lunes, 8 de diciembre de 2008

Alicia / Elle Z

Una brocha llena de pintura blanca se desliza delicadamente sobre la uña, son tres pasadas para dar el acabado final a un trabajo de varias horas. El bote de cristal aparece sobre la mesa de noche donde una taza de porcelana fina, en compañía de una cuchara, aguarda al encargado de la limpieza para sentir las manos deslizándose sobre su cuerpo, con ayuda de un jabón suave; espera ansiosa que no pase mucho tiempo para su siguiente encuentro y ya imagina ser llenada de nuevo con ese líquido caliente, anhela unos labios tibios más que nada. Pero, el silencio impera. Una mano perfectamente hidratada se extiende contra el fondo de una habitación con pocos muebles y paredes bicolor: morado y amarillo. Hay un ligero soplido con aliento a té recién hecho que le insinúa al esmalte la necesidad de secarse inmediatamente. El aroma del cuarto no deja ninguna duda: adentro permanece una mujer.La puerta emite un chillido que se extiende por un par de segundos y asoma una mano de infante, un retazo de rostro y la mitad de una boina café recién lavada. Desde su sofá color vino, ella voltea sin asomo de emoción en sus facciones. —Madre, debemos irnos, ya es tarde.Ella asiente. Se pone de pie y empuja la mesa. Su descuido asesina a la taza buscadora de sueños antes de que vuelva a recibir otro atrevido beso. La besan, la acarician y la aman por su interior, pero luego, la hacen pedazos en el piso de una alfombra cara. La mujer llega a la puerta y toma la perilla con la mano derecha,sin preocuparse por sus acciones, la gira y sale. Un empujón más y el cuarto se convierte de nuevo en un vacío silencio.

2 comentarios:

AliciA dijo...

El olor del esmalte de uñas me encanta, dicho sea de paso...

Mercedes Pajarón dijo...

¿Por qué he situado el relato automáticamente en los años veinte del siglo pasado?

Curioso...