viernes, 31 de octubre de 2008

Balas perdidas / Rogelio Jarquín

Las hormigas avanzan en procesión marcial. Atraviesan el campo de orquídeas amarillas del mantel, suben y bajan entre las hendiduras de una cesta de mimbre, cruzan por el lomo de un elefante de porcelana, rodean el florero de cristal y se concentran en la movediza superficie del tarro de azúcar como un escuadrón de viejos mineros en las entrañas de la tierra.
Una a una va eligiendo su grano y vuelven sobre sus pasos con el dulce cargamento. Martín sigue muy de cerca la trayectoria de la marcha, desde la grieta de la pared hasta el centro de la mesa y de regreso. Tiene seis años, un reloj pintado en la muñeca izquierda, un puñado de piedras en los bolsillos y una cadena que se sujeta a su tobillo derecho y que le une o le hace formar parte de una de las extremidades de la mesa.
Está solo. No sabe si le han encadenado por miedo a que se marche o a que lo roben, pero le da igual mientras haya hormigas que ver. Se cuelga de la mesa y levanta las piernas para jugar al trapecista. Se balancea poco a poco, cada vez más fuerte, hasta que un pequeño quejido de la madera le adviertede su fragilidad. Se acuesta en el suelo y entonces mira las vigas, o lo que queda de ellas y las cuerdas de luz que entran por las láminas del techo. Ha escuchado cientos de veces que son las polillas las que van acabando con la casa, con las paredes de madera y el techo de cartón, ha oído que son esos insectos los que destruyen la ropa y las mantas de la cama, y que por eso todos duermen con esferas de naftalina entre los pies. Se levanta del suelo, pero esta vez no jugará al trapecista con la mesa, se queda quieto, bien quieto como lo hacen los cazadores de insectos.

lunes, 27 de octubre de 2008

La condena / Patricia Alba

El Muro dividía el salón. El Muro dividía la cocina. El Muro incluso dividía la cama. Era un muro denso, de malas ideas y sospechas infundadas, cimentado sobre desconfianza y falta de sinceridad, cuya argamasa era el no-diálogo. El pequeño apartamento de dos habitacionesse había transformado en un inmenso palacete con 4 habitaciones, 2 salones y 2 cocinas, tan grande que los moradores apenas se veían.El Muro crecía cada día y se extendía tapiando puertas y ventanas. Esto se tradujo en una sensación de agobio, al principio, y en cadena perpetua, al final. En aquella casa había quedado presa una pareja: dos ex-amantes, dos ex-amigos, dos ex-compañeros. Ambos se habían autoinculpado y autojuzgado, autosentenciándose a pasar el resto de sus días atrapados en una relación muerta. Ante el jurado de su conciencia se sentían culpables de dejar apagar la llama del amor. Cada uno de ellos había depositado la sentencia bajo secreto de sumario en lo más profundo de su alma, bajo múltiples capas de rencor y autocompasión, de forma que la contraparte no pudiese leerla y, por tanto, no pudiese alegar nada para reducir la pena.

La gran tragedia del Queen Adelaida / Miguel Baquero

Prólogo
El cielo bramaba impío; vientos tormentosos de componente este azotaban la, hasta hiciera poco, engreída embarcación; olas de veinte metros la hacía cabecear y gemir. Alguien gritó en el puente de forma atroz; algo, en un incierto punto, saltó hecho astillas.
Capítulo uno
Sólo el camarero, atusada la pajarita e impertérrito, quedaba en el salón cuando apareció el pasajero. Traía el rostro magullado, la ropa rota, y un copioso reguero de agua fue formándose tras él los metros que tardó en alcanzar la barra. "Ya no hay plazas en los botes para nosotros", dijo, y el camarero se encogió de hombros. "¿Le sirvo un cóctel, señor?".
Capítulo dos
"Cóbrese", dijo el pasajero con una amplia sonrisa, "y quédese con la vuelta". Un relámpago deslumbrador desgarró las formas, la sala se quedó sin luz eléctrica. "No hace falta, señor; si quiere lo apunto en su cuenta".

sábado, 11 de octubre de 2008

Perder la virginidad / Nerea Riesco

-No sabía que estos servicios tuvieran unas tarifas tan elevadas -Petunia rebuscaba en el monedero mirando de vez en cuando al apuesto joven que tenía enfrente-. Debes ser muy bueno en lo tuyo, pimpollo.
-Soy un profesional.
-¡Siempre tan tacaña! -protestó Esmeralda-. Esto va a hacer a Marta muy feliz.
El muchacho extendió la mano para recibir sus honorarios con cara de circunstancias.
-Quedará satisfecha, no se preocupen -masculló mientras contaba los billetes.
-Tenga cuidado. Hágame un trabajo fino… mire que es virgen -le advirtió Esmeralda.
-¿Virgen con setenta y cuatro años? -espetó él-. Si lo llego a saber antes hubiese exigido un precio especial. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra. No le pongo pegas a los años que tiene pero esto… ¿Está bien de salud? Que cuando me pongo…
-Todos los hombres sois iguales, da lo mismo la edad, la época… os creéis poseedores de la pilastra que sostiene el planeta ¿eh? ¡Váyase ya, pollo!
Las dos mujeres observaron sonrientes el caminar chulesco de don Juan de saldo del muchacho.
-Es curiosa la cantidad de servicios que uno puede contratar ojeando la página de contactos, ¿verdad? -dijo Petunia.
-Ya te digo.
-¿Tú crees que se parece al de la foto?
-Clavadito.
Marta aún conservaba intacta la gracia de los quince años. Podía ejecutar un charlestón con maestría fumando en una enorme pipa y enrollándose al cuello una boa de plumón rosado para reproducir el Lilí Marleen con voz cadenciosa. Lo que más le gustaba era jugar a las cartas con sus dos amigas, Petunia y Esmeralda, y salir a pasear por las tardes con un caniche enano al que ella llamó Prozac en honor a las pastillitas que le habían devuelto la alegría.
Cuando vio a ese hombretón con voz de telenovela apoyado en el quicio de su puerta con actitud seductora no se lo pensó dos veces. Lo enganchó con su boa plumosa y, a ritmo de tango, lo arrastró hasta su lecho con ojos lascivos. Se agachó para quitarle los zapatos, desabrochó su camisa musitando una melodía y luego le dio un empujón que lo dejó despatarrado sobre le cama. El joven, al verla tan animada, comenzó a lanzarle piropos subidos de tono pero ella le suplicó que mientras durase el acto simplemente le susurrase al oído que la amaba, que siempre la había amado y que, si la dejó plantada en el altar fue porque un inoportuno golpe en la cabeza antes de salir para la iglesia le bloqueó los sentidos y le hizo deambular durante lustros sin recuerdos ni rumbo fijo.
Mientras Marta perdía la virginidad, desde la foto que durante cincuenta años había reposado en el aparador, el joven que nunca había dejado de espiar su soledad con una peliculera sonrisa de tonos sepia, se moría de celos viendo a la que fue su novia haciendo el amor con otro.

Las especies perdidas / Ana Pérez Cañamares

Un hombre sensato y familiar como Noé no podía entenderlo.
Aquellos animales le decían que no querían subir al arca porque no estaban dispuestos a un matrimonio de conveniencia por salvar la piel. Que amaban más su soltería, le decían.
No pudo hacer nada por convencerles. Desde la cubierta del arca les veía ahogarse, animales de todos los tamaños y pelajes. Le resultaba una visión tan insoportablemente triste y desesperanzada que comenzó a pensar que aquella actitud era en realidad un sacrificio, y que se debía con toda seguridad a una mitificación del amor. Aquellos animales, imaginó Noé, morían soñando con su pareja ideal, ésa que ya nunca tendría oportunidad de amarles, y que quizás se ahogaba también unas cuantas olas pasado el horizonte.
Se lo contó tan bien a sí mismo que acabó por envidiarles.

martes, 7 de octubre de 2008

Despecho / Andrés Neuman

A Violeta le sobran esos dos kilos que yo necesito para enamorarme de un cuerpo. A mí, en cambio, me sobran siempre esas dos palabras que ella necesitaría dejar de oír para empezar a quererme.

Práctica habitual / Safrika

Te estás machacando tontamente. En la esquina no hay nadie más, y no deja de ser una ventaja que él no pueda comentarlo con otros. Hay que pensar en positivo. Qué ridícula pareces con todas esas llaves en la mano, sin encontrar la que abre el pitón de la moto. Y él ahí, en la puerta de la tienda mirándote con media sonrisa. Mirándote como quien ve cagar un pájaro y se maravilla de la naturaleza y sus misterios. Empiezas a ponerte roja. Seguro que hay venas capilares que hasta hoy pasaban desapercibidas pero están viniendo para que parezcas aún más patética. Y él sigue sin quitar la vista de tus manos nerviosas que no logran, ahora que has encontrado la llave, abrir la cerradura. Quieres parecer grácil y resolutiva, y chica, estás quedando fatal. De lo más torpe, qué poco encanto. Preferirías desmayarte. Fíngelo te dices y ahí vas de pronto al suelo, no piensas demasiado, no importan los chicles masticados por vete a saber quien, recientes o no, ni el polvo negro de una ciudad sepultada. Te lanzas al suelo. Estás pirada te dices mientras tu cabeza golpea con precisión en el asfalto y al mismo tiempo él que se abalanza. No hay nadie más, eso ya lo sabes tú. Él te recoge a medias levanta tu cabeza te da un par de ostias. Las ostias te saben a jarabe celestial. Entreabres los ojos despacio, como si estuvieras volviendo al mundo después de una travesía imprecisa, los abres y miras extrañada, lo miras todo extrañada. Recuerdas cuando te desvaneciste de dolor sobre la cama, un dolor de muelas tan terrible que te tumbó. Recoges lo aprendido y lo aplicas. Él sonríe ahora que tú le miras fijamente como si no le conocieras de nada. - Hay que ver Marta, te pasa cada cosa. Te ayuda a incorporarte y tú le cantas las cuarenta. Que si encima de que te desmayas tendrá él que quejarse. Que qué lástima que no hubiera otra persona cerca, que sientes haber perturbado su paz de los miércoles a esta hora y que de todas formas la próxima vez, procurarás caer desfallecida fuera de su perímetro visual.
Él se ríe mientras te da las llaves que dejaste caer afectadamente en el momento del fatal desmayo. Después te mira raro mientras sacude tu ropa de polvo, entorna así los ojos que a ti te parecen como gigantes puertas que se abren y se cierran dejando paso por milésimas de segundo, a lo que intuyes es el más puro placer existente. Va a besarte. No te apartes, mujer. Te quedas quieta y se acerca, pero te dice al oído. - Sé que lo has fingido, el desmayo, y por eso voy a hacerlo. Voy a besarte.Tratas de apartarte tienes cara de estar muerta de vergüenza pero él se adelanta y te besa con lengua. Ahora sí que te flojean las rodillas. Sientes una mezcla de pánico y amor, una humedad en las axilas y las ingles. Te desmayas con el manojo de llaves apretadas en un puño.
Balas bajo los párpados

miércoles, 1 de octubre de 2008

Parricio / Ildiko nassr

Siempre me declaré más proclive al incesto que al parricidio. Prefiero acostarme con los padres que matarlos. Prefiero la convivencia a la ausencia (perdón por la cacofonía). Aborrezco a quienes salen de cacería de padres. Prefiero un aquelarre a una masacre. Sin embargo, me he retirado. No me caso con nadie. Abandoné a los padres en su cama y me encerré en una biblioteca. Prefiero la quietud de mi hogar a la incomodidad de una sexualidad paupérrima seguida de disculpas o lamentaciones. Los padres envejecen demasiado rápido.