sábado, 31 de enero de 2009

Que mi mano no te hiera / Miguel Angel

Mientras me abalanzo sobre ella, pienso que ya no está, sueño que ya se ha ido, que no he de segar su vida para recuperar mi equilibrio, que nunca me besó, que nunca habló conmigo, que nunca intentó dejarme para seguir su camino; que no me cegaron los celos, que no me nubló el vino, que tuve el valor de no matarla, de ni haberlo concebido, que sólo de pensarlo me matara yo a mi mismo. Pero ya avanza el cuchillo…, ella lanza un grito, un segundo su rostro me frena, tropiezo, caigo sobre el filo; la sangre es al final la mía,... mi plegaria se ha oído.

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Jorge / Isidro Martínez

El médico examinó detenidamente el resultado de los análisis. Cuando terminó, los dejó sobre la mesa, se recostó en el sillón y se dirigió a Jorge.
-Esto confirma lo que pensaba en un principio. A usted no le ocurre nada…. ¿comprende..?. Así es que no se preocupe y haga su vida normal.
-¿Entonces…?
-Mire,-le interrumpió-, la mente tiene un gran poder sobre el organismo y estoy convencido e que todo es producto de su imaginación… Los resultados de las pruebas que le he mandado son excelentes.., sin duda entro de algún tiempo se le pasará…Se va a tomar- y empezó a escribir en una receta- esto… Es un complejo vitamínico…, y sobre todo, procure pasear y distraerse….
Jorge cogió la receta que el médico le tendía y se levantó de la silla.
-Muchas gracias, doctor, y.. adiós.
Cuando salió a la calle anochecía. Busco una farmacia y, sin mucho convencimiento, compró la medicina. Era el cuarto médico que visitaba y todos habían coincidido en lo mismo,.. su estado de salud era perfecto. Entonces -pensaba-, ¿porqué aquel cansancio?. Era cierto que no había perdido la alegría, incluso sentía una gran paz interior, pero es que el mero hecho de poner los pies en el suelo, cada mañana, le suponía un gran esfuerzo y cuando llegaba a casa a las tres y media de la tarde, lo único que le apetecía era sentarse en un sillón y dormir.
Le había contado a su mujer lo que el creía que era el motivo de su tremendo cansancio; y Lola, después de escucharle pacientemente, le había contestado entre carcajadas…”Pero si te he observado por las noches…, y duermes como un bebé feliz.., incluso sonríes y todo…” Después llevándose un dedo a la sien, apuntando la posibilidad de que estuviera loco, había dado por terminada la conversación. Haciendo estas reflexiones, llegó a su casa arrastrando los pies…
-¡Hola Jorge, ¿eres tú?..
-Si, Lola
-¿Qué te ha dicho el médico?
-Nada, lo de siempre, que mi salud es perfecta y que debe ser algo psicológico.. Me ha mandado…
-¡Vitaminas!, ¿a que sí?
-Eso mismo.
-Bueno, pues entonces no te preocupes. Anda, ayúdame a poner la mesa que vamos a cenar.¿Tienes hambre?...
-Si, de cama. Lola, perdona que no te ayude, pero estoy hecho polvo.., si no te importa te espero sentado en un sillón del comedor. No es posible que esté tan cansado-pensaba-. ¡Pero, si anoche, igual que todas las noches, me metí en la cama a las diez!, y me levanto a las siete y media…¡Son nueve horas! y, además duermo bien…Cuando llegó su mujer con la cena, tuvo que despertarlo. Andaba adormilado con el “soniquete” de la televisión. Después, sin apenas probar bocado, dijo que se iba a la cama
………………………………………………………
Por la mañana, de camino al banco, iba dándole vueltas a lo mismo… El trabajo es cómodo -se decía-. Algunos nervios, sobre todo cuando se juntaba mucha cola delante de la ventanilla y los clientes miraban impacientes el reloj, pero vamos… tampoco es para tanto, y además por la tarde no trabajo…Pasó la mañana bostezando. A medio día, cuando llegó a casa, comió y después de un pestañeo en el sillón, salió con su mujer a dar una vuelta por la ciudad, a ver escaparates. Volvió roto y después de cenar se acostó. Buscaba la cama como un naufrago su tabla. Durmió, durante toda la noche, de un tirón y por la mañana cuando se levantó y se metió en el cuarto de baño para asearse y marcharse a la oficina, lo comprendió todo….El sueño, de nuevo se había repetido. Había soñado que era capaz de volar. La sensación era algo indescriptible… remontaba el vuelo y sentía el aire fresco en la cara…, luego planeando bajaba hasta pararse en el pico del tejado y desde allí, suavemente …., al suelo.
Esta vez, en su sueño. Incluso había enseñado a volar a la gente. Habían venido periodistas que insistían en que eso de volar era imposible.. y el, pacientemente, se lo había explicado y demostrado.
-Por favor, ¿podría hacerme una demostración?
-Si,.. miren.., es muy sencillo. Solamente hay que echar a andar..¿ven?.., luego cogen un poco de “carrerilla”, y hacen así con los brazos, y cuando noten una pequeña resistencia en el pecho y que el corazón late un poquito más aprisa.., se dejan llevar y ..¡ levantan el vuelo !.. ¿ven que fácil?...…Y pasaba por encima de los árboles, y veía las casas debajo.., y salía al campo, y se cruzaba con una bandada de patos….
-¡Eh, ustedes, los de allá abajo!...¿Ven que fácil es?. Recuerden- y les gritaba- Una pequeña resistencia en el pecho y cuando el corazón lata un poquito mas aprisa… entonces…..¡¡¡Arriba!!!…¡Así, así ! –insistía- ¿Ve usted como no era tan difícil?...
-Es verdad,- gritaba un periodista que había conseguido levantar los pies del suelo y se acercaba peligrosamente al anuncio luminoso de una peluquería, en una segunda planta.
-¡ Tenga cuidado! – le había voceado a otro que, mas habilidoso que su colega, volaba por allí.., a mas de doscientos metros de altura….- ¡Que por ahí anda la bandada!
……………………………………………………
Ahora, delante del espejo, tenía la prueba. Entre su ensortijada barba una pluma de ánade real, azul brillante y otra marrón, sin duda del pecho del animal.., eran la prueba…Y se rió a carcajadas imaginando cuántas no habría en el pelo, largo y negro del periodista novato.., y como estaría el pobre, después de toda una noche volando,… ¡¡¡y sin estar entrenado….!!!

viernes, 30 de enero de 2009

Clarice Lispector / Mónica Melo

Cuando era pequeña, Clarice Lispector descubrió la eternidad masticando chicle. La experiencia no le supo nada bien. El regalo feliz y rosa, muy pronto se quedó sin sabor y sin embargo ESO no acababa nunca. Al escupirlo recuperó la calma, se había deshecho por fin de esa cosa nueva, obsequiada, intolerable.
Mi primer contacto con lo infinito sucedió en el patio de La Tablada, tenía cuatro años.
Recuerdo que dije "El mundo no tiene fin".
Todo lo que sigue es una sensación, de ganas de correr, salir, conocer el mundo vedado de "afuera de la casa".
Yo estaba dando vueltas con mi triciclo alrededor del duraznero noble y haroldo, el que jamás dio una fruta digna de ser comida pero sí las flores más felices, primarias y tangibles de aquel barrio.
Los mayores no giraban, a ellos les era permitido subirse a bicicletas y los papás tenían autos y motos.
Cuando yo dejara de girar, me dije, saldría por el portón azul hacia la calle y cruzando la avenida, seguiría pedaleando hasta el cementerio y de allí a la casa de mis abuelos y después a otra ciudad, a una que encontraría en los mapas que tenía mi mamá en los libros.
Yo había visto puntos rojos y brillantes en ellos. Una gama de marrones y de verdes y, dentro del azul, se desteñían tantos blancos como en el cuerpo de una Moby Dick destinada a la paz del arpón que nos mata y no sentimos.
Tengo recuerdos, lo juro, desde mi año y medio de edad. Es un instante.
Mi mamá teniéndome en brazos dándome la mamadera y yo gritando, desesperada, con la cabeza hacia el marco de la puerta viendo todas las cosas al revés, buscando a mi papá, llamándolo desgarrada.
Aquel libro con países que recién ahora puedo nombrar y recorrer lo vi a mis tres. Mi mamá señaló un sitio exacto y dijo muchas cosas que hoy conozco por contextos e historias que me han sido dadas o que yo puedo inventar sin más problemas.
El mundo a mis cuatro años era infinito y jamás se acabaría.
Siempre asocié la eternidad a un viaje.
Hoy escribo estas líneas en China, en un pueblito del sur, con sierras y humo de aceite en sus callejas y pagodas.
Juro que tiene toda la magia de ese caramelo feliz y extraño que la hermana de Clarice le regaló diciéndole "Esto no se acaba nunca". La diferencia radica en que nada de esto pierde su sabor, al contrario. Aquí todo se hace más purpúreo, fiel, intenso, como una espuela clavada a los molinos, ese espejo circular que contra el sol quema el portón, la sangre mansa, nuestras naves.

miércoles, 21 de enero de 2009

El muerto y la bici / Mariela Anastasio

Escuchá: un hombre en una bicicleta lleva en su espalda una palma de flores. Seguro, para un muerto. Seguro para un muerto. O no. O sí, para un muerto. Pensálo. Pensá si es para el muerto. Pensá para qué muerto. Pensá quien murió. ¿Quién? El muerto. ¿Quién? El muerto ¿Quién? ¿Qué muerto? ¿Vos? ¿quién es el hombre que en bicicleta lleva al muerto? ¿Cómo? ¿No llevaba flores? No. Lleva al muerto en su espalda. Lo lleva, al muerto. Lo carga. Pesa. Pensá cuánto pesa. El muerto. ¿Cuánto? Dos hombres van en bicicleta: el vivo y el muerto. Uno lleva al otro (¿Quién a quién?) Pensá. ¿Quién siente? ¿Quién piensa? ¿quién duele? Un hombre lleva flores. En bicicleta. Las lleva. Flores y muerto. Muerte. Lleva tristeza. Una bicicleta lleva dos hombres, dos muertos. Las flores vivas, los hombres no. Pensá en la bicicleta llevando el peso. Pensálo. Va despacio. ¿Cuánto pesa? Pensá en la bicicleta llevando el peso. ¿Quién la conduce (a la bicicleta) ¿adónde va? Una bicicleta y un hombre con una palma en la espalda. Palma-espalda. Para un muerto. Para un muerto querido. La tristeza pesa. La bicicleta. Los pensamientos. Anda lento. Un muerto querido. Se detiene. Se destiñe. El hombre se detiene y se destiñe. Desciende la palma de la mano, y la palma de las flores, la espalda. Llora la bicicleta. Desciende el hombre hasta lo más bajo. Llora la bici. El muerto tácito. La espalda despalmada, desespaldada la espalda palma. Los huesos duelen. Siente que le duele. Le duelen a la bici los pedales. El muerto tácito. Un hombre lleva a un hombre. Un muerto lleva a un vivo, y unas flores muertas viven. Pensálo. La bicicleta a un costado. El hombre anda, el otro no funciona. La vida es rara. Pensálo.

lunes, 19 de enero de 2009

Cansada de posar / Marianne Díaz

No soportas la soledad, porque es en esos breves momentos en que nadie te habla, cuando casi te ves obligada a escucharme. Y no quieres hacerlo, desde hace más de seis años, desde aquella tarde en que escapé de tus labios en forma de un grito enloquecido que te llevó en pocas horas, de la mano de tus padres, al siquiatra.
Entonces las citas, los tratamientos, las medicinas. La voz del médico hablando en términos que aún no comprendías: meleril, fluoxetina. Te diste cuenta pronto de que las personas te trataban de un modo distinto, como a una copa de cristal, como a una caja de explosivos, y entonces, tuviste miedo. Quisiste evitar el rechazo, y descubriste que la única manera era fingirte normal.
Paso por paso, lo fuiste logrando. Los médicos afirmaron que el tratamiento funcionaba maravillosamente, mejor que en ningún otro paciente. La vida en casa volvió a la apacible cotidianidad. Habías logrado lo que querías: encerrarme en lo más hondo de tu oscuro interior, ahogarme en el silencio de tu negación. Entonces, bam. La muerte de tus padres, y la infinita, inmensa, insoportable soledad.
Los escasos parientes que te quedaban, casi completos desconocidos, te vigilaron un poco, sólo un poco. Te diste cuenta de que esperaban verte enloquecer, y fingiste con más fuerza que nunca. Entonces te dejaron en paz, y tú te fuiste a otra ciudad, conseguiste un abundante trabajo, una escasa paga, una habitación inhabitable y una vida. Sólo te quedó seguir fingiendo, pretender que no existo. Pero estoy aquí, a tu lado, siempre, y tú lo sabes muy bien.
Me odias, lo sé, con toda la intensidad de que eres capaz. Pero tenemos tantas cosas en común: ambas detestamos las torpes caricias de tus amantes, ésos que aceptas para no dormir sola noche tras noche. A ambas nos saca de quicio tu jefe, ese tipo asqueroso que te mira con lascivia las piernas cada vez que te das vuelta. Ambas extrañamos nuestro hogar, ése que ya no existe. La diferencia es que tú gimes, sonríes y contienes las lágrimas, siempre fingiendo, mientras yo grito, dentro de ti, y tú intentas aparentar que nada ocurre.
Me odiaste siempre, porque sientes temor a la locura, porque no aceptas que la real soy yo, que tú eres falsa. Tú eres ahora sólo esa máscara que muestras al mundo, esa mujer ficticia, eternamente cansada de posar. Mientras yo, la verdadera yo, desnuda y sin disfraces, esconde su rostro, forzada por tu afán de ser normal.
Durante todos estos años has seguido visitando a los médicos -son otros, pero para ti son los mismos- y gastando pequeñas fortunas en esas pastillas que te ordenan tomar. La amarilla, la rosa, la blanca. Las que me hacen dormir agazapada en el fondo de tus ojos, hasta que pasa el efecto de la droga y regreso, y regresas, y sientes de nuevo ganas de matarme.
Ahora, finalmente, ha llegado el momento. Tendida de ese modo en la cama, pareces dormir; cada vez más pálida, cada vez más fría, abandonándote dócilmente a la nada. Sobre la mesilla de noche, el frasco de las píldoras blancas yace vacío. Sé que restan apenas minutos antes de que todo acabe, así que aprovecho estos escasos instantes en que no puedes hacerme callar, para decirte todo lo que me ha quedado sin decir.
Siempre supe que morías por matarme. Pero jamás pensé que tuvieras el valor.

El portazo / Patricia Gardeu

Pegó un portazo tras gritar: ¿por qué me casaría yo con veinte años?, y se fue a trabajar. Últimamente sólo sabía llorar. Su marido la había abandonado tras treinta años de matrimonio dejándola con el corazón roto y la hipoteca a quince años. Pero esa casa era demasiado grande para ella sola. Los hijos habían volado hacía años huyendo tanto de los gritos como de las caricias. Su trabajo no la contentaba. Sus amigos le parecían marionetas movidas por los hilos de un destino cruel y trágico. Las lecturas en las que se había refugiado años atrás le daban ganas de vomitar. Maldito dinero, pensó. Y entendió que los sueños se habían deshecho de tanto frotar lámparas sin genios dentro. El portazo que dio antes de marcharse fue uno, y sonó en toda la casa, no fue el primero, pero sí sería el último. Había perdido el control.

Chup...chup...chup....¿Es tarde ya? / Juan Manuel Moreno Fiori

Chup, chup, chup…
El tren avanza a gran velocidad, y es a gran velocidad como cambia mi vida, dejo atrás el pasado, mi vida, todo… al igual que el tren deja las frías rocas de la vía en el lejano horizonte. Mecido por mi sueño, visito el mundo onírico, el sonido divagante del tren es una nana que mece mi quimera.
Se abren las puertas de mi existencia y la película filmada hasta ahora por mis ojos, y avanzada a cámara rápida por mi mente, aparece antes mí como mero entretenimiento de algo sin importancia. Es mi vida, es importante para mi… ¿Y para alguien más?
Conozco la respuesta a esta pregunta retórica antes de que mi cabeza grite en voz de eco "¡NO!"
El pasar sin marcar a nadie, el pasar en soledad por puro egoísmo y miedo a ser maltratado por el amor, conlleva al vacío.
Nunca me di por completo a nadie, nunca respiré el amor, taponé mi nariz con el miedo.Jamás regalé una caricia sincera sino era para conseguir bien en mi beneficio.
Sexo...vacío
Amistades…lejanas
amilia…inexistente
Vida…en la nada
Es todo lo que me veo sostener en mis manos, un cúmulo de recuerdos que no pesan, no son nada, se los lleva la brisa del mar en el que me encuentro. Océano intenso y extenso, sin nada más que ver más allá, como pasa conmigo.
El momento en que tomé la decisión de apartar mis sentimientos del mundo surgió antes mis ojos como un póster enorme de un concierto, el cantante: mi propia voz interior.
Cerrándome en banda quedé al recibir los trozos de mi roto corazón de manos de esa persona que lo había sido todo para mí, y aún lo sería si hubiera poseído el valor de amarla con intensidad.
"Una relación vana no me hace falta." Dijo entre sollozos abandonando todo esfuerzo porque yo cambiase.Mea culpa, mea culpa, mea culpa….retorna a mis oídos una y otra, y otra vez.
Si hubiera sido capaz de amar al amor, si el miedo irrefrenable que me prohibía darme por entero hubiera sido controlado….no tendría porque ir en ese tren, alejándome de mi pasado, no tendría que estar visionando una vida que no llena nada, porque de NADA se compone, sin emociones, sentimientos y sensibilidad.
Despierto en lágrimas, me agito con brusquedad ubicándome en mi puta realidad.
Limpio mis lágrimas observando con detenimiento mi reflejo en el cristal.
Era un sueño, solo un sueño.
Los sueños no pueden ser cambiados, pero una vida sí.
¿Tendría una segunda oportunidad alguien como yo?
Rogué porque así fuera. Cerré mis ojos arrepintiéndome de mi existencia, y brotó de mis ojos una última lágrima que limpió mis pecados, a su vez, mi piel brillo con luminosidad y tersura de antaño, mis manos castigadas por el tiempo, retornaron jóvenes y fuertes, obsequiadas de un color moreno, mis años volaron en cada parpadeó hasta quedar en un jovenzuelo, igual a aquel muchacho al que habían roto el corazón.
Este cambio fue interior, la juventud alimentó mis venas.
"No es tarde" Escuché de mis labios jadeando como un chaval corriendo por aquella estación.
"Aún no es tarde" Pensé al subir las escaleras de aquel viejo edificio.
"No puede ser tarde…" Supliqué tocando al timbre del piso en la dirección correcta.
Abrió la puerta una anciana mujer con un pequeño niño en sus brazos, seguramente su nieto. Asombrado por mantener aún la belleza del pasado, retiré mi sombrero de mi cabeza y me incliné hacia ella.
-Estas preciosa, Alicia. -le susurré.-No has cambiado nada, Rafael. -me contestó con media sonrisa en la cara, inundando esa mirada tierna de un calor sorprendente.-Te equivocas, sí he cambiado, por fin he cambiado. -La miré con timidez. -¿Es tarde ya?-Ahora ya no.
Sus palabras se ahogaron en un gran abrazo que unió para siempre dos corazones que yo me empeñé en separar con mis miedos.
Tras 40 años…no era tarde.

lunes, 12 de enero de 2009

Ausencia / Carlos Landi

Frio, mucho adentro.
Afuera calor, mucho.
No estoy encerrado, puedo salir cuando quiera, pero no quiero salir porque no podria volver a entrar.
Un sweater, zapatillas, una bermuda y un celular, ah me olvidaba mi DNI!
Cuatro contraseñas, solo 4, largas contraseñas con truquitos para no olvidarlas, puedo olvidarme el DNI pero no las contraseñas, ellas son todo.
Creanme que el frio es doloroso, vuelve a colarse en mi espalda y exige mas participacion en estas lineas.
Las cuentas regresivas se congelan, cada segundo es mas lento por obra del frio, los ultimos diez minutos sirvieron para que pueda pensar lo que no pense en todo un año.
Fue un año de ausencia, si alguien me pide un balance, dire ausencia y no explicare el por que de mi conclusion.
Pude escuchar otra voz hace un instante, creyendome un ser pensante me hizo una pregunta y yo conteste tres veces no.
Ausencia, aqui lo dejo estimado lector vuelvo al calor del afuera.

sábado, 10 de enero de 2009

Epo-lénep / María Eugenia González

Fue suficientemente rápido como para que no lograse darme cuenta en ese instante y suficientemente rotundo como para que todavía tenga alguna repercusión en mí. No logré comprenderlo al principio y dudo que en este momento lo comprenda.
Cuando conseguí ese brillo particular, ese que solo poseen las luciérnagas en alguna noche de primavera, me di cuenta de lo que estaba ocurriendo, ya había ocurrido antes -una sola vez- pero había ocurrido y hasta el día de hoy no lo olvido.
Luego encontré esas canciones que no dicen nada, aunque creen contarlo todo: la verdad, el amor, la acción, el odio, el olvido, el desacuerdo, el engaño y hasta el deseo. Una nada que conforma un todo, un suceso aislado que pernoctando se hila como situación enredándose en una telaraña. Si allí se recitara todo lo que esas canciones no lograron contar, no podrías discernir quien la tejió, tal como Penélope, es preferible a veces esperar en paz.
El tejido jamás concluye, jamás se comprende, decidiste velar una maraña de lana, solo para destejerla, así no dormirías. Pues creíste que sin dormir no habría sueños, creíste haber encontrado la solución.
No habría blues que te grite una verdad, ni siquiera identidad, nunca adivinarás quién teje, nunca aceptarás a quien esperas.
Era un dorso, un reverso, un detrás, una espalda, un revés, había girado su eje de tal forma que no percibía ni siquiera aquella estrella de la que decía ser dueña, era en vano conseguir acomodar la espina dorsal, estaba en otro mundo, ya no veía lo que creía ver, ya no destejía, ya ni siquiera esperaba.
Sólo era un brillo de luciérnaga.
A veces una persona simplemente se cansa, hay partidas que son mas atrayentes para el espectador que para quien participa de ellas.

Al derecho o al revés la situación sería la misma, incomprensible y hasta insufrible, solo así se percibía todo. Veo a Penélope y lloro, ella intentó enderezarse, conseguir el equilibrio, volver a un eje, a su propio eje. Para ello no debía reflexionar, soltó las agujas y comenzó experimentar, un frenesí, un sinfín de posibilidades.
Si ya no velaba a una madeja, ya no esperaba y sería libre. Pero cómo no volver a su ritual, ese que la hilaba con su mundo de deseo y fantasía, de brillo de luciérnaga. Debía experimentar y así lo hizo, comerció con mercaderes todo tipo de especias, cambio azafrán por pimienta, recorrió caminos y formas.
En esos senderos almas muchas con exuberantes invitaciones lograron aparecérsele. Penélope aceptaba, pero ninguna logró habitarla; existía una melodía aún zumbando entre sus pensamientos: era la de esas canciones que no dicen nada.

Finalmente volvía a sentirse como la araña,
una vez más deseosa de concluir su tarea;
era ella quien debía hilar esa situación:
volvería a ser un brillo de luciérnaga que espera sin eje,
pero que aún logra brillar esperanzada.

viernes, 9 de enero de 2009

El fantasma de Horacio / Lucero Balcazar

Todas las noches me acuesto contigo, platicamos de lo que hicimos en el pasado. Es increible que te hayas pasado de vivo, un fantasma vivo que camina por mi casa, se sienta a mi mesa y sueña aún conmigo y te entrego papelitos con poemas y tu respuesta es siempre la misma: Tic-Tac, Tic-Tac, y esa foto donde fumas y te vuelves, y me vuelves humo.

miércoles, 7 de enero de 2009

Veredicto / Ana María Fuster

¿Qué harías si tan sólo te quedara una semana de vida? Las palabras del asesino convicto penetraron como un cuchillo a través de las venas de su abogada. La licenciada López se asustó tanto que se marchó a su casa y canceló sus compromisos del día, del otro y del siguiente. Le nació una obsesión que consistía en pararse frente al espejo dos, cinco y hasta veinte veces desde el amanecer hasta ponerse el sol. Según se aproximaba el séptimo día, su imagen era más difusa a través el espejo y sus pies se hundían entre las losetas. Finalmente llegó el momento marcado por el calendario, la sentencia del reo ya no la asustaba y se sonrió sin verse en el espejo. Al regresar a donde el preso, le habló; él giró su cabeza sin ver nada, comenzaba a ponerse nervioso. La abogada le susurró al oído: te tengo mi respuesta; en una semana ¿qué haría? lo de siempre, fingir que vivo.
De Bocetos de una ciudad silente.
http://bocetosdeselene.blogspot.com
Libros publicados: Verdades Caprichosas (First Book Pub. 2002), Réquiem (Isla Negra Eds. 2005), El libro de las sombras (Isla Negra Eds. 2006), Leyendas de Misterio (Ed. Alfaguara infantil 2006) y Bocetos de una ciudad silente (Isla Negra Eds. 2007)