miércoles, 25 de marzo de 2009

Premio Alfaguara / Andrés Neuman

El escritor argentino Andrés Neuman ha ganado, con su novela 'El viajero del siglo', la XII edición del Premio Alfaguara, que está dotado con 175.000 dólares.
A este premio se han presentado 523 manuscritos procedentes de España y de Latinoamérica.
Considerado uno de los autores más prometedores de los últimos años, a los 22 años publicó su primera novela, 'Bariloche'.
Aquí podeis ver su cuento publicado en nuestro blog

Que comience la función / Julio Bususcovich

Ahora se abrió el telón, pero los actores, no aparecieron, entonces el público se abalanzó sobre el escenario, nunca había ocurrido algo así, el productor y el director que estaban en las primeras filas gritaron: -¿dónde están?-. La obra no comenzó, los actores habían armado sus valijas y salieron por la puerta de atrás. La gente salió en la búsqueda desesperada, habían gritado y sufrido, habían odiado como nunca ocurrió en aquel enorme teatro a cada uno de los protagonistas.
Un niño, gritó:- ¡allá van!-, allí fueron, cruzando las calles de la ciudad, los autos frenaban de inmediato, creyeron que se trataba de un atentado, aquel sábado por la noche, estrellada de conflicto, de dolor por no haber visto el comienzo de la gran obra, que se publicó en diarios, en televisión.
Un anciano gritó: -Allá están-, y allí estaban. Todos subieron a un colectivo y apretujados, el elenco, se mezclaban con las demás personas, no se perdieron de lo principal, pedirles un autógrafo, preguntarles que hacían ellos en el colectivo. La actriz principal, la más vieja de todas, respondió: - Nos vamos, y no sabemos donde-. El colectivero cruzó los semáforos en rojo, veía por el retrovisor a la hermosa actriz de veintitrés con su vestimenta de dama antigua. Un intelectual les preguntó: -¿qué obra iban a representar?-, el viejo de la obra respondió: -No sabemos, lo terrible es que perdimos todos la memoria-.
-¿Cómo?, preguntó la gente del colectivo. Un periodista, grabó cada una de las preguntas de la gente, increíblemente aquella noche se llevó calladito buen material para pasar en su programa de la mañana.
-Si, hemos olvidado los textos que teníamos en la cabeza, por eso huimos del teatro-, respondió la actriz anciana.
Un niño dijo: -pero.... ¿porqué?- y los demás rieron. Y un estudiante de actuación les preguntó cuando dejaron de reirse enloquesidos: -Y la imaginación, ¿dónde está?, ustedes saben cuando improvisar, no pueden irse así porque sí, dejar al público con las ganas-, todos se miraron y supieron que aquel joven les daba una respuesta, de todas maneras, buscaron una respuesta: -joven, dijo la actriz anciana, el público no es tonto y conoce exactamente las obras de Moliere, no podemos mentirles-.
El colectivo se quedó sin aliento. El conductor se bajó y revisó a su mascota que le daba de comer, el elenco bajó con él. El conductor se bajó y revisó a su mascota que le daba de comer, el elenco bajó con él. Algunos esperaron arriba del ómnibus. El elenco, encontró un edificio destruido y empezó a recordar el texto, toda la noche.
Se empezó a nublar, la actriz más joven angustiada dijo: -no podremos. Tenemos que volver y decirles la verdad-. La anciana dijo: -no, tenemos que hacer un esfuerzo de acordarnos-.
La policía llegó. Los detuvo a cada uno de los actores.
- Pero, si la señorita...-, dijo el comisario, sorprendido de ver a la actriz más conocida de la ciudad. Los actores sonrieron ya que el ser conocidos les ayudaría a no estar dentro con los delincuentes.
- ¿Por qué no hacen la obra?-, preguntó el comisario.
- Nos olvidamos, señor comisario-, respondió el joven, con su escopeta de mentira.
- Pero no mienten ustedes, ¿no son actores, a caso, no le hacen creer cosas a la gente que no son?-...
- No es tan sencillo señor comisario, usted no sabe lo que es actuar-, dijo la actriz anciana.
- Sí, yo actué de San Martín en la primaria-, dijo el comisario con su habano en la mano a punto de encenderlo.
-Improvisaremos entonces-...dijeron los actores.
Regresaron al teatro, el productor los esperaba con los brazos cruzados, mientras el director comía empanadas.
- ¿Estas son horas de llegar?...-, gritó el productor al verlos llegar con el comisario.
- Sí señor, tranquilo, ellos van a improvisar-, respondió el comisario, como un chico de siete años.
- ¿Improvisar, no les alcanzó con lo que hicieron?-En el teatro había algo de gente, que no estaba del todo contenta, con sus hijos algunos y con sus nervios a cien por hora.
- Yo pagé , para estos estúpidos-, dijo una señora, de treinta que tenía mucho por delante pero poco arriba , pensaba en el dinero y no en el arte.
- Yo no sé para que vine podría haberme quedado mirando la tele de casa-, dijo una chica de quince con lo anteojos de sol, pleno invierno, en un teatro oscuro.
- Yo al fin creí que eran buenos-, dijo un anciano con el bastón a cuesta.
-Señores y señoras, los actores van actuar-, dijo el comisario al público, alegre al ver aquel bello e inmenso lugar.
El telón se abrió, se escucharon los primeros silbidos, algunos que tenían pasiencia aplaudieron porque aún tenían confianza en algunos artistas. Los actores esta vez, habían olvidado la técnica de improvisar, y se miraron como si fuera la primer clase de teatro, tímidos se reían y el público esta vez, sintió que estaba en un zoológico. El telón siguió abierto durante días, el enorme teatro estuvo clausurado. Algunos pasaban y decían:-¿Te acordás de los actores que no tenían memoria?-, o -pobre , que difícil hacer algo cuando no querés-, así siguió aquel teatro cubierto de silencio y fantasmas, los únicos que lo habitaban , era un viejo elenco, que tomaba mate por la mañana y recordaban aquel suceso como si a ellos les hubiera pasado.

jueves, 12 de marzo de 2009

Arribajos / David López

Apenas abrió los ojos y recuperó la consciencia, se dio cuenta de lo que en realidad había sucedido y no le gustaba en absoluto... Afortunadamente consiguió escapar de esos salvajes y esconderse en el oscuro pinar donde, agotado por completo, perdió el sentido. Se incorporó con un esfuerzo notable mientras los recuerdos le asaltaban y las fuerzas aún debilitadas hacían mella en su vana intentona por caminar completamente erguido hasta el coche que había alquilado la semana anterior. La distancia que recorrió se le hizo eterna y el dolor francamente insoportable. Mientras rebuscaba en los bolsillos delanteros de sus sucios y rasgados pantalones la llave que abriría el Renault, pensaba en el alivio que supondría llegar al hostal que reservó días antes en un pueblo próximo, en darse una buena ducha y abrir una de esas carísimas botellas de vino con las que su hermano "Don Perfecto" le obsequiaba en sus instructivas visitas...
-Menos mal que papá y mamá ya no viven ...
Después de los últimos acontecimientos, lo que era seguro, es que la policía seguía de cerca sus pasos. El estúpido de su hermano, a pesar de sus estudios universitarios y sus cinco idiomas no sospechaba nada. Era su consuelo.
Llegó a la habitación aún tembloroso y se aseguró de que esos salvajes no estuvieran esperándole en la puerta. Siempre había vivido en la capital y nunca se acostumbró al carácter cerrado de esos pueblerinos, más preocupados siempre de su ganado que de sus propios hijos. Había estado casi dos años ejerciendo de maestro de escuela en Arribajos y cuando empezaron los rumores decidió poner tierra de por medio jurándose volver para despedirse. Se duchó y se puso ropa limpia, un bonito traje color marfil que había comprado en las rebajas, se sirvió una copa de vino, después otra y en la segunda botella, se vio con el valor suficiente para empezar a escribir una brevísima nota de despedida:
-Puede que vosotros no me entendáis, pero preguntadle a vuestros hijos, a ellos les gustaba estar conmigo...
Tres días después el teléfono de Don Alfredo Gómez, reputado arquitecto catalán, sonaba y al otro lado alguien que decía ser policía le informaba del hallazgo del cuerpo de su hermano inmerso en la bañera de un hostal.

martes, 3 de marzo de 2009

Tarde de verano / María Amparo Gimeno Pastor

Amparo, se dirigió al balancín, donde se hallaba descansando su marido Germán. Hacía una espléndida tarde de verano, sin nubes y corría una suave brisa de levante, preludio, de unas tormentas que refrescarían el ambiente. Iba vestida con un vestido blanco ibicenco, y chanclas a juego. Un gran collar de turquesas y plata, junto a un brazalete a juego. Algo de maquillaje, y nada más. La joven se acercó, se sentó a lo hindú, reclinando la cabeza sobre el hombro derecho de su marido. Él le cogió sus manitas, y se las acarició con dulzura, con ternura. No hablaron nada, como en las parejas de más tiempo casadas, no lo necesitaban.