A pesar de que Ana se sentía afortunada, había dos cosas que la sacaban de quicio: los reclamos de Sergio y los mosquitos. Durante años aguantó los reproches por las tardanzas, los platos sucios, las visitas de sus amigas, la camisa sin planchar y la mar en coche. Sin embargo al llegar la noche, su tormento se perdía en los ojos turquesas de Sergio. Era sobre aquella piel suave y bronceada, donde Ana olvidaba los martirios. Y en el preciso instante en que escalaba los firmes pectorales de Sergio, aparecían los mosquitos atacando sin clemencia.
Una noche estrellada, Ana, comenzó a poner en práctica el plan perfecto: dejó de besar a su novio. Al cabo de unas semanas, Sergio volvía a ser un gordo y verrugoso batracio.
Desde entonces, en su casa no hay mosquitos.
Una noche estrellada, Ana, comenzó a poner en práctica el plan perfecto: dejó de besar a su novio. Al cabo de unas semanas, Sergio volvía a ser un gordo y verrugoso batracio.
Desde entonces, en su casa no hay mosquitos.
7 comentarios:
Buen relato. Felicitaciones Carolina.
Muchas gracias, manchas...me gusta que te guste
Hay que besar a las ranas para que se conviertan en príncipes... qué crueldad...
Me gustó ^^
Gracias Yonamoe, por pasar y tomarte el tiempo de opinar.
Entre el amor y los mosquitos...
Viva el amor
Que buena idea. Me ha encantado leerte.
Como siempre, Carolina, eres genial, por eso te he bautizado asi (perdona el etrevimiento cubanito):
Cortita, pero risa segura
Arci
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