre la uña, son tres pasadas para dar el acabado final a un trabajo de varias horas. El bote de cristal aparece sobre la mesa de noche donde una taza de porcelana fina, en compañía de una cuchara, aguarda al encargado de la limpieza para sentir las manos deslizándose sobre su cuerpo, con ayuda de un jabón suave; espera ansiosa que no pase mucho tiempo para su siguiente encuentro y ya imagina ser llenada de nuevo con ese líquido caliente, anhela unos labios tibios más que nada. Pero, el silencio impera. Una mano perfectamente hidratada se extiende contra el fondo de una habitación con pocos muebles y paredes bicolor: morado y amarillo. Hay un ligero soplido con aliento a té recién hecho que le insinúa al esmalte la necesidad de secarse inmediatamente. El aroma del cuarto no deja ninguna duda: adentro permanece una mujer.La puerta emite un chillido que se extiende por un par de segundos y asoma una mano de infante, un retazo de rostro y la mitad de una boina café recién lavada. Desde su sofá color vino, ella voltea sin asomo de emoción en sus facciones. —Madre, debemos irnos, ya es tarde.Ella asiente. Se pone de pie y empuja la mesa. Su descuido asesina a la taza buscadora de sueños antes de que vuelva a recibir otro atrevido beso. La besan, la acarician y la aman por su interior, pero luego, la hacen pedazos en el piso de una alfombra cara. La mujer llega a la puerta y toma la perilla con la mano derecha,sin preocuparse por sus acciones, la gira y sale. Un empujón más y el cuarto se convierte de nuevo en un vacío silencio.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Problema resuelto / Manuel Jesús Curiel

Querido diario:Soy maricón. Así, con las siete letras. Higinio: maestro y maricón. Por tres, veintiuna. A gramo por letra, obtenemos los veintiún gramos que separan al vivo del muerto. Quítenme el maricón, el maestro y el Higinio y el resto es la solución al problema: un conjunto vacío y desmembrado de escoria sin remedio.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Circunstancias / Agustín Sánchez

pepito grillo lo tenía todo bien planeado. había hecho siempre lo que debía hacer, de la forma más correcta posible. había aprendido a batir sus alas, había aprendido cómo lo hacían los demás y cuando no le salía bien el tono, no le importaba copiar al resto para aprender su modelo. pepito era un grillo aplicado, sin duda, y su sueño era batir sus alas de forma diferente. pero cuando comenzó a moverse por el mundo, supo que había olvidado un detalle muy importante: las circunstancias. no tuvo en cuenta el dinero, el tiempo, el espacio, la naturaleza, la enfermedad, el dolor, la muerte, el cariño y su ausencia, no sabía que todo lo que le rodeaba, por muy bien que hubiese aprendido la lección, podría dar al traste con sus ilusiones. el día que supo de la música de Mozart o Bach, de las artes y ciencias humanas, o de la constancia de las hormigas, el día que supo que él no era más que un mísero grillo, dejó de batir sus alas. y empezó a pensar y a pensar... un día y otro y otro... hablaba contínuamente con su conciencia. así nació la imagen de pepito grillo........
CIRCUNSTANCIA:(Del lat. circumstantĭa, circum-stantia, lo que está alrededor).
1. f. Accidente de tiempo, lugar, modo, etc., que está unido a la sustancia de algún hecho o dicho.
2. f. Calidad o requisito.
3. f. Conjunto de lo que está en torno a alguien; el mundo en cuanto mundo de alguien.

martes, 25 de noviembre de 2008

Belén se marcha / Pandora

Belén estaba muy enferma. Había luchado con mucha fuerza para ganar la batalla pero cada vez perdía más terreno y el final se acercaba pausada pero constantemente. Sin embargo, los ojos de Belén seguían transmitiendo alegría, tenían una luz especial que hacía que los que la miraban no la compadecieran sino que la admiraran. Era sorprendente la fortaleza de esta mujer. Es duro entender que uno va a morirse en poco tiempo, que te quedan meses, semanas, tal vez solo días... Es duro ser consciente de que dejas muchas cosas, de que hay personas que te necesitarían más tiempo, que sin ti se sienten desamparadas pero tú no puedes hacer nada... Es muy duro saber que vas a cerrar los ojos para dormir unos minutos y que quizá ya no despiertes. ¿Qué se sentirá cuando se tiene la muerte tan cerca? ¿Miedo? ¿Curiosidad? ¿Pánico?Los ojos de Belén miran, observan, se detienen en las caras que van a visitarla. Belén pregunta, se interesa, quiere saber qué tal está fulanito, qué hace menganito... Nadie sabe qué pasa por su cabeza pero ella irradia una luz especial. Sus ojos curiosos sonríen, como quitándole importancia a lo que ocurre, como si no fuera a pasar nada y después de la estancia cada vez más larga en el hospital, Belén fuera a marcharse a su casa y a seguir con su vida de antes. Sabemos que no es así, el final se acerca y no puede hacerse nada. Sin embargo, ella sonríe, hace bromas, no ha perdido las ganas de vivir. Fue duro mirar a los ojos a una persona así, tan valiente, tan sonriente... Dentro de mí la idea de que la muerte estaba cerca no se iba y la miraba, y no podía creérmelo... Quizá lo más duro de ver a Belén, de mirarla, escucharla y observarla no fue que ella pareciera enferma, que estuviera estropeada, triste o desesperada... Lo peor de ver a Belén fue que mientras ella era transmitía tanta luz y ganas de vivir todo fuera falso y el tiempo corre en su contra acercando cada vez el inevitable final.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Un ambiente dominical / Patricio Pacios

Mira el reloj. Toma más té y se acomoda en el asiento. Ahora reposa la vista en la ventana, en su marco rectangular, en su ordinario marrón que no le impide olvidar que eso es un color y no una mera coincidencia de todos los días. Va jugando con los objetos que ve fuera, los descompone en partes iguales y forma números impares con ellos. Luego los une de manera arbitraria para mantenerlos en distintas posiciones (excepto vertical) que no lo convencen. Prueba otras variantes. Mira el reloj. Toma más té y luego bosteza. Hace un pequeño intento para encender la minúscula radio, pero lo deshecha y prefiere rascarse la oreja. Escucha el sonido de los autos al pasar y los va construyendo en su mente en forma instantánea; les pone color (el rojo es el predilecto), conductor, ruedas y los echa a andar con tal suavidad que no parecen moverse, hasta parecería ridículo que algo así fuera capaz de movimiento. Los deja pasear por sus infinitas extensiones hasta que los pierde, los olvida. Mira el reloj. Toma más té y come una galleta. Recuerda al almacenero que se las vendió: un hombre grande de largos brazos y cara escrutadora, con ojos artificiales y el pelo acomodado pero no limpio. Recuerda el precio. Lo compara con el de otras galletas y a veces lo cree demasiado elevado, otras no tanto; hace comparaciones de sabor y forma (lo más importante); también examina el paquete y lo cree apropiado, digno. Es azul en su mayoría, tiene algunos ejemplares estampados en un aparente desorden, algunos signos ilegibles, el contenido neto y el nombre de las galletas. Mira el reloj. Toma más té y mira la taza. La ve vieja y descolorida. La siente ajena. La pierde y comienza a jugar con la cuchara. Traza círculos imaginarios sobre el mantel de plástico, simula colorearlos con simulada destreza, luego los abarca a todos dentro de un círculo mayor y a este, a su vez, lo encuadra con fuerza, como evitando que se escape (como si pudiera hacerlo). Se detiene. Ahora se ve reflejado en la ondulación del utensilio que le parece estúpida, irreal. Se ignora a sí mismo y busca con ella los muebles, los cuadros, las fotos, los espejos, los libros. El reflejo lo aturde y lo evita. Mira el reloj (la hora exacta). Toma más té (el trago justo) y cierra los ojos. La mano no resiste y deja caer la taza que no se rompe, que acompaña en el silbido de la caída al bulto que se desparrama como en un charco de agua. La silla sigue sin moverse. Se oyen apenas las agujas del reloj.
Patricio_pacios@hotmail.com

domingo, 9 de noviembre de 2008

Banzai / Domingo López

Entró por la ventana y dio enseguida varias pasadas rasantes de reconocimiento hasta subir a la lámpara para coger altura y tras haber decidido el objetivo, lanzarse, adiós mari loli, amor mío, hacia la mesa número siete donde Marcelo Bustamante, solterón y viajante de comercio, sorbía melancólicamente, acordándose de una lánguida novieta de juventud, el plato de sopa donde el moscón despechado hizo chof mientras al susodicho señor, absorto en sus cándidas rememoraciones, le supo de pronto la vida y sobre todo el caldo de la cuchara, a mundo cruel.

jueves, 6 de noviembre de 2008

¿Una tapita de alacranes? / Esperanza Rubio

Cleo lo levantó y allí la esperaban los alacranes ensartados en unas brochetas envueltas en aquel papel grasiento. Su amiga los había comprado para acallar sus estómagos que daban sus primeros avisos a esas horas de la mañana.
Estaban en el bullicioso mercado chino de calles repletas de tenderetes que ofrecían a los inquietos paseantes, objetos y alimentos de lo más variado que diera al lugar un colorido espectacular. Cleo se sentía aturdida con tanto ruido.
De un triste restaurante por el que pasaron, salían unos olores que terminaron por convencerlas de comer algo Cleo esperó a su amiga Chinhengkuo sentada en aquella desvencijada mesa para dos. No quiso ser grosera y contuvo estoicamente el asco que le producían aquellos repelentes bichos. Podría ofender a su amiga Chinhengkuo que le ofreció aquellas brochetas como un delicioso manjar. Después de todo, a ella le encantaba tomar caracoles, acompañados de una cerveza bien fresquita. Siempre que su trabajo se lo permitía bajaba desde Madrid al Sur, a comerlos en compañía de unos amigos; y tan bichos son caracoles como los alacranes. Chinhengkuo llegó satisfecha con su paquetito de comida y unos refrescos, lo dejó todo sobre la mesa. Cleo resignada ante aquella situación, sonrió a su amiga que la miraba expectante. Con los ojos cerrados intentó imaginar que comía un pescaíto frito o unas gambas o algo que le gustase; lo introdujo en su boca y sintió el crujir del alacrán entre sus dientes. Abrió los ojos y sonriendo dijo: “Delicioso”

lunes, 3 de noviembre de 2008

Caronte / José Lázaro

No sabía que era su último viaje.
Al montar en la barca, preguntó al barquero su nombre...
-Caronte- respondió sonriendo.

Malentendido / Reyes Vaccaro

La lavadora le dijo al frigorífico; ¿"Por qué eres tan frío ?"
Él se quedó blanco y sólo respondió ; "Tú le das demasiadas vueltas a las cosas ".
La lavadorita, disgustada, no volvió a dirigirle la palabra.
Y todavía hoy, siguen sin hablarse , aunque ambos se alimentan del mismo enchufe.