Se mudó acá porque aún no llega internet. Al principió lo dudó: el salitre le reseca la piel y le eriza el pelo. Pero el murmullo salado lamiendo las ventanas la sedujo. Esta noche hay viento, la arena se cuela por los ojos de la madera.Enciende las velas y las ubica sobre la mesa del comedor preparada para la cena, un sahumerio encima de la chimenea y más velas en los desniveles del piso. Desde la cocina llegan los vapores de las verduras. Pone música. Se sirve una copa de vino y se sienta en el suelo al lado de la caja de cartón. Del otro lado, una bolsa de plástico negra.Las manos levantan la tapa. Las uñas rojas escarban entre los papeles ordenados. Desde el fondo de la caja saca una computadora portátil, un tintero seco y la pluma. Mete todo en la bolsa. Decide quedarse con el lapiz de madera. Las libretas con las fechas de las vacunas de sus hijos y el certificado de matrimonio,.Los apila y los guarda en un bolsito de tul que ata con un moño de raso. La correspondencia con algún lord inglés perdido en el tiempo, en el mismo tiempo donde quedaron sus orgasmos telefónicos. La rompe en pedazos hasta reducirla al tamaño de las lágrimas y las hunde en el fondo de la bolsa negra.Encuentra un rush un poco reseco, se moja los labios con vino e intenta pintárselos. Es muy viejo, ya no sirve. Pero antes de tirarlo se pone de pie, camina hasta el espejo oval del vestíbulo y escribe: "Yo no soy mis recuerdos". El olor tibio de la cocina la apura a cerrar la bolsa. Descalza sale hasta la puerta y la apoya en el canasto de la basura. Ahora se puede sentar a cenar.
3 comentarios:
Muy bonito Natalia.
Recordar no vale la pena.
Sandra
Has dicho mucho... con pocas palabras.
Recordar nos hace personas
Alberto
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