sábado, 31 de enero de 2009

Que mi mano no te hiera / Miguel Angel

Mientras me abalanzo sobre ella, pienso que ya no está, sueño que ya se ha ido, que no he de segar su vida para recuperar mi equilibrio, que nunca me besó, que nunca habló conmigo, que nunca intentó dejarme para seguir su camino; que no me cegaron los celos, que no me nubló el vino, que tuve el valor de no matarla, de ni haberlo concebido, que sólo de pensarlo me matara yo a mi mismo. Pero ya avanza el cuchillo…, ella lanza un grito, un segundo su rostro me frena, tropiezo, caigo sobre el filo; la sangre es al final la mía,... mi plegaria se ha oído.

http://encuatropalabras.blogspot.com/

Jorge / Isidro Martínez

El médico examinó detenidamente el resultado de los análisis. Cuando terminó, los dejó sobre la mesa, se recostó en el sillón y se dirigió a Jorge.
-Esto confirma lo que pensaba en un principio. A usted no le ocurre nada…. ¿comprende..?. Así es que no se preocupe y haga su vida normal.
-¿Entonces…?
-Mire,-le interrumpió-, la mente tiene un gran poder sobre el organismo y estoy convencido e que todo es producto de su imaginación… Los resultados de las pruebas que le he mandado son excelentes.., sin duda entro de algún tiempo se le pasará…Se va a tomar- y empezó a escribir en una receta- esto… Es un complejo vitamínico…, y sobre todo, procure pasear y distraerse….
Jorge cogió la receta que el médico le tendía y se levantó de la silla.
-Muchas gracias, doctor, y.. adiós.
Cuando salió a la calle anochecía. Busco una farmacia y, sin mucho convencimiento, compró la medicina. Era el cuarto médico que visitaba y todos habían coincidido en lo mismo,.. su estado de salud era perfecto. Entonces -pensaba-, ¿porqué aquel cansancio?. Era cierto que no había perdido la alegría, incluso sentía una gran paz interior, pero es que el mero hecho de poner los pies en el suelo, cada mañana, le suponía un gran esfuerzo y cuando llegaba a casa a las tres y media de la tarde, lo único que le apetecía era sentarse en un sillón y dormir.
Le había contado a su mujer lo que el creía que era el motivo de su tremendo cansancio; y Lola, después de escucharle pacientemente, le había contestado entre carcajadas…”Pero si te he observado por las noches…, y duermes como un bebé feliz.., incluso sonríes y todo…” Después llevándose un dedo a la sien, apuntando la posibilidad de que estuviera loco, había dado por terminada la conversación. Haciendo estas reflexiones, llegó a su casa arrastrando los pies…
-¡Hola Jorge, ¿eres tú?..
-Si, Lola
-¿Qué te ha dicho el médico?
-Nada, lo de siempre, que mi salud es perfecta y que debe ser algo psicológico.. Me ha mandado…
-¡Vitaminas!, ¿a que sí?
-Eso mismo.
-Bueno, pues entonces no te preocupes. Anda, ayúdame a poner la mesa que vamos a cenar.¿Tienes hambre?...
-Si, de cama. Lola, perdona que no te ayude, pero estoy hecho polvo.., si no te importa te espero sentado en un sillón del comedor. No es posible que esté tan cansado-pensaba-. ¡Pero, si anoche, igual que todas las noches, me metí en la cama a las diez!, y me levanto a las siete y media…¡Son nueve horas! y, además duermo bien…Cuando llegó su mujer con la cena, tuvo que despertarlo. Andaba adormilado con el “soniquete” de la televisión. Después, sin apenas probar bocado, dijo que se iba a la cama
………………………………………………………
Por la mañana, de camino al banco, iba dándole vueltas a lo mismo… El trabajo es cómodo -se decía-. Algunos nervios, sobre todo cuando se juntaba mucha cola delante de la ventanilla y los clientes miraban impacientes el reloj, pero vamos… tampoco es para tanto, y además por la tarde no trabajo…Pasó la mañana bostezando. A medio día, cuando llegó a casa, comió y después de un pestañeo en el sillón, salió con su mujer a dar una vuelta por la ciudad, a ver escaparates. Volvió roto y después de cenar se acostó. Buscaba la cama como un naufrago su tabla. Durmió, durante toda la noche, de un tirón y por la mañana cuando se levantó y se metió en el cuarto de baño para asearse y marcharse a la oficina, lo comprendió todo….El sueño, de nuevo se había repetido. Había soñado que era capaz de volar. La sensación era algo indescriptible… remontaba el vuelo y sentía el aire fresco en la cara…, luego planeando bajaba hasta pararse en el pico del tejado y desde allí, suavemente …., al suelo.
Esta vez, en su sueño. Incluso había enseñado a volar a la gente. Habían venido periodistas que insistían en que eso de volar era imposible.. y el, pacientemente, se lo había explicado y demostrado.
-Por favor, ¿podría hacerme una demostración?
-Si,.. miren.., es muy sencillo. Solamente hay que echar a andar..¿ven?.., luego cogen un poco de “carrerilla”, y hacen así con los brazos, y cuando noten una pequeña resistencia en el pecho y que el corazón late un poquito más aprisa.., se dejan llevar y ..¡ levantan el vuelo !.. ¿ven que fácil?...…Y pasaba por encima de los árboles, y veía las casas debajo.., y salía al campo, y se cruzaba con una bandada de patos….
-¡Eh, ustedes, los de allá abajo!...¿Ven que fácil es?. Recuerden- y les gritaba- Una pequeña resistencia en el pecho y cuando el corazón lata un poquito mas aprisa… entonces…..¡¡¡Arriba!!!…¡Así, así ! –insistía- ¿Ve usted como no era tan difícil?...
-Es verdad,- gritaba un periodista que había conseguido levantar los pies del suelo y se acercaba peligrosamente al anuncio luminoso de una peluquería, en una segunda planta.
-¡ Tenga cuidado! – le había voceado a otro que, mas habilidoso que su colega, volaba por allí.., a mas de doscientos metros de altura….- ¡Que por ahí anda la bandada!
……………………………………………………
Ahora, delante del espejo, tenía la prueba. Entre su ensortijada barba una pluma de ánade real, azul brillante y otra marrón, sin duda del pecho del animal.., eran la prueba…Y se rió a carcajadas imaginando cuántas no habría en el pelo, largo y negro del periodista novato.., y como estaría el pobre, después de toda una noche volando,… ¡¡¡y sin estar entrenado….!!!

viernes, 30 de enero de 2009

Clarice Lispector / Mónica Melo

Cuando era pequeña, Clarice Lispector descubrió la eternidad masticando chicle. La experiencia no le supo nada bien. El regalo feliz y rosa, muy pronto se quedó sin sabor y sin embargo ESO no acababa nunca. Al escupirlo recuperó la calma, se había deshecho por fin de esa cosa nueva, obsequiada, intolerable.
Mi primer contacto con lo infinito sucedió en el patio de La Tablada, tenía cuatro años.
Recuerdo que dije "El mundo no tiene fin".
Todo lo que sigue es una sensación, de ganas de correr, salir, conocer el mundo vedado de "afuera de la casa".
Yo estaba dando vueltas con mi triciclo alrededor del duraznero noble y haroldo, el que jamás dio una fruta digna de ser comida pero sí las flores más felices, primarias y tangibles de aquel barrio.
Los mayores no giraban, a ellos les era permitido subirse a bicicletas y los papás tenían autos y motos.
Cuando yo dejara de girar, me dije, saldría por el portón azul hacia la calle y cruzando la avenida, seguiría pedaleando hasta el cementerio y de allí a la casa de mis abuelos y después a otra ciudad, a una que encontraría en los mapas que tenía mi mamá en los libros.
Yo había visto puntos rojos y brillantes en ellos. Una gama de marrones y de verdes y, dentro del azul, se desteñían tantos blancos como en el cuerpo de una Moby Dick destinada a la paz del arpón que nos mata y no sentimos.
Tengo recuerdos, lo juro, desde mi año y medio de edad. Es un instante.
Mi mamá teniéndome en brazos dándome la mamadera y yo gritando, desesperada, con la cabeza hacia el marco de la puerta viendo todas las cosas al revés, buscando a mi papá, llamándolo desgarrada.
Aquel libro con países que recién ahora puedo nombrar y recorrer lo vi a mis tres. Mi mamá señaló un sitio exacto y dijo muchas cosas que hoy conozco por contextos e historias que me han sido dadas o que yo puedo inventar sin más problemas.
El mundo a mis cuatro años era infinito y jamás se acabaría.
Siempre asocié la eternidad a un viaje.
Hoy escribo estas líneas en China, en un pueblito del sur, con sierras y humo de aceite en sus callejas y pagodas.
Juro que tiene toda la magia de ese caramelo feliz y extraño que la hermana de Clarice le regaló diciéndole "Esto no se acaba nunca". La diferencia radica en que nada de esto pierde su sabor, al contrario. Aquí todo se hace más purpúreo, fiel, intenso, como una espuela clavada a los molinos, ese espejo circular que contra el sol quema el portón, la sangre mansa, nuestras naves.

miércoles, 21 de enero de 2009

El muerto y la bici / Mariela Anastasio

Escuchá: un hombre en una bicicleta lleva en su espalda una palma de flores. Seguro, para un muerto. Seguro para un muerto. O no. O sí, para un muerto. Pensálo. Pensá si es para el muerto. Pensá para qué muerto. Pensá quien murió. ¿Quién? El muerto. ¿Quién? El muerto ¿Quién? ¿Qué muerto? ¿Vos? ¿quién es el hombre que en bicicleta lleva al muerto? ¿Cómo? ¿No llevaba flores? No. Lleva al muerto en su espalda. Lo lleva, al muerto. Lo carga. Pesa. Pensá cuánto pesa. El muerto. ¿Cuánto? Dos hombres van en bicicleta: el vivo y el muerto. Uno lleva al otro (¿Quién a quién?) Pensá. ¿Quién siente? ¿Quién piensa? ¿quién duele? Un hombre lleva flores. En bicicleta. Las lleva. Flores y muerto. Muerte. Lleva tristeza. Una bicicleta lleva dos hombres, dos muertos. Las flores vivas, los hombres no. Pensá en la bicicleta llevando el peso. Pensálo. Va despacio. ¿Cuánto pesa? Pensá en la bicicleta llevando el peso. ¿Quién la conduce (a la bicicleta) ¿adónde va? Una bicicleta y un hombre con una palma en la espalda. Palma-espalda. Para un muerto. Para un muerto querido. La tristeza pesa. La bicicleta. Los pensamientos. Anda lento. Un muerto querido. Se detiene. Se destiñe. El hombre se detiene y se destiñe. Desciende la palma de la mano, y la palma de las flores, la espalda. Llora la bicicleta. Desciende el hombre hasta lo más bajo. Llora la bici. El muerto tácito. La espalda despalmada, desespaldada la espalda palma. Los huesos duelen. Siente que le duele. Le duelen a la bici los pedales. El muerto tácito. Un hombre lleva a un hombre. Un muerto lleva a un vivo, y unas flores muertas viven. Pensálo. La bicicleta a un costado. El hombre anda, el otro no funciona. La vida es rara. Pensálo.

lunes, 19 de enero de 2009

Cansada de posar / Marianne Díaz

No soportas la soledad, porque es en esos breves momentos en que nadie te habla, cuando casi te ves obligada a escucharme. Y no quieres hacerlo, desde hace más de seis años, desde aquella tarde en que escapé de tus labios en forma de un grito enloquecido que te llevó en pocas horas, de la mano de tus padres, al siquiatra.
Entonces las citas, los tratamientos, las medicinas. La voz del médico hablando en términos que aún no comprendías: meleril, fluoxetina. Te diste cuenta pronto de que las personas te trataban de un modo distinto, como a una copa de cristal, como a una caja de explosivos, y entonces, tuviste miedo. Quisiste evitar el rechazo, y descubriste que la única manera era fingirte normal.
Paso por paso, lo fuiste logrando. Los médicos afirmaron que el tratamiento funcionaba maravillosamente, mejor que en ningún otro paciente. La vida en casa volvió a la apacible cotidianidad. Habías logrado lo que querías: encerrarme en lo más hondo de tu oscuro interior, ahogarme en el silencio de tu negación. Entonces, bam. La muerte de tus padres, y la infinita, inmensa, insoportable soledad.
Los escasos parientes que te quedaban, casi completos desconocidos, te vigilaron un poco, sólo un poco. Te diste cuenta de que esperaban verte enloquecer, y fingiste con más fuerza que nunca. Entonces te dejaron en paz, y tú te fuiste a otra ciudad, conseguiste un abundante trabajo, una escasa paga, una habitación inhabitable y una vida. Sólo te quedó seguir fingiendo, pretender que no existo. Pero estoy aquí, a tu lado, siempre, y tú lo sabes muy bien.
Me odias, lo sé, con toda la intensidad de que eres capaz. Pero tenemos tantas cosas en común: ambas detestamos las torpes caricias de tus amantes, ésos que aceptas para no dormir sola noche tras noche. A ambas nos saca de quicio tu jefe, ese tipo asqueroso que te mira con lascivia las piernas cada vez que te das vuelta. Ambas extrañamos nuestro hogar, ése que ya no existe. La diferencia es que tú gimes, sonríes y contienes las lágrimas, siempre fingiendo, mientras yo grito, dentro de ti, y tú intentas aparentar que nada ocurre.
Me odiaste siempre, porque sientes temor a la locura, porque no aceptas que la real soy yo, que tú eres falsa. Tú eres ahora sólo esa máscara que muestras al mundo, esa mujer ficticia, eternamente cansada de posar. Mientras yo, la verdadera yo, desnuda y sin disfraces, esconde su rostro, forzada por tu afán de ser normal.
Durante todos estos años has seguido visitando a los médicos -son otros, pero para ti son los mismos- y gastando pequeñas fortunas en esas pastillas que te ordenan tomar. La amarilla, la rosa, la blanca. Las que me hacen dormir agazapada en el fondo de tus ojos, hasta que pasa el efecto de la droga y regreso, y regresas, y sientes de nuevo ganas de matarme.
Ahora, finalmente, ha llegado el momento. Tendida de ese modo en la cama, pareces dormir; cada vez más pálida, cada vez más fría, abandonándote dócilmente a la nada. Sobre la mesilla de noche, el frasco de las píldoras blancas yace vacío. Sé que restan apenas minutos antes de que todo acabe, así que aprovecho estos escasos instantes en que no puedes hacerme callar, para decirte todo lo que me ha quedado sin decir.
Siempre supe que morías por matarme. Pero jamás pensé que tuvieras el valor.

El portazo / Patricia Gardeu

Pegó un portazo tras gritar: ¿por qué me casaría yo con veinte años?, y se fue a trabajar. Últimamente sólo sabía llorar. Su marido la había abandonado tras treinta años de matrimonio dejándola con el corazón roto y la hipoteca a quince años. Pero esa casa era demasiado grande para ella sola. Los hijos habían volado hacía años huyendo tanto de los gritos como de las caricias. Su trabajo no la contentaba. Sus amigos le parecían marionetas movidas por los hilos de un destino cruel y trágico. Las lecturas en las que se había refugiado años atrás le daban ganas de vomitar. Maldito dinero, pensó. Y entendió que los sueños se habían deshecho de tanto frotar lámparas sin genios dentro. El portazo que dio antes de marcharse fue uno, y sonó en toda la casa, no fue el primero, pero sí sería el último. Había perdido el control.

Chup...chup...chup....¿Es tarde ya? / Juan Manuel Moreno Fiori

Chup, chup, chup…
El tren avanza a gran velocidad, y es a gran velocidad como cambia mi vida, dejo atrás el pasado, mi vida, todo… al igual que el tren deja las frías rocas de la vía en el lejano horizonte. Mecido por mi sueño, visito el mundo onírico, el sonido divagante del tren es una nana que mece mi quimera.
Se abren las puertas de mi existencia y la película filmada hasta ahora por mis ojos, y avanzada a cámara rápida por mi mente, aparece antes mí como mero entretenimiento de algo sin importancia. Es mi vida, es importante para mi… ¿Y para alguien más?
Conozco la respuesta a esta pregunta retórica antes de que mi cabeza grite en voz de eco "¡NO!"
El pasar sin marcar a nadie, el pasar en soledad por puro egoísmo y miedo a ser maltratado por el amor, conlleva al vacío.
Nunca me di por completo a nadie, nunca respiré el amor, taponé mi nariz con el miedo.Jamás regalé una caricia sincera sino era para conseguir bien en mi beneficio.
Sexo...vacío
Amistades…lejanas
amilia…inexistente
Vida…en la nada
Es todo lo que me veo sostener en mis manos, un cúmulo de recuerdos que no pesan, no son nada, se los lleva la brisa del mar en el que me encuentro. Océano intenso y extenso, sin nada más que ver más allá, como pasa conmigo.
El momento en que tomé la decisión de apartar mis sentimientos del mundo surgió antes mis ojos como un póster enorme de un concierto, el cantante: mi propia voz interior.
Cerrándome en banda quedé al recibir los trozos de mi roto corazón de manos de esa persona que lo había sido todo para mí, y aún lo sería si hubiera poseído el valor de amarla con intensidad.
"Una relación vana no me hace falta." Dijo entre sollozos abandonando todo esfuerzo porque yo cambiase.Mea culpa, mea culpa, mea culpa….retorna a mis oídos una y otra, y otra vez.
Si hubiera sido capaz de amar al amor, si el miedo irrefrenable que me prohibía darme por entero hubiera sido controlado….no tendría porque ir en ese tren, alejándome de mi pasado, no tendría que estar visionando una vida que no llena nada, porque de NADA se compone, sin emociones, sentimientos y sensibilidad.
Despierto en lágrimas, me agito con brusquedad ubicándome en mi puta realidad.
Limpio mis lágrimas observando con detenimiento mi reflejo en el cristal.
Era un sueño, solo un sueño.
Los sueños no pueden ser cambiados, pero una vida sí.
¿Tendría una segunda oportunidad alguien como yo?
Rogué porque así fuera. Cerré mis ojos arrepintiéndome de mi existencia, y brotó de mis ojos una última lágrima que limpió mis pecados, a su vez, mi piel brillo con luminosidad y tersura de antaño, mis manos castigadas por el tiempo, retornaron jóvenes y fuertes, obsequiadas de un color moreno, mis años volaron en cada parpadeó hasta quedar en un jovenzuelo, igual a aquel muchacho al que habían roto el corazón.
Este cambio fue interior, la juventud alimentó mis venas.
"No es tarde" Escuché de mis labios jadeando como un chaval corriendo por aquella estación.
"Aún no es tarde" Pensé al subir las escaleras de aquel viejo edificio.
"No puede ser tarde…" Supliqué tocando al timbre del piso en la dirección correcta.
Abrió la puerta una anciana mujer con un pequeño niño en sus brazos, seguramente su nieto. Asombrado por mantener aún la belleza del pasado, retiré mi sombrero de mi cabeza y me incliné hacia ella.
-Estas preciosa, Alicia. -le susurré.-No has cambiado nada, Rafael. -me contestó con media sonrisa en la cara, inundando esa mirada tierna de un calor sorprendente.-Te equivocas, sí he cambiado, por fin he cambiado. -La miré con timidez. -¿Es tarde ya?-Ahora ya no.
Sus palabras se ahogaron en un gran abrazo que unió para siempre dos corazones que yo me empeñé en separar con mis miedos.
Tras 40 años…no era tarde.

lunes, 12 de enero de 2009

Ausencia / Carlos Landi

Frio, mucho adentro.
Afuera calor, mucho.
No estoy encerrado, puedo salir cuando quiera, pero no quiero salir porque no podria volver a entrar.
Un sweater, zapatillas, una bermuda y un celular, ah me olvidaba mi DNI!
Cuatro contraseñas, solo 4, largas contraseñas con truquitos para no olvidarlas, puedo olvidarme el DNI pero no las contraseñas, ellas son todo.
Creanme que el frio es doloroso, vuelve a colarse en mi espalda y exige mas participacion en estas lineas.
Las cuentas regresivas se congelan, cada segundo es mas lento por obra del frio, los ultimos diez minutos sirvieron para que pueda pensar lo que no pense en todo un año.
Fue un año de ausencia, si alguien me pide un balance, dire ausencia y no explicare el por que de mi conclusion.
Pude escuchar otra voz hace un instante, creyendome un ser pensante me hizo una pregunta y yo conteste tres veces no.
Ausencia, aqui lo dejo estimado lector vuelvo al calor del afuera.

sábado, 10 de enero de 2009

Epo-lénep / María Eugenia González

Fue suficientemente rápido como para que no lograse darme cuenta en ese instante y suficientemente rotundo como para que todavía tenga alguna repercusión en mí. No logré comprenderlo al principio y dudo que en este momento lo comprenda.
Cuando conseguí ese brillo particular, ese que solo poseen las luciérnagas en alguna noche de primavera, me di cuenta de lo que estaba ocurriendo, ya había ocurrido antes -una sola vez- pero había ocurrido y hasta el día de hoy no lo olvido.
Luego encontré esas canciones que no dicen nada, aunque creen contarlo todo: la verdad, el amor, la acción, el odio, el olvido, el desacuerdo, el engaño y hasta el deseo. Una nada que conforma un todo, un suceso aislado que pernoctando se hila como situación enredándose en una telaraña. Si allí se recitara todo lo que esas canciones no lograron contar, no podrías discernir quien la tejió, tal como Penélope, es preferible a veces esperar en paz.
El tejido jamás concluye, jamás se comprende, decidiste velar una maraña de lana, solo para destejerla, así no dormirías. Pues creíste que sin dormir no habría sueños, creíste haber encontrado la solución.
No habría blues que te grite una verdad, ni siquiera identidad, nunca adivinarás quién teje, nunca aceptarás a quien esperas.
Era un dorso, un reverso, un detrás, una espalda, un revés, había girado su eje de tal forma que no percibía ni siquiera aquella estrella de la que decía ser dueña, era en vano conseguir acomodar la espina dorsal, estaba en otro mundo, ya no veía lo que creía ver, ya no destejía, ya ni siquiera esperaba.
Sólo era un brillo de luciérnaga.
A veces una persona simplemente se cansa, hay partidas que son mas atrayentes para el espectador que para quien participa de ellas.

Al derecho o al revés la situación sería la misma, incomprensible y hasta insufrible, solo así se percibía todo. Veo a Penélope y lloro, ella intentó enderezarse, conseguir el equilibrio, volver a un eje, a su propio eje. Para ello no debía reflexionar, soltó las agujas y comenzó experimentar, un frenesí, un sinfín de posibilidades.
Si ya no velaba a una madeja, ya no esperaba y sería libre. Pero cómo no volver a su ritual, ese que la hilaba con su mundo de deseo y fantasía, de brillo de luciérnaga. Debía experimentar y así lo hizo, comerció con mercaderes todo tipo de especias, cambio azafrán por pimienta, recorrió caminos y formas.
En esos senderos almas muchas con exuberantes invitaciones lograron aparecérsele. Penélope aceptaba, pero ninguna logró habitarla; existía una melodía aún zumbando entre sus pensamientos: era la de esas canciones que no dicen nada.

Finalmente volvía a sentirse como la araña,
una vez más deseosa de concluir su tarea;
era ella quien debía hilar esa situación:
volvería a ser un brillo de luciérnaga que espera sin eje,
pero que aún logra brillar esperanzada.

viernes, 9 de enero de 2009

El fantasma de Horacio / Lucero Balcazar

Todas las noches me acuesto contigo, platicamos de lo que hicimos en el pasado. Es increible que te hayas pasado de vivo, un fantasma vivo que camina por mi casa, se sienta a mi mesa y sueña aún conmigo y te entrego papelitos con poemas y tu respuesta es siempre la misma: Tic-Tac, Tic-Tac, y esa foto donde fumas y te vuelves, y me vuelves humo.

miércoles, 7 de enero de 2009

Veredicto / Ana María Fuster

¿Qué harías si tan sólo te quedara una semana de vida? Las palabras del asesino convicto penetraron como un cuchillo a través de las venas de su abogada. La licenciada López se asustó tanto que se marchó a su casa y canceló sus compromisos del día, del otro y del siguiente. Le nació una obsesión que consistía en pararse frente al espejo dos, cinco y hasta veinte veces desde el amanecer hasta ponerse el sol. Según se aproximaba el séptimo día, su imagen era más difusa a través el espejo y sus pies se hundían entre las losetas. Finalmente llegó el momento marcado por el calendario, la sentencia del reo ya no la asustaba y se sonrió sin verse en el espejo. Al regresar a donde el preso, le habló; él giró su cabeza sin ver nada, comenzaba a ponerse nervioso. La abogada le susurró al oído: te tengo mi respuesta; en una semana ¿qué haría? lo de siempre, fingir que vivo.
De Bocetos de una ciudad silente.
http://bocetosdeselene.blogspot.com
Libros publicados: Verdades Caprichosas (First Book Pub. 2002), Réquiem (Isla Negra Eds. 2005), El libro de las sombras (Isla Negra Eds. 2006), Leyendas de Misterio (Ed. Alfaguara infantil 2006) y Bocetos de una ciudad silente (Isla Negra Eds. 2007)

lunes, 29 de diciembre de 2008

El ángel de la guarda / Mita Ruiz

Los días transcurrían lentos, suaves, como si nunca acabasen. Envueltos por ella, con sus ojos azules, su pelo claro y sus recuerdos de antojos de chocolate del embarazo. Le contaba mi día sin parar. Había estado en casa de Enrique, el más culto y relajado de la familia, pensé que él me entendería. Porque me había sucedido algo incomprensible cuando estaba recogiendo las hojas de malva. Apareció una vaca, gigantesca, y me lanzó los cuernos. Le relataba a Enrique, sonriente y paciente, que no comprendía por qué la vaca me lanzaba los cuernos, ni siquiera me había acercado a ella, fue ella la que vino hasta mi escondite. Sucedían a lo largo del día cosas increíbles. Como aquel día, cuando ella estaba peinando mi melena larga con trenzas enlazadas encima de la cabeza o coleta de caballo, tuve que gritar. Qué idea más rara tenía de dejar el pelo hasta la cintura, era un martirio eso. Había unos hombres arreglando los adoquines de la calle. Pensé que hablaba en voz alta para que la oyeran ellos, sus cómplices. Se lo dije sin titubear: ¡No llames a tus cómplices! Una risa inundó el patio de buganvillas.Ya no podía tumbarme en las baldosas del suelo, porque había llegado el señor otoño, y las puertas -siempre abiertas- estaban cerradas. La lentitud de los días de lluvia hasta la hora de dormir cuando llegaba la dulce compañía.
Dulce Compañía: En unos minutos entrarás en otro mundo. ¿Qué deseas para hoy?
Niña: Deseo un traje como ese de esta foto.

lunes, 22 de diciembre de 2008

¿Tienes miedo? / Ninive

No sigas leyendo.
Estoy rastreando tu dirección...
.
.
Ya se donde vives. Puedo seguirte. Tienes pocas opciones de escapar.
A partir de ahora mira siempre tras de ti. Te avisé.
Ahora... estoy esperando...

viernes, 19 de diciembre de 2008

Aunque no llueva / Saray Pavón Márquez

Sólo hay un punto anaranjado y, a veces, el destello se expande por el cenicero. Noto como me voy consumiendo con el cigarro. Despacio. Alargo las caladas como si estuviese saboreando algún dulce, pero sé que me voy envenenando. Cuando lo acabo voy al cuarto de baño. Enciendo la luz, me lavo los dientes y las manos para eliminar los restos que me delatan, para intentar no sentir que vuelvo a fumar. Me miro en el espejo un instante y me doy cuenta de que llevo la camiseta al revés.
Son las 3 y media de la mañana. Todos duermen y yo pienso en ti. Me pongo alguna canción, tomo café, miro algunas páginas web y, de nuevo, vuelves a estar en mi mente. Pero ya no hay no-tiempos, ni ruido. Las galletas se han caducado y mi voz no suena igual. Se que hay cosas que no son para siempre y, entre ellas, los "te quieros".
Me levanto a rellenar la taza, luego me siento frente a mi ordenador y hoy llueve aunque no llueva.

Globo / Gonzalo del Rosario

La niña pequeña caminaba con su madre cuando el globo voló. Desesperada fue tras él entre la mirada indiferente y la risa transeúnte.
Una estatua humana perdió el equilibrio, sin embargo, fiel a su consigna, no se movió, la niña corría. Los militantes vociferantes en la puerta del partido ni se inmutaron, la niña gritaba. Los pordioseros solo existían al sentir monedas, la niña clamaba.
Un grupo de jóvenes salían sonrientes de un templo, al verla cruzando la pista, si bien los carros no le hicieron daño, aunque estuvieron cerca del infarto materno, solo atinaron a persignarse.
Al final, cayó en manos de otro niño, tan bonito como ella, éste le sonrió y procedió a entregárselo, su padre le hizo una venia y cuando estiraba las manos, el niño lo reventó. Carcajeándose siguieron caminando.
Ahora la niña comprendía lo que significaba salir de casa.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Alicia / Elle Z

Una brocha llena de pintura blanca se desliza delicadamente sobre la uña, son tres pasadas para dar el acabado final a un trabajo de varias horas. El bote de cristal aparece sobre la mesa de noche donde una taza de porcelana fina, en compañía de una cuchara, aguarda al encargado de la limpieza para sentir las manos deslizándose sobre su cuerpo, con ayuda de un jabón suave; espera ansiosa que no pase mucho tiempo para su siguiente encuentro y ya imagina ser llenada de nuevo con ese líquido caliente, anhela unos labios tibios más que nada. Pero, el silencio impera. Una mano perfectamente hidratada se extiende contra el fondo de una habitación con pocos muebles y paredes bicolor: morado y amarillo. Hay un ligero soplido con aliento a té recién hecho que le insinúa al esmalte la necesidad de secarse inmediatamente. El aroma del cuarto no deja ninguna duda: adentro permanece una mujer.La puerta emite un chillido que se extiende por un par de segundos y asoma una mano de infante, un retazo de rostro y la mitad de una boina café recién lavada. Desde su sofá color vino, ella voltea sin asomo de emoción en sus facciones. —Madre, debemos irnos, ya es tarde.Ella asiente. Se pone de pie y empuja la mesa. Su descuido asesina a la taza buscadora de sueños antes de que vuelva a recibir otro atrevido beso. La besan, la acarician y la aman por su interior, pero luego, la hacen pedazos en el piso de una alfombra cara. La mujer llega a la puerta y toma la perilla con la mano derecha,sin preocuparse por sus acciones, la gira y sale. Un empujón más y el cuarto se convierte de nuevo en un vacío silencio.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Problema resuelto / Manuel Jesús Curiel

Querido diario:Soy maricón. Así, con las siete letras. Higinio: maestro y maricón. Por tres, veintiuna. A gramo por letra, obtenemos los veintiún gramos que separan al vivo del muerto. Quítenme el maricón, el maestro y el Higinio y el resto es la solución al problema: un conjunto vacío y desmembrado de escoria sin remedio.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Circunstancias / Agustín Sánchez

pepito grillo lo tenía todo bien planeado. había hecho siempre lo que debía hacer, de la forma más correcta posible. había aprendido a batir sus alas, había aprendido cómo lo hacían los demás y cuando no le salía bien el tono, no le importaba copiar al resto para aprender su modelo. pepito era un grillo aplicado, sin duda, y su sueño era batir sus alas de forma diferente. pero cuando comenzó a moverse por el mundo, supo que había olvidado un detalle muy importante: las circunstancias. no tuvo en cuenta el dinero, el tiempo, el espacio, la naturaleza, la enfermedad, el dolor, la muerte, el cariño y su ausencia, no sabía que todo lo que le rodeaba, por muy bien que hubiese aprendido la lección, podría dar al traste con sus ilusiones. el día que supo de la música de Mozart o Bach, de las artes y ciencias humanas, o de la constancia de las hormigas, el día que supo que él no era más que un mísero grillo, dejó de batir sus alas. y empezó a pensar y a pensar... un día y otro y otro... hablaba contínuamente con su conciencia. así nació la imagen de pepito grillo........
CIRCUNSTANCIA:(Del lat. circumstantĭa, circum-stantia, lo que está alrededor).
1. f. Accidente de tiempo, lugar, modo, etc., que está unido a la sustancia de algún hecho o dicho.
2. f. Calidad o requisito.
3. f. Conjunto de lo que está en torno a alguien; el mundo en cuanto mundo de alguien.

martes, 25 de noviembre de 2008

Belén se marcha / Pandora

Belén estaba muy enferma. Había luchado con mucha fuerza para ganar la batalla pero cada vez perdía más terreno y el final se acercaba pausada pero constantemente. Sin embargo, los ojos de Belén seguían transmitiendo alegría, tenían una luz especial que hacía que los que la miraban no la compadecieran sino que la admiraran. Era sorprendente la fortaleza de esta mujer. Es duro entender que uno va a morirse en poco tiempo, que te quedan meses, semanas, tal vez solo días... Es duro ser consciente de que dejas muchas cosas, de que hay personas que te necesitarían más tiempo, que sin ti se sienten desamparadas pero tú no puedes hacer nada... Es muy duro saber que vas a cerrar los ojos para dormir unos minutos y que quizá ya no despiertes. ¿Qué se sentirá cuando se tiene la muerte tan cerca? ¿Miedo? ¿Curiosidad? ¿Pánico?Los ojos de Belén miran, observan, se detienen en las caras que van a visitarla. Belén pregunta, se interesa, quiere saber qué tal está fulanito, qué hace menganito... Nadie sabe qué pasa por su cabeza pero ella irradia una luz especial. Sus ojos curiosos sonríen, como quitándole importancia a lo que ocurre, como si no fuera a pasar nada y después de la estancia cada vez más larga en el hospital, Belén fuera a marcharse a su casa y a seguir con su vida de antes. Sabemos que no es así, el final se acerca y no puede hacerse nada. Sin embargo, ella sonríe, hace bromas, no ha perdido las ganas de vivir. Fue duro mirar a los ojos a una persona así, tan valiente, tan sonriente... Dentro de mí la idea de que la muerte estaba cerca no se iba y la miraba, y no podía creérmelo... Quizá lo más duro de ver a Belén, de mirarla, escucharla y observarla no fue que ella pareciera enferma, que estuviera estropeada, triste o desesperada... Lo peor de ver a Belén fue que mientras ella era transmitía tanta luz y ganas de vivir todo fuera falso y el tiempo corre en su contra acercando cada vez el inevitable final.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Un ambiente dominical / Patricio Pacios

Mira el reloj. Toma más té y se acomoda en el asiento. Ahora reposa la vista en la ventana, en su marco rectangular, en su ordinario marrón que no le impide olvidar que eso es un color y no una mera coincidencia de todos los días. Va jugando con los objetos que ve fuera, los descompone en partes iguales y forma números impares con ellos. Luego los une de manera arbitraria para mantenerlos en distintas posiciones (excepto vertical) que no lo convencen. Prueba otras variantes. Mira el reloj. Toma más té y luego bosteza. Hace un pequeño intento para encender la minúscula radio, pero lo deshecha y prefiere rascarse la oreja. Escucha el sonido de los autos al pasar y los va construyendo en su mente en forma instantánea; les pone color (el rojo es el predilecto), conductor, ruedas y los echa a andar con tal suavidad que no parecen moverse, hasta parecería ridículo que algo así fuera capaz de movimiento. Los deja pasear por sus infinitas extensiones hasta que los pierde, los olvida. Mira el reloj. Toma más té y come una galleta. Recuerda al almacenero que se las vendió: un hombre grande de largos brazos y cara escrutadora, con ojos artificiales y el pelo acomodado pero no limpio. Recuerda el precio. Lo compara con el de otras galletas y a veces lo cree demasiado elevado, otras no tanto; hace comparaciones de sabor y forma (lo más importante); también examina el paquete y lo cree apropiado, digno. Es azul en su mayoría, tiene algunos ejemplares estampados en un aparente desorden, algunos signos ilegibles, el contenido neto y el nombre de las galletas. Mira el reloj. Toma más té y mira la taza. La ve vieja y descolorida. La siente ajena. La pierde y comienza a jugar con la cuchara. Traza círculos imaginarios sobre el mantel de plástico, simula colorearlos con simulada destreza, luego los abarca a todos dentro de un círculo mayor y a este, a su vez, lo encuadra con fuerza, como evitando que se escape (como si pudiera hacerlo). Se detiene. Ahora se ve reflejado en la ondulación del utensilio que le parece estúpida, irreal. Se ignora a sí mismo y busca con ella los muebles, los cuadros, las fotos, los espejos, los libros. El reflejo lo aturde y lo evita. Mira el reloj (la hora exacta). Toma más té (el trago justo) y cierra los ojos. La mano no resiste y deja caer la taza que no se rompe, que acompaña en el silbido de la caída al bulto que se desparrama como en un charco de agua. La silla sigue sin moverse. Se oyen apenas las agujas del reloj.
Patricio_pacios@hotmail.com

domingo, 9 de noviembre de 2008

Banzai / Domingo López

Entró por la ventana y dio enseguida varias pasadas rasantes de reconocimiento hasta subir a la lámpara para coger altura y tras haber decidido el objetivo, lanzarse, adiós mari loli, amor mío, hacia la mesa número siete donde Marcelo Bustamante, solterón y viajante de comercio, sorbía melancólicamente, acordándose de una lánguida novieta de juventud, el plato de sopa donde el moscón despechado hizo chof mientras al susodicho señor, absorto en sus cándidas rememoraciones, le supo de pronto la vida y sobre todo el caldo de la cuchara, a mundo cruel.

jueves, 6 de noviembre de 2008

¿Una tapita de alacranes? / Esperanza Rubio

Cleo lo levantó y allí la esperaban los alacranes ensartados en unas brochetas envueltas en aquel papel grasiento. Su amiga los había comprado para acallar sus estómagos que daban sus primeros avisos a esas horas de la mañana.
Estaban en el bullicioso mercado chino de calles repletas de tenderetes que ofrecían a los inquietos paseantes, objetos y alimentos de lo más variado que diera al lugar un colorido espectacular. Cleo se sentía aturdida con tanto ruido.
De un triste restaurante por el que pasaron, salían unos olores que terminaron por convencerlas de comer algo Cleo esperó a su amiga Chinhengkuo sentada en aquella desvencijada mesa para dos. No quiso ser grosera y contuvo estoicamente el asco que le producían aquellos repelentes bichos. Podría ofender a su amiga Chinhengkuo que le ofreció aquellas brochetas como un delicioso manjar. Después de todo, a ella le encantaba tomar caracoles, acompañados de una cerveza bien fresquita. Siempre que su trabajo se lo permitía bajaba desde Madrid al Sur, a comerlos en compañía de unos amigos; y tan bichos son caracoles como los alacranes. Chinhengkuo llegó satisfecha con su paquetito de comida y unos refrescos, lo dejó todo sobre la mesa. Cleo resignada ante aquella situación, sonrió a su amiga que la miraba expectante. Con los ojos cerrados intentó imaginar que comía un pescaíto frito o unas gambas o algo que le gustase; lo introdujo en su boca y sintió el crujir del alacrán entre sus dientes. Abrió los ojos y sonriendo dijo: “Delicioso”

lunes, 3 de noviembre de 2008

Caronte / José Lázaro

No sabía que era su último viaje.
Al montar en la barca, preguntó al barquero su nombre...
-Caronte- respondió sonriendo.

Malentendido / Reyes Vaccaro

La lavadora le dijo al frigorífico; ¿"Por qué eres tan frío ?"
Él se quedó blanco y sólo respondió ; "Tú le das demasiadas vueltas a las cosas ".
La lavadorita, disgustada, no volvió a dirigirle la palabra.
Y todavía hoy, siguen sin hablarse , aunque ambos se alimentan del mismo enchufe.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Poniendo toda la carne en el asador / Curro

Si me preguntaran ¿en qué momento de tu vida te has sentido realmente querido?, sin duda, recordaría este:
Cogí el autobús, iba camino de Plaza Nueva (donde están los Juzgados en Granada) porque tenía un juicio sobre una división de una parcela. Cuando voy a Juicio me gusta ir “solo”, metido en mi mundo y a ser posible sin que nadie me hable. Bien, pues yo ese día en el autobús tenía, precisamente, esa cara … la de “estoy en mi mundo y así quiero seguir, no os acerquéis a mi …”
Acababa de comenzar el recorrido e iba vacío, solo dos ó tres asientos ocupados… En la siguiente parada a la que cogí pasó lo que pasó, paró el conductor y subieron 4 personas … y aquí empieza mi grato recuerdo (se me vino, no sé porque, aquella epístola del Cantar de los Cantares a la cabeza … “aquí llega mi amada, saltando por los caminos … brincando por los collados …, es mi amada un cervatillo, es mi amada un gamo … “). Bien, como apuntaba, estaba plácidamente sentado casi al final y estaba casi vacío, coño, había infinitos sitios libre (es decir, por doquier) ... el asiento que tenía a mi izquierda desnudo, dotado de toda la hermosura, terso, reluciente … De repente, a lo lejos una señora - morrocotuda en sus dimensiones, una descomunal concurrencia de carne, era como una muchedumbre de mórbidas abrazadas … - se quedó mirando a su alrededor moviendo incesantemente los ojos – como si fuera a cruzar la calle – cuando al fin - … ¡ oh maleficio, oh que guarra! ….- los detuvo en mí… Debió pensar: ¡mira que cara de bienhechor tiene ese chico (creo que provoco ese efecto cuando voy con el traje) si parece que viene de tomar la comunión! … Joder, medité, viene hacia aquí… Nuestras miradas se cruzaron… ella pensaba: ¡que cara de misericordia tiene este chico, creo que voy a tener que asir mis nalgas y, haciendo de ellas un sayo, anidarlas a su lado!, …. mientras mi parecer distaba del suyo y así rezaba en mi interior: ¿Esto que pollas es, el puto autobús vacío y viene la marrana ésta a perturbar mi paz (interior)?
Los segundos se sucedían perezosamente, mi respiración además emprendía a quejarse, mi espíritu estaba perdiendo su mansedumbre, se avecinaba un aciago momento, sentía – mientras se acercaba – como mi ser empequeñecía, su presencia era terrorífica, cuasi-demoniaca,… mi cabeza perdía su tamaño – iba pareciéndose cada vez más a la del paciente que espera en la sala del hospital de la película de bitelchus – al tiempo que sus carnes se jactaban en pos de su sabida supremacía …
Y, llegó el momento… me miró fijamente, desafiante, sus mejillas aterciopeladas y de tonalidad rosácea brillaban cual posadera de mandril …. Y me dijo: “échate a un lado” (una frase corta pero que intuía podía encerrar diversos significados …). Pensé: si trememunda masa quiere que me eche a un lado ... puede que me tenga que tirar del autobús por una ventanilla … no era algo fácil lo que me pedía, entrañaba su riesgo ….
Para que pudiera pasar, el que yo me tuviera que “echar a un lado” era una invitación a que me fuese a tomar por culo... pero, bien lejos
Como pudimos, maniobramos, mi carrillo aplastado cual prosélito de baja calaña en época feudal, mi nariz humillada contra la ventanilla de enfrente de nuestro lado de los asientos, mi vida a su merced, mientras su enorme retaguardia iba colonizando el asiento, reduciendo al silencio todo lo que encontraba a su paso …
Lo mejor vino al final, nunca se me olvidará la máxima que tuve el grato placer de escuchar (¡oh, placer inmenso!) aquel día a tan cruento ser … y, dibujando una sonrisa, alcanzando el clímax de la sapiencia, dijo así: “Afú!! que chiquitillos hacen ahora los autobuses … “
Y colorín colorado ....

viernes, 31 de octubre de 2008

Balas perdidas / Rogelio Jarquín

Las hormigas avanzan en procesión marcial. Atraviesan el campo de orquídeas amarillas del mantel, suben y bajan entre las hendiduras de una cesta de mimbre, cruzan por el lomo de un elefante de porcelana, rodean el florero de cristal y se concentran en la movediza superficie del tarro de azúcar como un escuadrón de viejos mineros en las entrañas de la tierra.
Una a una va eligiendo su grano y vuelven sobre sus pasos con el dulce cargamento. Martín sigue muy de cerca la trayectoria de la marcha, desde la grieta de la pared hasta el centro de la mesa y de regreso. Tiene seis años, un reloj pintado en la muñeca izquierda, un puñado de piedras en los bolsillos y una cadena que se sujeta a su tobillo derecho y que le une o le hace formar parte de una de las extremidades de la mesa.
Está solo. No sabe si le han encadenado por miedo a que se marche o a que lo roben, pero le da igual mientras haya hormigas que ver. Se cuelga de la mesa y levanta las piernas para jugar al trapecista. Se balancea poco a poco, cada vez más fuerte, hasta que un pequeño quejido de la madera le adviertede su fragilidad. Se acuesta en el suelo y entonces mira las vigas, o lo que queda de ellas y las cuerdas de luz que entran por las láminas del techo. Ha escuchado cientos de veces que son las polillas las que van acabando con la casa, con las paredes de madera y el techo de cartón, ha oído que son esos insectos los que destruyen la ropa y las mantas de la cama, y que por eso todos duermen con esferas de naftalina entre los pies. Se levanta del suelo, pero esta vez no jugará al trapecista con la mesa, se queda quieto, bien quieto como lo hacen los cazadores de insectos.

lunes, 27 de octubre de 2008

La condena / Patricia Alba

El Muro dividía el salón. El Muro dividía la cocina. El Muro incluso dividía la cama. Era un muro denso, de malas ideas y sospechas infundadas, cimentado sobre desconfianza y falta de sinceridad, cuya argamasa era el no-diálogo. El pequeño apartamento de dos habitacionesse había transformado en un inmenso palacete con 4 habitaciones, 2 salones y 2 cocinas, tan grande que los moradores apenas se veían.El Muro crecía cada día y se extendía tapiando puertas y ventanas. Esto se tradujo en una sensación de agobio, al principio, y en cadena perpetua, al final. En aquella casa había quedado presa una pareja: dos ex-amantes, dos ex-amigos, dos ex-compañeros. Ambos se habían autoinculpado y autojuzgado, autosentenciándose a pasar el resto de sus días atrapados en una relación muerta. Ante el jurado de su conciencia se sentían culpables de dejar apagar la llama del amor. Cada uno de ellos había depositado la sentencia bajo secreto de sumario en lo más profundo de su alma, bajo múltiples capas de rencor y autocompasión, de forma que la contraparte no pudiese leerla y, por tanto, no pudiese alegar nada para reducir la pena.

La gran tragedia del Queen Adelaida / Miguel Baquero

Prólogo
El cielo bramaba impío; vientos tormentosos de componente este azotaban la, hasta hiciera poco, engreída embarcación; olas de veinte metros la hacía cabecear y gemir. Alguien gritó en el puente de forma atroz; algo, en un incierto punto, saltó hecho astillas.
Capítulo uno
Sólo el camarero, atusada la pajarita e impertérrito, quedaba en el salón cuando apareció el pasajero. Traía el rostro magullado, la ropa rota, y un copioso reguero de agua fue formándose tras él los metros que tardó en alcanzar la barra. "Ya no hay plazas en los botes para nosotros", dijo, y el camarero se encogió de hombros. "¿Le sirvo un cóctel, señor?".
Capítulo dos
"Cóbrese", dijo el pasajero con una amplia sonrisa, "y quédese con la vuelta". Un relámpago deslumbrador desgarró las formas, la sala se quedó sin luz eléctrica. "No hace falta, señor; si quiere lo apunto en su cuenta".

sábado, 11 de octubre de 2008

Perder la virginidad / Nerea Riesco

-No sabía que estos servicios tuvieran unas tarifas tan elevadas -Petunia rebuscaba en el monedero mirando de vez en cuando al apuesto joven que tenía enfrente-. Debes ser muy bueno en lo tuyo, pimpollo.
-Soy un profesional.
-¡Siempre tan tacaña! -protestó Esmeralda-. Esto va a hacer a Marta muy feliz.
El muchacho extendió la mano para recibir sus honorarios con cara de circunstancias.
-Quedará satisfecha, no se preocupen -masculló mientras contaba los billetes.
-Tenga cuidado. Hágame un trabajo fino… mire que es virgen -le advirtió Esmeralda.
-¿Virgen con setenta y cuatro años? -espetó él-. Si lo llego a saber antes hubiese exigido un precio especial. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra. No le pongo pegas a los años que tiene pero esto… ¿Está bien de salud? Que cuando me pongo…
-Todos los hombres sois iguales, da lo mismo la edad, la época… os creéis poseedores de la pilastra que sostiene el planeta ¿eh? ¡Váyase ya, pollo!
Las dos mujeres observaron sonrientes el caminar chulesco de don Juan de saldo del muchacho.
-Es curiosa la cantidad de servicios que uno puede contratar ojeando la página de contactos, ¿verdad? -dijo Petunia.
-Ya te digo.
-¿Tú crees que se parece al de la foto?
-Clavadito.
Marta aún conservaba intacta la gracia de los quince años. Podía ejecutar un charlestón con maestría fumando en una enorme pipa y enrollándose al cuello una boa de plumón rosado para reproducir el Lilí Marleen con voz cadenciosa. Lo que más le gustaba era jugar a las cartas con sus dos amigas, Petunia y Esmeralda, y salir a pasear por las tardes con un caniche enano al que ella llamó Prozac en honor a las pastillitas que le habían devuelto la alegría.
Cuando vio a ese hombretón con voz de telenovela apoyado en el quicio de su puerta con actitud seductora no se lo pensó dos veces. Lo enganchó con su boa plumosa y, a ritmo de tango, lo arrastró hasta su lecho con ojos lascivos. Se agachó para quitarle los zapatos, desabrochó su camisa musitando una melodía y luego le dio un empujón que lo dejó despatarrado sobre le cama. El joven, al verla tan animada, comenzó a lanzarle piropos subidos de tono pero ella le suplicó que mientras durase el acto simplemente le susurrase al oído que la amaba, que siempre la había amado y que, si la dejó plantada en el altar fue porque un inoportuno golpe en la cabeza antes de salir para la iglesia le bloqueó los sentidos y le hizo deambular durante lustros sin recuerdos ni rumbo fijo.
Mientras Marta perdía la virginidad, desde la foto que durante cincuenta años había reposado en el aparador, el joven que nunca había dejado de espiar su soledad con una peliculera sonrisa de tonos sepia, se moría de celos viendo a la que fue su novia haciendo el amor con otro.

Las especies perdidas / Ana Pérez Cañamares

Un hombre sensato y familiar como Noé no podía entenderlo.
Aquellos animales le decían que no querían subir al arca porque no estaban dispuestos a un matrimonio de conveniencia por salvar la piel. Que amaban más su soltería, le decían.
No pudo hacer nada por convencerles. Desde la cubierta del arca les veía ahogarse, animales de todos los tamaños y pelajes. Le resultaba una visión tan insoportablemente triste y desesperanzada que comenzó a pensar que aquella actitud era en realidad un sacrificio, y que se debía con toda seguridad a una mitificación del amor. Aquellos animales, imaginó Noé, morían soñando con su pareja ideal, ésa que ya nunca tendría oportunidad de amarles, y que quizás se ahogaba también unas cuantas olas pasado el horizonte.
Se lo contó tan bien a sí mismo que acabó por envidiarles.

martes, 7 de octubre de 2008

Despecho / Andrés Neuman

A Violeta le sobran esos dos kilos que yo necesito para enamorarme de un cuerpo. A mí, en cambio, me sobran siempre esas dos palabras que ella necesitaría dejar de oír para empezar a quererme.

Práctica habitual / Safrika

Te estás machacando tontamente. En la esquina no hay nadie más, y no deja de ser una ventaja que él no pueda comentarlo con otros. Hay que pensar en positivo. Qué ridícula pareces con todas esas llaves en la mano, sin encontrar la que abre el pitón de la moto. Y él ahí, en la puerta de la tienda mirándote con media sonrisa. Mirándote como quien ve cagar un pájaro y se maravilla de la naturaleza y sus misterios. Empiezas a ponerte roja. Seguro que hay venas capilares que hasta hoy pasaban desapercibidas pero están viniendo para que parezcas aún más patética. Y él sigue sin quitar la vista de tus manos nerviosas que no logran, ahora que has encontrado la llave, abrir la cerradura. Quieres parecer grácil y resolutiva, y chica, estás quedando fatal. De lo más torpe, qué poco encanto. Preferirías desmayarte. Fíngelo te dices y ahí vas de pronto al suelo, no piensas demasiado, no importan los chicles masticados por vete a saber quien, recientes o no, ni el polvo negro de una ciudad sepultada. Te lanzas al suelo. Estás pirada te dices mientras tu cabeza golpea con precisión en el asfalto y al mismo tiempo él que se abalanza. No hay nadie más, eso ya lo sabes tú. Él te recoge a medias levanta tu cabeza te da un par de ostias. Las ostias te saben a jarabe celestial. Entreabres los ojos despacio, como si estuvieras volviendo al mundo después de una travesía imprecisa, los abres y miras extrañada, lo miras todo extrañada. Recuerdas cuando te desvaneciste de dolor sobre la cama, un dolor de muelas tan terrible que te tumbó. Recoges lo aprendido y lo aplicas. Él sonríe ahora que tú le miras fijamente como si no le conocieras de nada. - Hay que ver Marta, te pasa cada cosa. Te ayuda a incorporarte y tú le cantas las cuarenta. Que si encima de que te desmayas tendrá él que quejarse. Que qué lástima que no hubiera otra persona cerca, que sientes haber perturbado su paz de los miércoles a esta hora y que de todas formas la próxima vez, procurarás caer desfallecida fuera de su perímetro visual.
Él se ríe mientras te da las llaves que dejaste caer afectadamente en el momento del fatal desmayo. Después te mira raro mientras sacude tu ropa de polvo, entorna así los ojos que a ti te parecen como gigantes puertas que se abren y se cierran dejando paso por milésimas de segundo, a lo que intuyes es el más puro placer existente. Va a besarte. No te apartes, mujer. Te quedas quieta y se acerca, pero te dice al oído. - Sé que lo has fingido, el desmayo, y por eso voy a hacerlo. Voy a besarte.Tratas de apartarte tienes cara de estar muerta de vergüenza pero él se adelanta y te besa con lengua. Ahora sí que te flojean las rodillas. Sientes una mezcla de pánico y amor, una humedad en las axilas y las ingles. Te desmayas con el manojo de llaves apretadas en un puño.
Balas bajo los párpados

miércoles, 1 de octubre de 2008

Parricio / Ildiko nassr

Siempre me declaré más proclive al incesto que al parricidio. Prefiero acostarme con los padres que matarlos. Prefiero la convivencia a la ausencia (perdón por la cacofonía). Aborrezco a quienes salen de cacería de padres. Prefiero un aquelarre a una masacre. Sin embargo, me he retirado. No me caso con nadie. Abandoné a los padres en su cama y me encerré en una biblioteca. Prefiero la quietud de mi hogar a la incomodidad de una sexualidad paupérrima seguida de disculpas o lamentaciones. Los padres envejecen demasiado rápido.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Chocolate azul / Ana Vega

La primera nevada del año. La casa silenciosa y la chimenea encendida. Todo ordenado, limpio. Ni un solo ruido. Todo quieto, intacto. Los niños aún no se habían despertado. Todavía quedaba algún bombón en la caja. Pocos, muy pocos. Era una caja enorme. Todos de licor. Eso decía el envase: bombones de licor. La abuela estaba allí, junto a la caja, en la cocina. Despedazando los que quedaban. El líquido azul le chorreaba en la falda. Todo en silencio, al fin, pensaba. Todo en silencio. Ya sólo quedaba uno, el último de la caja. Abrió la boca y se lo tragó sin pensar. Cayó al suelo.
Entonces recordó la imagen exacta en la que inyectó el veneno, con la jeringuilla, en el primer bombón. Aquel líquido azul que compró el viernes pasado. Silencio, pensó.

lunes, 22 de septiembre de 2008

La oveja negra / Bernardo Atxaga

Aunque en la época en que Augusto Monterroso escribió sus fábulas todavía existía, el género se encuentra ahora en vías de extinción. Miremos alrededor: no hay excepciones en los rebaños. Escuchemos lo que se dice: se habla mal, constantemente, de los del otro prado, pero contra los que comparten la misma hierba nadie dice ni bé. Perdura, sin embargo, la necesidad que siente todo rebaño de matar de vez en cuando a algún prójimo, de modo que hay ovejas blancas que son separadas de las demás y llevadas lejos, hasta un punto en el que ya no es posible distinguir los colores. "¡Una oveja negra!", gritan entonces los voceras, y la oveja es condenada y muerta, o al revés. No todas sus compañeras se regocijan, algunas inician incluso una protesta. "Hemos matado a una, pero tiene que haber más", grita entonces un cabrón. Se hace enseguida el silencio, y alguien entona, balando, una balada boba.

De Jacques / Eliseo Diego enviado por Sonia Betancort

Llueve en finísimas flechas aceradas sobre el mar agonizante de plomo, cuyo enorme pecho apenas alienta. La proa pesada lo corta con dificultad. En el extremo silencioso se le escucha rasgarlo. Jacques, el corsario, está a la proa. Un parche mugriento cubre el ojo hueco. Inmóvil como una figura de proa sueña la adivinanza trágica de la lluvia. Oscuros galeones navegando ríos ocres. Joyas cavadas espesamente de lianas. Jacques quiere darse vuelta para gritar una orden, pero siente de pronto que la cubierta se estremece, que la quilla cruje, que el barco se encora como si encallase. Un monstruo, no, una mano gigantesca alcanza el barco chorreando. Jacques, inmóvil, observa los negros vellos gruesos como cables.«¿Este?» «Sí, ese» —dice el niño, y envuelven al barco y a Jacques en un papel que la fina llovizna de afuera cubre de densas manchas húmedas. El agua chorrea en la vidriera, y adentro de la tienda la penumbra cierra el espacio vacío con su helado silencio.

Eliseo Diego. «De Jacques», relato perteneciente a su libro Divertimentos, 1946.
Sonia Betancort

Calle abajo / Pilar Aguarón

Una noche de diciembre Elena terminó de recoger la vajilla, se puso el abrigo y en zapatillas bajó despacio las escaleras para tirar la basura al contenedor. Al pisar la acera echó a andar calle abajo con su bolsa de basura en la mano y anduvo y anduvo.

Su familia llenó la ciudad con la foto de su rostro ajado, que los meses, el sol y la lluvia terminaron por desvanecer. Pero Elena no volvió.

sábado, 20 de septiembre de 2008

La cena del orden / Natalia Brandi

Se mudó acá porque aún no llega internet. Al principió lo dudó: el salitre le reseca la piel y le eriza el pelo. Pero el murmullo salado lamiendo las ventanas la sedujo. Esta noche hay viento, la arena se cuela por los ojos de la madera.Enciende las velas y las ubica sobre la mesa del comedor preparada para la cena, un sahumerio encima de la chimenea y más velas en los desniveles del piso. Desde la cocina llegan los vapores de las verduras. Pone música. Se sirve una copa de vino y se sienta en el suelo al lado de la caja de cartón. Del otro lado, una bolsa de plástico negra.Las manos levantan la tapa. Las uñas rojas escarban entre los papeles ordenados. Desde el fondo de la caja saca una computadora portátil, un tintero seco y la pluma. Mete todo en la bolsa. Decide quedarse con el lapiz de madera. Las libretas con las fechas de las vacunas de sus hijos y el certificado de matrimonio,.Los apila y los guarda en un bolsito de tul que ata con un moño de raso. La correspondencia con algún lord inglés perdido en el tiempo, en el mismo tiempo donde quedaron sus orgasmos telefónicos. La rompe en pedazos hasta reducirla al tamaño de las lágrimas y las hunde en el fondo de la bolsa negra.Encuentra un rush un poco reseco, se moja los labios con vino e intenta pintárselos. Es muy viejo, ya no sirve. Pero antes de tirarlo se pone de pie, camina hasta el espejo oval del vestíbulo y escribe: "Yo no soy mis recuerdos". El olor tibio de la cocina la apura a cerrar la bolsa. Descalza sale hasta la puerta y la apoya en el canasto de la basura. Ahora se puede sentar a cenar.

domingo, 14 de septiembre de 2008

El árbol canibal / Genaro Becerra


Ayer, al despertar, toqué las partes de mi cuerpo en su lugar y repasé todos los noticieros posibles para comprobar que seguía vivo y que nada malo sucedió en el CERN de Europa con el acelerador de partículas y sus pruebas del 10 de Septiembre 2008.
Poco tiempo después sufrí el ataque del "complejo green peace".
Si, ya sabes... Esos cinco minutos de ecologista que nos salen a todos cuando sientes que la vida de otros animalitos estuvo o estará en peligro y que al final; te das cuenta que no todo termina en desgracia.

Entonces me dije: Mi mismo, ¿recuerdas ese árbolito que te regalaron en el parque venados cerca del Volcán Popocatepetl para que un día lo sembraras?... Pues te sigue esperando.




Anda... levántate y siembra un árbol.




Chequen la foto que aún venía en su empaque original. Conseguí una maceta y tierra.
Lo sembré en una maceta para que siga creciendo y cuando ya lo vea más fuertecito lo plante en la calle. Por que nunca falta el chamaco menso que pise al tierno árbol y lo heche todo a perder.
Corté la bolsa y me sorprendí de ver sus raíces, si, aunque suene medio menso, las raíces son una parte de un árbol o planta que no vemos muy a menudo.












El siguiente y delicado paso fué el translado sin desmoronar el cartucho de tierra y raíces (con estructura más o menos similar a un mazapán) y centrarlo en la maceta, una vez superado el paso más tierra al rededor y Tadaaaaaaa... se vé bien bonito... snif, snif.


Es el tercer árbol del que tengo cuidado para sembrarlo en mi vida: el primero fué un árbol de limones que actualmente debe medir más o menos un metro y medio.

El segundo un árbol de guayabas que brotó por que enterré una guayaba en la tierra a ver que pasaba y funcionó.

Y éste, es un cedro blanco que, probablemente, verá mi entierro ya que viven más de cien años y para ese entonces yo ya seré abono...
Pinche árbol... siento que me está observando como los caníbales... Te voy a comer, te voy a comer... tarde o temprano, al cabo no tengo prisa.
Y en este momento de terminar la entrada ya estoy pensando bien si me darán ganas de sembrarlo o no en su lugar definitivo.

Genaro Becerra. Escritor de la Novela Planeta Dinero
http://planetadinero.blogspot.com/

Saldrá al público el 24 de Septiembre en editorial Endira http://www.endira.com.mx/

sábado, 13 de septiembre de 2008

Detalles / Ana Girona

Me hallo rodeada de oscuridad efímera.
Si enciendo la luz, todo finalizará. Aunque no lo hago. ¿El por qué? Porque no quiero; toda alma necesita su momento oscuro, ese instante íntimo.
Miro hacia ninguna parte y ese lugar inexistente me trae recuerdos oblicuos e incoherentes. Me levanto de la silla y me fijo en la persiana de mi cuarto: está entreabierta. Por lo cual, entra algo de radiante luminosidad.
Esa extraña luz se refleja en mis ojos. Esa extraña luz ilumina. Sí: ilumina. Y lo hace raramente, creando sombras impactantes, sombras que carecen de vida aunque parezcan rebosantes de ella.
Un insecto extraño entra por mi ventana entreabierta. Me persigue aunque yo no hago más que dar vueltas sobre mí. Ese insecto pretende atacarme cuando menos me lo espere pero yo lo auyento con un simple pensamiento... y se marcha... y no volverá...
Me siento. Me quedo muy quieta escuchando el sonido del silencio mientras imagino el cómo y el porqué de las pequeñas cosas, de los sueños jamás soñados, de los detalles.

sábado, 6 de septiembre de 2008

Sigue soñando / Nisa Arce

Cada mañana, al regresar del trabajo tras su agotadora jornada nocturna, pasaba delante de los mismos lugares y veía a las mismas personas; primero, en la parada del bus, los viajeros se arremolinaban en busca de un poco de espacio, ya lloviese, nevase o hiciera un frío atroz. Luego, los barrenderos, los estudiantes, los guardias que dirigían el tráfico…

En resumidas cuentas, la ciudad ensayaba indefinidamente una coreografía con vistas a un espectáculo que nunca se celebraba. Un baile que, aunque frenético y caótico, tenía cierto encanto.

Y como cada mañana, al pasar delante de los contenedores de basura, veía el mismo par de botas abandonadas en un rincón. No eran unas botas fuera de lo común. De hecho, la piel gastada en la que estaban confeccionadas, los cordones raídos y las suelas agrietadas le daban un aspecto lo que se decía humilde.

Su casa no quedaba lejos y a esas horas acusaba el cansancio, pero cada vez que pasaba delante de las botas, dedicaba unos instantes a preguntarse cómo habrían acabado ahí y de quién serían los pies que las habían lucido. ¿Qué parajes habrían recorrido, qué pecados cometido para merecer quedarse allí, ajenas al interés y el conocimiento de los demás?

Imaginó que habían pertenecido a un montañero que, cansado de la rutina, se dispuso a recorrer las grandes cumbres del planeta sin nada más que una mochila a la espalda y su inseparable par de botas. Tras haber observado el mundo desde su cima decidió regresar al hogar, en el que sus botas trotamundos ya no tenían sentido, y allí se habían quedado, tristes y solitarias, contando su historia a todo aquel que tuviese un poco de tiempo que dedicar a la nada.

Idear un motivo con el que explicar el misterio era su ritual, su manera de otorgar descanso a la mente e ir con ilusión a la cama, en la que reponía fuerzas para enfrentarse al ciclo que, con la caída del sol, se repetiría.

Pero aquella mañana, dicho ciclo se rompió. Se sobresaltó cuando escuchó un fuerte ruido a su derecha. Uno de los encargados del servicio de limpieza del ayuntamiento le miraba con el ceño fruncido, como queriendo pedir en silencio que se apartara. Dio un paso hacia atrás y dejó que hiciera su trabajo, sin protestar cuando el hombre tomó el par de botas y las arrojó en el interior del camión.

Clavó la mirada en la del hombre y no la desvió hasta que el camión, tras ponerse en marcha, se alejó y dobló en la siguiente esquina para continuar su ruta.

La ciudad, la gente que esperaba en la parada del autobús, los guardias, los tenderos de las panaderías y los estudiantes seguían siendo los mismos. Pero le habían arrebatado su breve instante de distracción.

Sacó las llaves, abrió la puerta de casa y se tiró en la cama.

Lo único que le quedaba ahora, era seguir soñando.

Magda y yo / Aily Ramirez

Entre gimoteos escucho esa voz arrugada. Baila la niña, sobre mi, danzarina africana, desenfrenada y en trance; no hagas mucha bulla, gata, que hoy quiero venirme despacio, durar más. Si no, te vas.
Magda, la buena Magda es amiga de Cindy. Cindy tiene el cuerpo partido y el alma pegada con superbonder, las palabras salen de ella atropelladas, sólo cuando consume es más tranquila, puede pronunciar las letras, aún cuando sus ideas son incoherentes; Cindy la rubia, Magda la negra.
Acordes de guitarra, entro en ella, tocar aros profundos de tierra, aprieta. Quiero tenerla en la mañana para después mirarla y recordar que lo mejor es darle un tiro en la nuca. Comer negra y comer man es lo mismo, lo dice Jesús. Comer esclavo, lo dice Mahoma.
Cindy me ha convencido de sudar sobre Magda, los labios se mojan mientras ella yace y respira. Me gusta escucharla cantar en el descanso, mientras levanto la bandera de nuevo. Madrecita, encoñado sí, negra Magda, creí que no me gustaban las negras.
-No vengo más.
La miré despacio, le limpié el sudor de los senos con las manos y le pagué. Mentiras. Ella viene, ella está.
Abrí las ventanas esperando que miles de pájaros llegaran a mí; por el contrario, ratas voladoras de patas deformes y picos estrellados aparecieron en los techos de los apartamentos del frente, cagando cuanto carro pasaba.
Voy a trabajar, bebo café y pienso. Magda es cara. Debo medio salario por andar puteando. Magda es cara.

Llamo a Cindy y me dice que Magda no está; se la come alguien más. Cindy, ven vos, igual no vas a hablar porque tendrás la boca ocupada, y se niega. Insisto en Magda, ¿quién se la comerá? ¿Judas o Pablo, Jesús o Mahoma? ¿Pablo Jesús Contretas o Judas Mahoma Castro?
Los llamo y no saben de ella.
Magda aparece una noche del domingo en mi casa; entra y dice que se devuelve a Barranquilla, la miro con desprecio mientras el aire se vuelve ácido y me corroe dentro.
Quédate bella Magda, negra mía, no importa esta cresta de mierda, no te vayas que quiero seguir culeandote, negra judía, africana sucia, miel. Ella sacude la cabeza y me da un beso, meto la mano y me despido de lo que me importa. Luego, -pao, pao-, las paredes están salpicadas de sangre, mañana las limpio con desengrasante.
Cindy me llama y dice: Magda estaba con usté y no está acá. Le respondo que vino y se despidió -literalmente- y se fue a otras tierras, a Barranquilla creo. Entonces me dijo que el Chulo la andaba buscando y que si no aparecía el Chulo llegaría a mi casa y me demostraría que hasta los neonazis pueden hablar con la cabeza gacha y de rodillas.
-que venga-
Pablo Jesús Contretas y Judas Mahoma Castro me acompañan en la casa, llega el Chulo y otro man y les damos con toda, muerte a putos. Descuartizamos a los maricones –uno tiene piojos-, y a Magda -pero en bolsas aparte, que no se revuelva la sangre-; luego a cada uno lo derretimos entre ácido, en un lugarcito cerquita a la 10ma con 11.
Cindy llama de nuevo. Mamita no pregunte que no sé. No sé nada.
Palabras sordas.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Ni era tan tonto... Ni estaba tan loco / Mercedes Pajarón

¿Qué probabilidades tenía el señor más feo, tonto y loco del barrio de besar a la chica más hermosa que pasa por la calle?
Muy pocas. Poquísimas.
Pues aquel día sucedió.
Ella, joven, y muy hermosa. En contraste con la callejuela, desierta, rancia y sombría.
A la altura de unos contenedores de basura, él se le cruzó. No pudo evitar abrir mucho sus extraviados ojos y mirarla, pasmado.
Los flechazos son así.
-Hola -pudo decir al fin, de forma más o menos espontánea. Era feo, tonto y loco, pero no tímido.
-Hola -respondió ella, que además de joven y hermosa, era educada.
La mirada extraviada actuó con romántico arrojo:
-¿Nos conocemos?
La guapa, que además de joven y educada, era sincera, contestó:
-No lo creo. Me acordaría.
La osadía del señor parecía no tener límites.
-Pues me presento: soy Pedro.
Le tomó la mano con delicado atrevimiento, al tiempo que estampaba dos besos en unas desconcertadas mejillas.
La guapa, que además de educada y sincera, era de reacciones lentas, se vio obligada a responder a aquellas osadas muestras de afecto.
Ante su docilidad, él vio el cielo abierto, y apostó el todo por el todo:
-¡Te invito a un café!
Ella estuvo a punto de declinar la oferta con una de las mil típicas excusas: tengo prisa, otro día, mi abuelita está enferma…Pero la guapa, que además de joven, educada y sincera, era muy atlética, echó a correr a toda velocidad por la callejuela desierta, rancia y sombría.
Él se quedó atónito, y con la única compañía de los contenedores de basura.
De repente, sonrió maliciosamente…
Al menos, había conseguido darle dos besos a la más hermosa.