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sábado, 31 de enero de 2009
Que mi mano no te hiera / Miguel Angel
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Jorge / Isidro Martínez
viernes, 30 de enero de 2009
Clarice Lispector / Mónica Melo
Mi primer contacto con lo infinito sucedió en el patio de La Tablada, tenía cuatro años.
Recuerdo que dije "El mundo no tiene fin".
Todo lo que sigue es una sensación, de ganas de correr, salir, conocer el mundo vedado de "afuera de la casa".
Yo estaba dando vueltas con mi triciclo alrededor del duraznero noble y haroldo, el que jamás dio una fruta digna de ser comida pero sí las flores más felices, primarias y tangibles de aquel barrio.
Los mayores no giraban, a ellos les era permitido subirse a bicicletas y los papás tenían autos y motos.
Cuando yo dejara de girar, me dije, saldría por el portón azul hacia la calle y cruzando la avenida, seguiría pedaleando hasta el cementerio y de allí a la casa de mis abuelos y después a otra ciudad, a una que encontraría en los mapas que tenía mi mamá en los libros.
Yo había visto puntos rojos y brillantes en ellos. Una gama de marrones y de verdes y, dentro del azul, se desteñían tantos blancos como en el cuerpo de una Moby Dick destinada a la paz del arpón que nos mata y no sentimos.
Tengo recuerdos, lo juro, desde mi año y medio de edad. Es un instante.
Mi mamá teniéndome en brazos dándome la mamadera y yo gritando, desesperada, con la cabeza hacia el marco de la puerta viendo todas las cosas al revés, buscando a mi papá, llamándolo desgarrada.
Aquel libro con países que recién ahora puedo nombrar y recorrer lo vi a mis tres. Mi mamá señaló un sitio exacto y dijo muchas cosas que hoy conozco por contextos e historias que me han sido dadas o que yo puedo inventar sin más problemas.
El mundo a mis cuatro años era infinito y jamás se acabaría.
Siempre asocié la eternidad a un viaje.
Hoy escribo estas líneas en China, en un pueblito del sur, con sierras y humo de aceite en sus callejas y pagodas.
Juro que tiene toda la magia de ese caramelo feliz y extraño que la hermana de Clarice le regaló diciéndole "Esto no se acaba nunca". La diferencia radica en que nada de esto pierde su sabor, al contrario. Aquí todo se hace más purpúreo, fiel, intenso, como una espuela clavada a los molinos, ese espejo circular que contra el sol quema el portón, la sangre mansa, nuestras naves.
miércoles, 21 de enero de 2009
El muerto y la bici / Mariela Anastasio
lunes, 19 de enero de 2009
Cansada de posar / Marianne Díaz
Entonces las citas, los tratamientos, las medicinas. La voz del médico hablando en términos que aún no comprendías: meleril, fluoxetina. Te diste cuenta pronto de que las personas te trataban de un modo distinto, como a una copa de cristal, como a una caja de explosivos, y entonces, tuviste miedo. Quisiste evitar el rechazo, y descubriste que la única manera era fingirte normal.
Paso por paso, lo fuiste logrando. Los médicos afirmaron que el tratamiento funcionaba maravillosamente, mejor que en ningún otro paciente. La vida en casa volvió a la apacible cotidianidad. Habías logrado lo que querías: encerrarme en lo más hondo de tu oscuro interior, ahogarme en el silencio de tu negación. Entonces, bam. La muerte de tus padres, y la infinita, inmensa, insoportable soledad.
Los escasos parientes que te quedaban, casi completos desconocidos, te vigilaron un poco, sólo un poco. Te diste cuenta de que esperaban verte enloquecer, y fingiste con más fuerza que nunca. Entonces te dejaron en paz, y tú te fuiste a otra ciudad, conseguiste un abundante trabajo, una escasa paga, una habitación inhabitable y una vida. Sólo te quedó seguir fingiendo, pretender que no existo. Pero estoy aquí, a tu lado, siempre, y tú lo sabes muy bien.
Me odias, lo sé, con toda la intensidad de que eres capaz. Pero tenemos tantas cosas en común: ambas detestamos las torpes caricias de tus amantes, ésos que aceptas para no dormir sola noche tras noche. A ambas nos saca de quicio tu jefe, ese tipo asqueroso que te mira con lascivia las piernas cada vez que te das vuelta. Ambas extrañamos nuestro hogar, ése que ya no existe. La diferencia es que tú gimes, sonríes y contienes las lágrimas, siempre fingiendo, mientras yo grito, dentro de ti, y tú intentas aparentar que nada ocurre.
Me odiaste siempre, porque sientes temor a la locura, porque no aceptas que la real soy yo, que tú eres falsa. Tú eres ahora sólo esa máscara que muestras al mundo, esa mujer ficticia, eternamente cansada de posar. Mientras yo, la verdadera yo, desnuda y sin disfraces, esconde su rostro, forzada por tu afán de ser normal.
Durante todos estos años has seguido visitando a los médicos -son otros, pero para ti son los mismos- y gastando pequeñas fortunas en esas pastillas que te ordenan tomar. La amarilla, la rosa, la blanca. Las que me hacen dormir agazapada en el fondo de tus ojos, hasta que pasa el efecto de la droga y regreso, y regresas, y sientes de nuevo ganas de matarme.
Ahora, finalmente, ha llegado el momento. Tendida de ese modo en la cama, pareces dormir; cada vez más pálida, cada vez más fría, abandonándote dócilmente a la nada. Sobre la mesilla de noche, el frasco de las píldoras blancas yace vacío. Sé que restan apenas minutos antes de que todo acabe, así que aprovecho estos escasos instantes en que no puedes hacerme callar, para decirte todo lo que me ha quedado sin decir.
Siempre supe que morías por matarme. Pero jamás pensé que tuvieras el valor.
El portazo / Patricia Gardeu
Chup...chup...chup....¿Es tarde ya? / Juan Manuel Moreno Fiori
lunes, 12 de enero de 2009
Ausencia / Carlos Landi
sábado, 10 de enero de 2009
Epo-lénep / María Eugenia González
Cuando conseguí ese brillo particular, ese que solo poseen las luciérnagas en alguna noche de primavera, me di cuenta de lo que estaba ocurriendo, ya había ocurrido antes -una sola vez- pero había ocurrido y hasta el día de hoy no lo olvido.
Luego encontré esas canciones que no dicen nada, aunque creen contarlo todo: la verdad, el amor, la acción, el odio, el olvido, el desacuerdo, el engaño y hasta el deseo. Una nada que conforma un todo, un suceso aislado que pernoctando se hila como situación enredándose en una telaraña. Si allí se recitara todo lo que esas canciones no lograron contar, no podrías discernir quien la tejió, tal como Penélope, es preferible a veces esperar en paz.
El tejido jamás concluye, jamás se comprende, decidiste velar una maraña de lana, solo para destejerla, así no dormirías. Pues creíste que sin dormir no habría sueños, creíste haber encontrado la solución.
No habría blues que te grite una verdad, ni siquiera identidad, nunca adivinarás quién teje, nunca aceptarás a quien esperas.
Era un dorso, un reverso, un detrás, una espalda, un revés, había girado su eje de tal forma que no percibía ni siquiera aquella estrella de la que decía ser dueña, era en vano conseguir acomodar la espina dorsal, estaba en otro mundo, ya no veía lo que creía ver, ya no destejía, ya ni siquiera esperaba. Sólo era un brillo de luciérnaga.
A veces una persona simplemente se cansa, hay partidas que son mas atrayentes para el espectador que para quien participa de ellas.
Al derecho o al revés la situación sería la misma, incomprensible y hasta insufrible, solo así se percibía todo. Veo a Penélope y lloro, ella intentó enderezarse, conseguir el equilibrio, volver a un eje, a su propio eje. Para ello no debía reflexionar, soltó las agujas y comenzó experimentar, un frenesí, un sinfín de posibilidades.
Si ya no velaba a una madeja, ya no esperaba y sería libre. Pero cómo no volver a su ritual, ese que la hilaba con su mundo de deseo y fantasía, de brillo de luciérnaga. Debía experimentar y así lo hizo, comerció con mercaderes todo tipo de especias, cambio azafrán por pimienta, recorrió caminos y formas. En esos senderos almas muchas con exuberantes invitaciones lograron aparecérsele. Penélope aceptaba, pero ninguna logró habitarla; existía una melodía aún zumbando entre sus pensamientos: era la de esas canciones que no dicen nada.
Finalmente volvía a sentirse como la araña,
una vez más deseosa de concluir su tarea;
era ella quien debía hilar esa situación:
volvería a ser un brillo de luciérnaga que espera sin eje,
pero que aún logra brillar esperanzada.
viernes, 9 de enero de 2009
El fantasma de Horacio / Lucero Balcazar
miércoles, 7 de enero de 2009
Veredicto / Ana María Fuster
http://bocetosdeselene.blogspot.com
Libros publicados: Verdades Caprichosas (First Book Pub. 2002), Réquiem (Isla Negra Eds. 2005), El libro de las sombras (Isla Negra Eds. 2006), Leyendas de Misterio (Ed. Alfaguara infantil 2006) y Bocetos de una ciudad silente (Isla Negra Eds. 2007)
lunes, 29 de diciembre de 2008
El ángel de la guarda / Mita Ruiz

lunes, 22 de diciembre de 2008
¿Tienes miedo? / Ninive
viernes, 19 de diciembre de 2008
Aunque no llueva / Saray Pavón Márquez
Globo / Gonzalo del Rosario
Una estatua humana perdió el equilibrio, sin embargo, fiel a su consigna, no se movió, la niña corría. Los militantes vociferantes en la puerta del partido ni se inmutaron, la niña gritaba. Los pordioseros solo existían al sentir monedas, la niña clamaba.
Un grupo de jóvenes salían sonrientes de un templo, al verla cruzando la pista, si bien los carros no le hicieron daño, aunque estuvieron cerca del infarto materno, solo atinaron a persignarse.
Al final, cayó en manos de otro niño, tan bonito como ella, éste le sonrió y procedió a entregárselo, su padre le hizo una venia y cuando estiraba las manos, el niño lo reventó. Carcajeándose siguieron caminando.
Ahora la niña comprendía lo que significaba salir de casa.
lunes, 8 de diciembre de 2008
Alicia / Elle Z
lunes, 1 de diciembre de 2008
Problema resuelto / Manuel Jesús Curiel
viernes, 28 de noviembre de 2008
Circunstancias / Agustín Sánchez
martes, 25 de noviembre de 2008
Belén se marcha / Pandora
domingo, 16 de noviembre de 2008
Un ambiente dominical / Patricio Pacios
Patricio_pacios@hotmail.com
domingo, 9 de noviembre de 2008
Banzai / Domingo López
jueves, 6 de noviembre de 2008
¿Una tapita de alacranes? / Esperanza Rubio
Estaban en el bullicioso mercado chino de calles repletas de tenderetes que ofrecían a los inquietos paseantes, objetos y alimentos de lo más variado que diera al lugar un colorido espectacular. Cleo se sentía aturdida con tanto ruido.
De un triste restaurante por el que pasaron, salían unos olores que terminaron por convencerlas de comer algo Cleo esperó a su amiga Chinhengkuo sentada en aquella desvencijada mesa para dos. No quiso ser grosera y contuvo estoicamente el asco que le producían aquellos repelentes bichos. Podría ofender a su amiga Chinhengkuo que le ofreció aquellas brochetas como un delicioso manjar. Después de todo, a ella le encantaba tomar caracoles, acompañados de una cerveza bien fresquita. Siempre que su trabajo se lo permitía bajaba desde Madrid al Sur, a comerlos en compañía de unos amigos; y tan bichos son caracoles como los alacranes. Chinhengkuo llegó satisfecha con su paquetito de comida y unos refrescos, lo dejó todo sobre la mesa. Cleo resignada ante aquella situación, sonrió a su amiga que la miraba expectante. Con los ojos cerrados intentó imaginar que comía un pescaíto frito o unas gambas o algo que le gustase; lo introdujo en su boca y sintió el crujir del alacrán entre sus dientes. Abrió los ojos y sonriendo dijo: “Delicioso”
lunes, 3 de noviembre de 2008
Caronte / José Lázaro
Malentendido / Reyes Vaccaro
domingo, 2 de noviembre de 2008
Poniendo toda la carne en el asador / Curro
Cogí el autobús, iba camino de Plaza Nueva (donde están los Juzgados en Granada) porque tenía un juicio sobre una división de una parcela. Cuando voy a Juicio me gusta ir “solo”, metido en mi mundo y a ser posible sin que nadie me hable. Bien, pues yo ese día en el autobús tenía, precisamente, esa cara … la de “estoy en mi mundo y así quiero seguir, no os acerquéis a mi …”
Acababa de comenzar el recorrido e iba vacío, solo dos ó tres asientos ocupados… En la siguiente parada a la que cogí pasó lo que pasó, paró el conductor y subieron 4 personas … y aquí empieza mi grato recuerdo (se me vino, no sé porque, aquella epístola del Cantar de los Cantares a la cabeza … “aquí llega mi amada, saltando por los caminos … brincando por los collados …, es mi amada un cervatillo, es mi amada un gamo … “). Bien, como apuntaba, estaba plácidamente sentado casi al final y estaba casi vacío, coño, había infinitos sitios libre (es decir, por doquier) ... el asiento que tenía a mi izquierda desnudo, dotado de toda la hermosura, terso, reluciente … De repente, a lo lejos una señora - morrocotuda en sus dimensiones, una descomunal concurrencia de carne, era como una muchedumbre de mórbidas abrazadas … - se quedó mirando a su alrededor moviendo incesantemente los ojos – como si fuera a cruzar la calle – cuando al fin - … ¡ oh maleficio, oh que guarra! ….- los detuvo en mí… Debió pensar: ¡mira que cara de bienhechor tiene ese chico (creo que provoco ese efecto cuando voy con el traje) si parece que viene de tomar la comunión! … Joder, medité, viene hacia aquí… Nuestras miradas se cruzaron… ella pensaba: ¡que cara de misericordia tiene este chico, creo que voy a tener que asir mis nalgas y, haciendo de ellas un sayo, anidarlas a su lado!, …. mientras mi parecer distaba del suyo y así rezaba en mi interior: ¿Esto que pollas es, el puto autobús vacío y viene la marrana ésta a perturbar mi paz (interior)?
Los segundos se sucedían perezosamente, mi respiración además emprendía a quejarse, mi espíritu estaba perdiendo su mansedumbre, se avecinaba un aciago momento, sentía – mientras se acercaba – como mi ser empequeñecía, su presencia era terrorífica, cuasi-demoniaca,… mi cabeza perdía su tamaño – iba pareciéndose cada vez más a la del paciente que espera en la sala del hospital de la película de bitelchus – al tiempo que sus carnes se jactaban en pos de su sabida supremacía …
Y, llegó el momento… me miró fijamente, desafiante, sus mejillas aterciopeladas y de tonalidad rosácea brillaban cual posadera de mandril …. Y me dijo: “échate a un lado” (una frase corta pero que intuía podía encerrar diversos significados …). Pensé: si trememunda masa quiere que me eche a un lado ... puede que me tenga que tirar del autobús por una ventanilla … no era algo fácil lo que me pedía, entrañaba su riesgo ….
Para que pudiera pasar, el que yo me tuviera que “echar a un lado” era una invitación a que me fuese a tomar por culo... pero, bien lejos
Como pudimos, maniobramos, mi carrillo aplastado cual prosélito de baja calaña en época feudal, mi nariz humillada contra la ventanilla de enfrente de nuestro lado de los asientos, mi vida a su merced, mientras su enorme retaguardia iba colonizando el asiento, reduciendo al silencio todo lo que encontraba a su paso …
Lo mejor vino al final, nunca se me olvidará la máxima que tuve el grato placer de escuchar (¡oh, placer inmenso!) aquel día a tan cruento ser … y, dibujando una sonrisa, alcanzando el clímax de la sapiencia, dijo así: “Afú!! que chiquitillos hacen ahora los autobuses … “
Y colorín colorado ....
viernes, 31 de octubre de 2008
Balas perdidas / Rogelio Jarquín
lunes, 27 de octubre de 2008
La condena / Patricia Alba
La gran tragedia del Queen Adelaida / Miguel Baquero
sábado, 11 de octubre de 2008
Perder la virginidad / Nerea Riesco
-Soy un profesional.
-¡Siempre tan tacaña! -protestó Esmeralda-. Esto va a hacer a Marta muy feliz.
El muchacho extendió la mano para recibir sus honorarios con cara de circunstancias.
-Quedará satisfecha, no se preocupen -masculló mientras contaba los billetes.
-Tenga cuidado. Hágame un trabajo fino… mire que es virgen -le advirtió Esmeralda.
-¿Virgen con setenta y cuatro años? -espetó él-. Si lo llego a saber antes hubiese exigido un precio especial. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra. No le pongo pegas a los años que tiene pero esto… ¿Está bien de salud? Que cuando me pongo…
-Todos los hombres sois iguales, da lo mismo la edad, la época… os creéis poseedores de la pilastra que sostiene el planeta ¿eh? ¡Váyase ya, pollo!
Las dos mujeres observaron sonrientes el caminar chulesco de don Juan de saldo del muchacho.
-Es curiosa la cantidad de servicios que uno puede contratar ojeando la página de contactos, ¿verdad? -dijo Petunia.
-Ya te digo.
-¿Tú crees que se parece al de la foto?
-Clavadito.
Marta aún conservaba intacta la gracia de los quince años. Podía ejecutar un charlestón con maestría fumando en una enorme pipa y enrollándose al cuello una boa de plumón rosado para reproducir el Lilí Marleen con voz cadenciosa. Lo que más le gustaba era jugar a las cartas con sus dos amigas, Petunia y Esmeralda, y salir a pasear por las tardes con un caniche enano al que ella llamó Prozac en honor a las pastillitas que le habían devuelto la alegría.
Cuando vio a ese hombretón con voz de telenovela apoyado en el quicio de su puerta con actitud seductora no se lo pensó dos veces. Lo enganchó con su boa plumosa y, a ritmo de tango, lo arrastró hasta su lecho con ojos lascivos. Se agachó para quitarle los zapatos, desabrochó su camisa musitando una melodía y luego le dio un empujón que lo dejó despatarrado sobre le cama. El joven, al verla tan animada, comenzó a lanzarle piropos subidos de tono pero ella le suplicó que mientras durase el acto simplemente le susurrase al oído que la amaba, que siempre la había amado y que, si la dejó plantada en el altar fue porque un inoportuno golpe en la cabeza antes de salir para la iglesia le bloqueó los sentidos y le hizo deambular durante lustros sin recuerdos ni rumbo fijo.
Mientras Marta perdía la virginidad, desde la foto que durante cincuenta años había reposado en el aparador, el joven que nunca había dejado de espiar su soledad con una peliculera sonrisa de tonos sepia, se moría de celos viendo a la que fue su novia haciendo el amor con otro.
Las especies perdidas / Ana Pérez Cañamares
Aquellos animales le decían que no querían subir al arca porque no estaban dispuestos a un matrimonio de conveniencia por salvar la piel. Que amaban más su soltería, le decían.
No pudo hacer nada por convencerles. Desde la cubierta del arca les veía ahogarse, animales de todos los tamaños y pelajes. Le resultaba una visión tan insoportablemente triste y desesperanzada que comenzó a pensar que aquella actitud era en realidad un sacrificio, y que se debía con toda seguridad a una mitificación del amor. Aquellos animales, imaginó Noé, morían soñando con su pareja ideal, ésa que ya nunca tendría oportunidad de amarles, y que quizás se ahogaba también unas cuantas olas pasado el horizonte.
Se lo contó tan bien a sí mismo que acabó por envidiarles.
martes, 7 de octubre de 2008
Despecho / Andrés Neuman
Práctica habitual / Safrika
Él se ríe mientras te da las llaves que dejaste caer afectadamente en el momento del fatal desmayo. Después te mira raro mientras sacude tu ropa de polvo, entorna así los ojos que a ti te parecen como gigantes puertas que se abren y se cierran dejando paso por milésimas de segundo, a lo que intuyes es el más puro placer existente. Va a besarte. No te apartes, mujer. Te quedas quieta y se acerca, pero te dice al oído. - Sé que lo has fingido, el desmayo, y por eso voy a hacerlo. Voy a besarte.Tratas de apartarte tienes cara de estar muerta de vergüenza pero él se adelanta y te besa con lengua. Ahora sí que te flojean las rodillas. Sientes una mezcla de pánico y amor, una humedad en las axilas y las ingles. Te desmayas con el manojo de llaves apretadas en un puño.
Karavana
miércoles, 1 de octubre de 2008
Parricio / Ildiko nassr
domingo, 28 de septiembre de 2008
Chocolate azul / Ana Vega
Entonces recordó la imagen exacta en la que inyectó el veneno, con la jeringuilla, en el primer bombón. Aquel líquido azul que compró el viernes pasado. Silencio, pensó.
lunes, 22 de septiembre de 2008
La oveja negra / Bernardo Atxaga
De Jacques / Eliseo Diego enviado por Sonia Betancort
Eliseo Diego. «De Jacques», relato perteneciente a su libro Divertimentos, 1946.
Calle abajo / Pilar Aguarón
Su familia llenó la ciudad con la foto de su rostro ajado, que los meses, el sol y la lluvia terminaron por desvanecer. Pero Elena no volvió.
sábado, 20 de septiembre de 2008
La cena del orden / Natalia Brandi
domingo, 14 de septiembre de 2008
El árbol canibal / Genaro Becerra
Poco tiempo después sufrí el ataque del "complejo green peace".
Si, ya sabes... Esos cinco minutos de ecologista que nos salen a todos cuando sientes que la vida de otros animalitos estuvo o estará en peligro y que al final; te das cuenta que no todo termina en desgracia.
Entonces me dije: Mi mismo, ¿recuerdas ese árbolito que te regalaron en el parque venados cerca del Volcán Popocatepetl para que un día lo sembraras?... Pues te sigue esperando.
Lo sembré en una maceta para que siga creciendo y cuando ya lo vea más fuertecito lo plante en la calle. Por que nunca falta el chamaco menso que pise al tierno árbol y lo heche todo a perder.Corté la bolsa y me sorprendí de ver sus raíces, si, aunque suene medio menso, las raíces son una parte de un árbol o planta que no vemos muy a menudo.
El siguiente y delicado paso fué el translado sin desmoronar el cartucho de tierra y raíces (con estructura más o menos similar a un mazapán) y centrarlo en la maceta, una vez superado el paso más tierra al rededor y Tadaaaaaaa... se vé bien bonito... snif, snif.
Es el tercer árbol del que tengo cuidado para sembrarlo en mi vida: el primero fué un árbol de limones que actualmente debe medir más o menos un metro y medio.
El segundo un árbol de guayabas que brotó por que enterré una guayaba en la tierra a ver que pasaba y funcionó.
Y éste, es un cedro blanco que, probablemente, verá mi entierro ya que viven más de cien años y para ese entonces yo ya seré abono...
Pinche árbol... siento que me está observando como los caníbales... Te voy a comer, te voy a comer... tarde o temprano, al cabo no tengo prisa.
Y en este momento de terminar la entrada ya estoy pensando bien si me darán ganas de sembrarlo o no en su lugar definitivo.
Genaro Becerra. Escritor de la Novela Planeta Dinero http://planetadinero.blogspot.com/
sábado, 13 de septiembre de 2008
Detalles / Ana Girona
sábado, 6 de septiembre de 2008
Sigue soñando / Nisa Arce
En resumidas cuentas, la ciudad ensayaba indefinidamente una coreografía con vistas a un espectáculo que nunca se celebraba. Un baile que, aunque frenético y caótico, tenía cierto encanto.
Y como cada mañana, al pasar delante de los contenedores de basura, veía el mismo par de botas abandonadas en un rincón. No eran unas botas fuera de lo común. De hecho, la piel gastada en la que estaban confeccionadas, los cordones raídos y las suelas agrietadas le daban un aspecto lo que se decía humilde.
Su casa no quedaba lejos y a esas horas acusaba el cansancio, pero cada vez que pasaba delante de las botas, dedicaba unos instantes a preguntarse cómo habrían acabado ahí y de quién serían los pies que las habían lucido. ¿Qué parajes habrían recorrido, qué pecados cometido para merecer quedarse allí, ajenas al interés y el conocimiento de los demás?
Imaginó que habían pertenecido a un montañero que, cansado de la rutina, se dispuso a recorrer las grandes cumbres del planeta sin nada más que una mochila a la espalda y su inseparable par de botas. Tras haber observado el mundo desde su cima decidió regresar al hogar, en el que sus botas trotamundos ya no tenían sentido, y allí se habían quedado, tristes y solitarias, contando su historia a todo aquel que tuviese un poco de tiempo que dedicar a la nada.
Idear un motivo con el que explicar el misterio era su ritual, su manera de otorgar descanso a la mente e ir con ilusión a la cama, en la que reponía fuerzas para enfrentarse al ciclo que, con la caída del sol, se repetiría.
Pero aquella mañana, dicho ciclo se rompió. Se sobresaltó cuando escuchó un fuerte ruido a su derecha. Uno de los encargados del servicio de limpieza del ayuntamiento le miraba con el ceño fruncido, como queriendo pedir en silencio que se apartara. Dio un paso hacia atrás y dejó que hiciera su trabajo, sin protestar cuando el hombre tomó el par de botas y las arrojó en el interior del camión.
Clavó la mirada en la del hombre y no la desvió hasta que el camión, tras ponerse en marcha, se alejó y dobló en la siguiente esquina para continuar su ruta.
La ciudad, la gente que esperaba en la parada del autobús, los guardias, los tenderos de las panaderías y los estudiantes seguían siendo los mismos. Pero le habían arrebatado su breve instante de distracción.
Sacó las llaves, abrió la puerta de casa y se tiró en la cama.
Lo único que le quedaba ahora, era seguir soñando.
Magda y yo / Aily Ramirez
Llamo a Cindy y me dice que Magda no está; se la come alguien más. Cindy, ven vos, igual no vas a hablar porque tendrás la boca ocupada, y se niega. Insisto en Magda, ¿quién se la comerá? ¿Judas o Pablo, Jesús o Mahoma? ¿Pablo Jesús Contretas o Judas Mahoma Castro?
lunes, 1 de septiembre de 2008
Ni era tan tonto... Ni estaba tan loco / Mercedes Pajarón
Muy pocas. Poquísimas.
Pues aquel día sucedió.
Ella, joven, y muy hermosa. En contraste con la callejuela, desierta, rancia y sombría.
A la altura de unos contenedores de basura, él se le cruzó. No pudo evitar abrir mucho sus extraviados ojos y mirarla, pasmado.
Los flechazos son así.
-Hola -pudo decir al fin, de forma más o menos espontánea. Era feo, tonto y loco, pero no tímido.
-Hola -respondió ella, que además de joven y hermosa, era educada.
La mirada extraviada actuó con romántico arrojo:
-¿Nos conocemos?
La guapa, que además de joven y educada, era sincera, contestó:
-No lo creo. Me acordaría.
La osadía del señor parecía no tener límites.
-Pues me presento: soy Pedro.
Le tomó la mano con delicado atrevimiento, al tiempo que estampaba dos besos en unas desconcertadas mejillas.
La guapa, que además de educada y sincera, era de reacciones lentas, se vio obligada a responder a aquellas osadas muestras de afecto.
Ante su docilidad, él vio el cielo abierto, y apostó el todo por el todo:
-¡Te invito a un café!
Ella estuvo a punto de declinar la oferta con una de las mil típicas excusas: tengo prisa, otro día, mi abuelita está enferma…Pero la guapa, que además de joven, educada y sincera, era muy atlética, echó a correr a toda velocidad por la callejuela desierta, rancia y sombría.
Él se quedó atónito, y con la única compañía de los contenedores de basura.
De repente, sonrió maliciosamente…
Al menos, había conseguido darle dos besos a la más hermosa.