domingo, 28 de septiembre de 2008

Chocolate azul / Ana Vega

La primera nevada del año. La casa silenciosa y la chimenea encendida. Todo ordenado, limpio. Ni un solo ruido. Todo quieto, intacto. Los niños aún no se habían despertado. Todavía quedaba algún bombón en la caja. Pocos, muy pocos. Era una caja enorme. Todos de licor. Eso decía el envase: bombones de licor. La abuela estaba allí, junto a la caja, en la cocina. Despedazando los que quedaban. El líquido azul le chorreaba en la falda. Todo en silencio, al fin, pensaba. Todo en silencio. Ya sólo quedaba uno, el último de la caja. Abrió la boca y se lo tragó sin pensar. Cayó al suelo.
Entonces recordó la imagen exacta en la que inyectó el veneno, con la jeringuilla, en el primer bombón. Aquel líquido azul que compró el viernes pasado. Silencio, pensó.

lunes, 22 de septiembre de 2008

La oveja negra / Bernardo Atxaga

Aunque en la época en que Augusto Monterroso escribió sus fábulas todavía existía, el género se encuentra ahora en vías de extinción. Miremos alrededor: no hay excepciones en los rebaños. Escuchemos lo que se dice: se habla mal, constantemente, de los del otro prado, pero contra los que comparten la misma hierba nadie dice ni bé. Perdura, sin embargo, la necesidad que siente todo rebaño de matar de vez en cuando a algún prójimo, de modo que hay ovejas blancas que son separadas de las demás y llevadas lejos, hasta un punto en el que ya no es posible distinguir los colores. "¡Una oveja negra!", gritan entonces los voceras, y la oveja es condenada y muerta, o al revés. No todas sus compañeras se regocijan, algunas inician incluso una protesta. "Hemos matado a una, pero tiene que haber más", grita entonces un cabrón. Se hace enseguida el silencio, y alguien entona, balando, una balada boba.

De Jacques / Eliseo Diego enviado por Sonia Betancort

Llueve en finísimas flechas aceradas sobre el mar agonizante de plomo, cuyo enorme pecho apenas alienta. La proa pesada lo corta con dificultad. En el extremo silencioso se le escucha rasgarlo. Jacques, el corsario, está a la proa. Un parche mugriento cubre el ojo hueco. Inmóvil como una figura de proa sueña la adivinanza trágica de la lluvia. Oscuros galeones navegando ríos ocres. Joyas cavadas espesamente de lianas. Jacques quiere darse vuelta para gritar una orden, pero siente de pronto que la cubierta se estremece, que la quilla cruje, que el barco se encora como si encallase. Un monstruo, no, una mano gigantesca alcanza el barco chorreando. Jacques, inmóvil, observa los negros vellos gruesos como cables.«¿Este?» «Sí, ese» —dice el niño, y envuelven al barco y a Jacques en un papel que la fina llovizna de afuera cubre de densas manchas húmedas. El agua chorrea en la vidriera, y adentro de la tienda la penumbra cierra el espacio vacío con su helado silencio.

Eliseo Diego. «De Jacques», relato perteneciente a su libro Divertimentos, 1946.
Sonia Betancort

Calle abajo / Pilar Aguarón

Una noche de diciembre Elena terminó de recoger la vajilla, se puso el abrigo y en zapatillas bajó despacio las escaleras para tirar la basura al contenedor. Al pisar la acera echó a andar calle abajo con su bolsa de basura en la mano y anduvo y anduvo.

Su familia llenó la ciudad con la foto de su rostro ajado, que los meses, el sol y la lluvia terminaron por desvanecer. Pero Elena no volvió.

sábado, 20 de septiembre de 2008

La cena del orden / Natalia Brandi

Se mudó acá porque aún no llega internet. Al principió lo dudó: el salitre le reseca la piel y le eriza el pelo. Pero el murmullo salado lamiendo las ventanas la sedujo. Esta noche hay viento, la arena se cuela por los ojos de la madera.Enciende las velas y las ubica sobre la mesa del comedor preparada para la cena, un sahumerio encima de la chimenea y más velas en los desniveles del piso. Desde la cocina llegan los vapores de las verduras. Pone música. Se sirve una copa de vino y se sienta en el suelo al lado de la caja de cartón. Del otro lado, una bolsa de plástico negra.Las manos levantan la tapa. Las uñas rojas escarban entre los papeles ordenados. Desde el fondo de la caja saca una computadora portátil, un tintero seco y la pluma. Mete todo en la bolsa. Decide quedarse con el lapiz de madera. Las libretas con las fechas de las vacunas de sus hijos y el certificado de matrimonio,.Los apila y los guarda en un bolsito de tul que ata con un moño de raso. La correspondencia con algún lord inglés perdido en el tiempo, en el mismo tiempo donde quedaron sus orgasmos telefónicos. La rompe en pedazos hasta reducirla al tamaño de las lágrimas y las hunde en el fondo de la bolsa negra.Encuentra un rush un poco reseco, se moja los labios con vino e intenta pintárselos. Es muy viejo, ya no sirve. Pero antes de tirarlo se pone de pie, camina hasta el espejo oval del vestíbulo y escribe: "Yo no soy mis recuerdos". El olor tibio de la cocina la apura a cerrar la bolsa. Descalza sale hasta la puerta y la apoya en el canasto de la basura. Ahora se puede sentar a cenar.

domingo, 14 de septiembre de 2008

El árbol canibal / Genaro Becerra


Ayer, al despertar, toqué las partes de mi cuerpo en su lugar y repasé todos los noticieros posibles para comprobar que seguía vivo y que nada malo sucedió en el CERN de Europa con el acelerador de partículas y sus pruebas del 10 de Septiembre 2008.
Poco tiempo después sufrí el ataque del "complejo green peace".
Si, ya sabes... Esos cinco minutos de ecologista que nos salen a todos cuando sientes que la vida de otros animalitos estuvo o estará en peligro y que al final; te das cuenta que no todo termina en desgracia.

Entonces me dije: Mi mismo, ¿recuerdas ese árbolito que te regalaron en el parque venados cerca del Volcán Popocatepetl para que un día lo sembraras?... Pues te sigue esperando.




Anda... levántate y siembra un árbol.




Chequen la foto que aún venía en su empaque original. Conseguí una maceta y tierra.
Lo sembré en una maceta para que siga creciendo y cuando ya lo vea más fuertecito lo plante en la calle. Por que nunca falta el chamaco menso que pise al tierno árbol y lo heche todo a perder.
Corté la bolsa y me sorprendí de ver sus raíces, si, aunque suene medio menso, las raíces son una parte de un árbol o planta que no vemos muy a menudo.












El siguiente y delicado paso fué el translado sin desmoronar el cartucho de tierra y raíces (con estructura más o menos similar a un mazapán) y centrarlo en la maceta, una vez superado el paso más tierra al rededor y Tadaaaaaaa... se vé bien bonito... snif, snif.


Es el tercer árbol del que tengo cuidado para sembrarlo en mi vida: el primero fué un árbol de limones que actualmente debe medir más o menos un metro y medio.

El segundo un árbol de guayabas que brotó por que enterré una guayaba en la tierra a ver que pasaba y funcionó.

Y éste, es un cedro blanco que, probablemente, verá mi entierro ya que viven más de cien años y para ese entonces yo ya seré abono...
Pinche árbol... siento que me está observando como los caníbales... Te voy a comer, te voy a comer... tarde o temprano, al cabo no tengo prisa.
Y en este momento de terminar la entrada ya estoy pensando bien si me darán ganas de sembrarlo o no en su lugar definitivo.

Genaro Becerra. Escritor de la Novela Planeta Dinero
http://planetadinero.blogspot.com/

Saldrá al público el 24 de Septiembre en editorial Endira http://www.endira.com.mx/

sábado, 13 de septiembre de 2008

Detalles / Ana Girona

Me hallo rodeada de oscuridad efímera.
Si enciendo la luz, todo finalizará. Aunque no lo hago. ¿El por qué? Porque no quiero; toda alma necesita su momento oscuro, ese instante íntimo.
Miro hacia ninguna parte y ese lugar inexistente me trae recuerdos oblicuos e incoherentes. Me levanto de la silla y me fijo en la persiana de mi cuarto: está entreabierta. Por lo cual, entra algo de radiante luminosidad.
Esa extraña luz se refleja en mis ojos. Esa extraña luz ilumina. Sí: ilumina. Y lo hace raramente, creando sombras impactantes, sombras que carecen de vida aunque parezcan rebosantes de ella.
Un insecto extraño entra por mi ventana entreabierta. Me persigue aunque yo no hago más que dar vueltas sobre mí. Ese insecto pretende atacarme cuando menos me lo espere pero yo lo auyento con un simple pensamiento... y se marcha... y no volverá...
Me siento. Me quedo muy quieta escuchando el sonido del silencio mientras imagino el cómo y el porqué de las pequeñas cosas, de los sueños jamás soñados, de los detalles.

sábado, 6 de septiembre de 2008

Sigue soñando / Nisa Arce

Cada mañana, al regresar del trabajo tras su agotadora jornada nocturna, pasaba delante de los mismos lugares y veía a las mismas personas; primero, en la parada del bus, los viajeros se arremolinaban en busca de un poco de espacio, ya lloviese, nevase o hiciera un frío atroz. Luego, los barrenderos, los estudiantes, los guardias que dirigían el tráfico…

En resumidas cuentas, la ciudad ensayaba indefinidamente una coreografía con vistas a un espectáculo que nunca se celebraba. Un baile que, aunque frenético y caótico, tenía cierto encanto.

Y como cada mañana, al pasar delante de los contenedores de basura, veía el mismo par de botas abandonadas en un rincón. No eran unas botas fuera de lo común. De hecho, la piel gastada en la que estaban confeccionadas, los cordones raídos y las suelas agrietadas le daban un aspecto lo que se decía humilde.

Su casa no quedaba lejos y a esas horas acusaba el cansancio, pero cada vez que pasaba delante de las botas, dedicaba unos instantes a preguntarse cómo habrían acabado ahí y de quién serían los pies que las habían lucido. ¿Qué parajes habrían recorrido, qué pecados cometido para merecer quedarse allí, ajenas al interés y el conocimiento de los demás?

Imaginó que habían pertenecido a un montañero que, cansado de la rutina, se dispuso a recorrer las grandes cumbres del planeta sin nada más que una mochila a la espalda y su inseparable par de botas. Tras haber observado el mundo desde su cima decidió regresar al hogar, en el que sus botas trotamundos ya no tenían sentido, y allí se habían quedado, tristes y solitarias, contando su historia a todo aquel que tuviese un poco de tiempo que dedicar a la nada.

Idear un motivo con el que explicar el misterio era su ritual, su manera de otorgar descanso a la mente e ir con ilusión a la cama, en la que reponía fuerzas para enfrentarse al ciclo que, con la caída del sol, se repetiría.

Pero aquella mañana, dicho ciclo se rompió. Se sobresaltó cuando escuchó un fuerte ruido a su derecha. Uno de los encargados del servicio de limpieza del ayuntamiento le miraba con el ceño fruncido, como queriendo pedir en silencio que se apartara. Dio un paso hacia atrás y dejó que hiciera su trabajo, sin protestar cuando el hombre tomó el par de botas y las arrojó en el interior del camión.

Clavó la mirada en la del hombre y no la desvió hasta que el camión, tras ponerse en marcha, se alejó y dobló en la siguiente esquina para continuar su ruta.

La ciudad, la gente que esperaba en la parada del autobús, los guardias, los tenderos de las panaderías y los estudiantes seguían siendo los mismos. Pero le habían arrebatado su breve instante de distracción.

Sacó las llaves, abrió la puerta de casa y se tiró en la cama.

Lo único que le quedaba ahora, era seguir soñando.

Magda y yo / Aily Ramirez

Entre gimoteos escucho esa voz arrugada. Baila la niña, sobre mi, danzarina africana, desenfrenada y en trance; no hagas mucha bulla, gata, que hoy quiero venirme despacio, durar más. Si no, te vas.
Magda, la buena Magda es amiga de Cindy. Cindy tiene el cuerpo partido y el alma pegada con superbonder, las palabras salen de ella atropelladas, sólo cuando consume es más tranquila, puede pronunciar las letras, aún cuando sus ideas son incoherentes; Cindy la rubia, Magda la negra.
Acordes de guitarra, entro en ella, tocar aros profundos de tierra, aprieta. Quiero tenerla en la mañana para después mirarla y recordar que lo mejor es darle un tiro en la nuca. Comer negra y comer man es lo mismo, lo dice Jesús. Comer esclavo, lo dice Mahoma.
Cindy me ha convencido de sudar sobre Magda, los labios se mojan mientras ella yace y respira. Me gusta escucharla cantar en el descanso, mientras levanto la bandera de nuevo. Madrecita, encoñado sí, negra Magda, creí que no me gustaban las negras.
-No vengo más.
La miré despacio, le limpié el sudor de los senos con las manos y le pagué. Mentiras. Ella viene, ella está.
Abrí las ventanas esperando que miles de pájaros llegaran a mí; por el contrario, ratas voladoras de patas deformes y picos estrellados aparecieron en los techos de los apartamentos del frente, cagando cuanto carro pasaba.
Voy a trabajar, bebo café y pienso. Magda es cara. Debo medio salario por andar puteando. Magda es cara.

Llamo a Cindy y me dice que Magda no está; se la come alguien más. Cindy, ven vos, igual no vas a hablar porque tendrás la boca ocupada, y se niega. Insisto en Magda, ¿quién se la comerá? ¿Judas o Pablo, Jesús o Mahoma? ¿Pablo Jesús Contretas o Judas Mahoma Castro?
Los llamo y no saben de ella.
Magda aparece una noche del domingo en mi casa; entra y dice que se devuelve a Barranquilla, la miro con desprecio mientras el aire se vuelve ácido y me corroe dentro.
Quédate bella Magda, negra mía, no importa esta cresta de mierda, no te vayas que quiero seguir culeandote, negra judía, africana sucia, miel. Ella sacude la cabeza y me da un beso, meto la mano y me despido de lo que me importa. Luego, -pao, pao-, las paredes están salpicadas de sangre, mañana las limpio con desengrasante.
Cindy me llama y dice: Magda estaba con usté y no está acá. Le respondo que vino y se despidió -literalmente- y se fue a otras tierras, a Barranquilla creo. Entonces me dijo que el Chulo la andaba buscando y que si no aparecía el Chulo llegaría a mi casa y me demostraría que hasta los neonazis pueden hablar con la cabeza gacha y de rodillas.
-que venga-
Pablo Jesús Contretas y Judas Mahoma Castro me acompañan en la casa, llega el Chulo y otro man y les damos con toda, muerte a putos. Descuartizamos a los maricones –uno tiene piojos-, y a Magda -pero en bolsas aparte, que no se revuelva la sangre-; luego a cada uno lo derretimos entre ácido, en un lugarcito cerquita a la 10ma con 11.
Cindy llama de nuevo. Mamita no pregunte que no sé. No sé nada.
Palabras sordas.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Ni era tan tonto... Ni estaba tan loco / Mercedes Pajarón

¿Qué probabilidades tenía el señor más feo, tonto y loco del barrio de besar a la chica más hermosa que pasa por la calle?
Muy pocas. Poquísimas.
Pues aquel día sucedió.
Ella, joven, y muy hermosa. En contraste con la callejuela, desierta, rancia y sombría.
A la altura de unos contenedores de basura, él se le cruzó. No pudo evitar abrir mucho sus extraviados ojos y mirarla, pasmado.
Los flechazos son así.
-Hola -pudo decir al fin, de forma más o menos espontánea. Era feo, tonto y loco, pero no tímido.
-Hola -respondió ella, que además de joven y hermosa, era educada.
La mirada extraviada actuó con romántico arrojo:
-¿Nos conocemos?
La guapa, que además de joven y educada, era sincera, contestó:
-No lo creo. Me acordaría.
La osadía del señor parecía no tener límites.
-Pues me presento: soy Pedro.
Le tomó la mano con delicado atrevimiento, al tiempo que estampaba dos besos en unas desconcertadas mejillas.
La guapa, que además de educada y sincera, era de reacciones lentas, se vio obligada a responder a aquellas osadas muestras de afecto.
Ante su docilidad, él vio el cielo abierto, y apostó el todo por el todo:
-¡Te invito a un café!
Ella estuvo a punto de declinar la oferta con una de las mil típicas excusas: tengo prisa, otro día, mi abuelita está enferma…Pero la guapa, que además de joven, educada y sincera, era muy atlética, echó a correr a toda velocidad por la callejuela desierta, rancia y sombría.
Él se quedó atónito, y con la única compañía de los contenedores de basura.
De repente, sonrió maliciosamente…
Al menos, había conseguido darle dos besos a la más hermosa.